espeto_dorada_chinchal
espeto_dorada_chinchal

Ya les advierto que si no tienen geolocalizador no va a ser fácil dar con el sitio del que voy a hablarles en esta ocasión. Yo mismo estuve dando vueltas con el coche y pasé varias veces cerca del lugar en cuestión, pero fui incapaz de identificarlo. Y digo “sitio” porque no sabría muy bien cómo encasillar al lugar que acoge a la Peña El Chinchal. Lo de “peña” no hubo forma de que me lo aclararan, porque ni se juega al dominó, ni a las cartas, ni que yo sepa se canta flamenco. Está a medio camino entre una venta, una taberna, una tienda, un bar… Quizás si recurrimos al significado del término “chinchal” obtendremos alguna pista. El diccionario de la Real Academia Española lo define como “puesto pequeño de venta de tabaco”. En México, por ejemplo, un chinchal es un “tenducho o tienda de mal aspecto y pobremente abastecida”, y también una “taberna o cafetín de ínfima categoría”.

Sea como sea, es cierto que la Peña El Chinchal no es el mejor sitio para una cena romántica a la luz de unas velas. Tampoco es el lugar más agradable en el que uno ha comido, aunque en peores plazas hemos toreado. Caminando por las calles adyacentes tengo la impresión de que voy a toparme de un momento a otro con el barco de Chanquete o con un taller ilegal. De todo ello me advirtieron antes, pero lo que más me atrajo fue la referencia de los espetos. Esos hierros largos en los que los chiringuitos malagueños asan todo tipo de pescados, y de cuya existencia conocía de Manilva para allá.

Si extraño y atractivo por igual me pareció saber de un lugar en Jerez donde asaran espetos, más raro aún fue encontrarlos en La Canaleja, al pie de la avenida del Colesterol, y frente a los letreros grandes de Montesierra. Pero en esas estamos, y al pie de esta crónica tienen la dirección para que se encomienden a su orientación o al GPS y consigan localizarlo. Lo que sí les garantizo es que merece la pena. Si no por el garito, que ya les digo que no es el jardín del Edén, sí por el delicioso pescado y la sabrosa carne que se come. Y todo a muy buen precio.

Hasta ahora, mi experiencia con los espetos se reducía a las invitaciones que todos los veranos mis cuñados Rafa y Manena nos hacían a Málaga. Entre el Parador Málaga Golf y la esquina del Camino de la Cizaña con el Paseo Marítimo de Torremolinos se encuentra el Chiringuito de Miguel, especializado en espetos desde su apertura, en 1983, tal y como reza el cartel que da la bienvenida. Una delicia los de calamar gigante y de sardinas, y no menos extraordinarias las papas a lo pobre con que los acompañan. No faltábamos un año. Para amortiguar los efectos del bochorno, porque el chiringuito es de los de antes y no tiene aire acondicionado, primero nos dábamos un baño en la playa y luego, ya más fresquitos, ocupábamos la mesa que habíamos reservado.

En la Peña El Chinchal la tradición espetera no es de siempre. De hecho, el bar llevaba diez años funcionando cuando hace seis surgió la posibilidad de incorporar los originales espetos malagueños. Miguel Padilla, su propietario, se había dedicado toda su vida a la elaboración de mosto. En Málaga tenía un contacto, que fue quien le enseñó el arte de ensartar pescado en finas y largas cañas para asarlo en leña en la arena de la playa dentro de un pequeño bote. Poco a poco, Miguel fue adquiriendo la destreza necesaria. Parece que no tiene mucha ciencia, pero requiere de habilidad, como todo. Hay que insertar sardinas atravesando el lomo y teniendo cuidado de que todas ellas estén colocadas en la caña por igual. La razón, que una vez ensartadas, al colocarlas sobre las brasas, es necesario que la espina quede siempre por debajo de la caña, ya que si no es así, al darle la vuelta la carne del lomo se reblandece y cae al romperse.

