Y todo por menos de diez euros. Hasta la próxima, Manuel.

Son las cuatro de la tarde de un caluroso primer viernes del mes de junio. Se me ha hecho tarde para almorzar. Pienso en un sitio tranquilo a esa hora para comer algo rápido y de dieta. Sí, porque me he propuesto definitivamente responderle con la báscula a Paco Sánchez Múgica.

Estoy un poco espeso y no se me ocurre nada. A punto de tomar por calle Caldas hasta mi casa, donde me esperan un cuenco con gazpacho y tapines rehogados para hacerme un revuelto, paso por delante de El Pichaco. Freno en seco. Suerte que a esas horas de la siesta no viene nadie por detrás. Pienso en las alcachofas con jamón de quien las bordaba desde que era cocinero en el Bar Juanito.

Para quien no lo sepa, se trata de un típico bar de barrio muy familiar que se ubica en los soportales de los bloques de pisos de la avenida Tomás García-Figueras, justo antes de los juzgados. Allí, tanto en la agradable terracita exterior como en las mesas situadas en el interior, sirve las mismas exquisiteces con las que nos deleitaba en casa de Faustino Rodríguez: costillas en adobo, menudo, carne en salsa, mollejas, albóndigas, sopa de tomate, sangre encebollada…

Trato de procesar con rapidez y no sé bien con qué voy a acompañar a las alcachofas para no saltarme la dieta. “¿Y si te pongo un cazoncito con tomate?”. “Hecho”, le respondo raudo y veloz.

A esa hora el bar está tranquilo. Un par de clientes rememoran en la barra sevillanas rocieras de hace años, cuando Manuel Pichaco Gutiérrez hacía el camino mitad por profesión y mitad por devoción.Hace ya unos veinte años que se queda en casa. Demasiado después del trabajo que realiza en las ferias de Abril de Sevilla y de Jerez.

Me siento dentro, en la mesa situada más cerca de la ventana. Pese al calor, se está agradable. Su mujer me da la bienvenida con unas aceitunas gordales y el botellín de agua que elijo para beber. No hay otra.

Las alcachofas con jamón prometen. El aspecto no puede ser mejor. En su punto de cocción, la salsita espesa te invita a estrujarlas con el tenedor. Entre los cubiertos me han puesto también un cuchillo, por si pedía las costillas en abobo. Definitivamente, hoy no toca.

Las alcachofas, ni muy grandes ni muy pequeñas, se deshacen con el tenedor, mezclándolas con las virutas de jamón serrano. Tiernas y sabrosas, antes de terminar el plato ya estoy haciendo indicaciones para que sirvan otra más. Total, si es un plato de dieta.

El cazón con tomate es un señor plato. Con varios trozos de pescado servidos generosamente en una salsa que se ve a la legua que es casera. Sin duda, pide pan y en cantidad. Pero me resisto. El pescado viene guisado ya sin la piel ni los cartílagos, lo cual se agradece porque no en todos los sitios tienen esta buena costumbre.

Me ayudo del tenedor y el cuchillo para bañar cada trozo en el tomate. El pescado lo suficientemente bien guisado para que no esté seco, y la salsa casera es una locura. Juraría que al hacerla se ha asentado un poco en el fondo de la olla, desprendiendo un saborcillo ahumado que le da aún mayor consistencia. Verdaderamente exquisito.

Mientras espero a repetir las alcachofas, me ofrecen por gentileza de la casa un platito de lentejas con arroz para que las pruebe. Me siento tentado, pero estoy en mi día fuerte y me resisto, no sin antes agradecer la atención.

Después de repetir las alcachofas hubiera pedido un tercer plato. Sin embargo, tiro de refranero para sentenciar: “Hasta lo bueno cansa, si es de mucha abundancia”.

Y todo por menos de diez euros.

Hasta la próxima, Manuel.

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