Visto el resultado de estos seis veranos, Miguel pasa ya por un malagueño más. Sardinas, lubinas, doradas, corvinas y caballas (cuando las hay) no se le resisten a este amante de lo que da la tierra y el mar. La carta de verano es sencilla. Además del pescado, ofrece una parrillada, cuya carne de cerdo ibérico es traída por el mismo dueño casi a diario del Matadero de Arcos de la Frontera. Su gran sabor no deja lugar a la duda. Como acompañamiento, un cerro de patatas y pimientos fritos espectaculares salidos del huerto del propio Miguel, que también brinda como guarnición un picadillo de tomates, ligeramente aliñados con aceite y sal, que es una bendición. Como hemos venido pensando en los espetos, probamos media parrillada sólo para probarla. Mi sorpresa es cuando llega la camarera, una joven que es la novia del hijo de Miguel, con una fuente hasta arriba. Me pregunto automáticamente cómo será la parrilla completa. Como diría mi querido Rafael Plaza, para una comunidad de vecinos de Manhattan.

Mientras me refiero al contenido del sitio quiero insistirles en que no le pidan mucho al continente. Primitivamente, el lugar que hoy ocupa la Peña El Chinchal era utilizado como almacén de mosto que poco a poco fue dando paso a una cocina y un salón interior que sólo es posible utilizar en invierno para que los clientes den buena cuenta de los guisos habituales de la época. El resto, una terraza con capacidad para unas treinta personas repartidas en seis o siete mesas. Están situadas bajo un techo de cañizo del que cuelgan farolillos de Tio Mateo. Conforme más cerca del recinto vallado donde se asan el pescado y la carne, mejor, ya que corre más el aire, por lo que es aconsejable llegar con tiempo o reservar.

Las sillas son de plástico duro, como las mesas, cubiertas por manteles de papel que tapan la publicidad. Sobre ellas reposan modestas vajillas, cuberterías y cristalerías de la época de los Alcántara, pero todo muy en consonancia con el lugar. En la tarjeta de visita de El Chinchal puede leerse la siguiente leyenda: “Disfruta de la tranquilidad y la buena comida en nuestra terraza”. Lo de la buena comida no lo pongo en duda, como tampoco lo de la terraza, pero es de la tranquilidad depende de si tienen la mala suerte de que su visita coincida con un día de Levante. En ese caso, es más que probable que los pequeños insectos (lúas o mosquitas) lo presidirán todo.

Sea como fuera, habrá merecido la pena la experiencia, porque todo lo compensa el excelente producto que ofertan. Si la carne llega directamente del Matadero de Arcos, el pescado se lo sirve el mismo proveedor de los supermercados Mercadona en Jerez. Pedimos espetos de sardinas y de dorada. Fresquísimos ambos. Muy bien asados por fuera y jugosos y sabrosos por dentro. La guarnición, lo dicho, afortunadísima. El pescado tiene un sabor especial que no logro identificar bien. El secreto nos lo desvela rápidamente Miguel Padilla, y es que utiliza las duelas de las botas viejas envinadas, por lo que tanto los productos de la mar como los de la tierra tienen un toque a vino muy rico.

Ahora que lo pienso y viendo las anotaciones, no estoy seguro de haber comprendido este toque, pero a esas alturas estoy entregado a la causa. Hemos pedido más de la cuenta para saciar la curiosidad y me quedo sin opción de tomar esta vez el bacalao al carbón, pero será un plato imprescindible en mi próxima visita, que visto lo visto no va a tardar en llegar. Y es que con este descubrimiento me voy a ahorrar desplazarme más de 200 kilómetros, con el consiguiente gasto de combustible y peaje. Les decía que el precio es también lo más interesante, 10 euros por persona independientemente de las oscilaciones del precio del mercado. Y todo sin salir de La Canaleja. ¿Alquien da más?

Peña El Chinchal. C/Clérigo, 37 (La Canaleja). Jerez. Teléfonos: 695 416 644 / 646 881 538. Abierto de martes a domingo, de nueve a doce de la noche.

Sobre el autor:

eugenio camacho

Eugenio Camacho

...saber más sobre el autor

Si has llegado hasta aquí y te gusta nuestro trabajo, apoya lavozdelsur.es, periodismo libre, independiente y en andaluz.

Comentarios

No hay comentarios ¿Te animas?

Lo más leído