Juan Galisteo, el tabanquero y relojero que se encontró en Los Caños: "El vino de Jerez es como el yoga"

En su establecimiento El Almabrazo, situado en Barbate, ha reunido sus creencias sincréticas, su amor por el amontillado y el palo cortado y su antigua profesión. "Cuando te encuentras, te llenas de admiración. Reinas con el universo en sí. Es difícil de explicar para que llegue a los demás"

Juan Manuel Galisteo, en su tabanco Almabrazo, que reúne vinos y relojes. FOTO: MANU GARCÍA
Juan Manuel Galisteo, en su tabanco Almabrazo, que reúne vinos y relojes. FOTO: MANU GARCÍA

Ya pasan las doce. Vamos tarde. En la muñeca no lleva reloj, pero nos estaba esperando, así que nos disculpamos brevemente. Juan Manuel Galisteo, jerezano, iba para relojero. Y no ha dejado de serlo. Comenzó trabajando en el negocio familiar, poniendo en hora las muñecas y las paredes desde una mesa junto al Señor de la Puerta Real, en la calle Consistorio, pleno centro de Jerez. En aquel taller, junto a su hermano, maestro relojero oficialmente reconocido, de los pocos quedan, y tras la muerte de su tío, dedicó su vida a ello pero hubo un día, sin una causa necesaria, en la que no le satisfacía su vida. Pasó un año en Caños de Meca. Habla de "curarse", aunque ninguna enfermedad le azotaba.

 

De aquello hace diez años. "Hay una energía brutal. Yo he crecido allí. Pero muchos van a coger la energía de Los Caños. Yo iba a buscarme. Muchos creen que te va a cambiar la vida. Y lo que hace es potenciar lo que tú llevas. La ciencia habla del plasma. Este hombre (señalando una foto de Jesucristo en su local) buscaba el maná, el éter. Otros lo llaman el plasma. Es el cuarto estado, sólido, líquido, gaseoso y plasma. Es muy sutil e inteligente. Pero debes saber que tu palabra tiene un efecto muy grande de reverberación. Lo que tú das es lo que él te va dando. Si voy a Caños a que me mejore la vida, si no entiendes eso, te puede restar, te potencia lo que llevas. Pero en Caños o en cualquier lado", reflexiona. Hoy tiene uno de los tabancos con más personalidad que existen. El despacho clásico de vinos que abrió en Barbate, junto al establecimiento El Campero, un lugar envidiable, cuenta con una pequeña mesa para arreglar relojes a algunos clientes, a personas de confianza, aunque no a todos, porque lo hace más por un apasionamiento que por trabajo, pues su vocación hoy está en los vinos de Jerez. Y en lo que representan. Y en las reflexiones que permiten.

 

 

"Las civilizaciones iniciáticas dicen que todos somos uno. Que no puedo tirar por una rama de un partido, una religión, un equipo... Si el deporte es bonito, te gusta, aunque te identifiques más con uno. La vida de uno son muchos partidos, muchas religiones. Quería integrarlo en un negocio, en un concepto nuevo. El corazón me decía tira, tira, sin saber si iba a funcionar. Y vamos navegando después de cuatro años", explica. El tercer aspecto que marca el espacio, y la personalidad que muestra Galisteo en sus palabras, es la de una forma holística de reflexión y espiritualidad, del sincretismo. Hay menciones a esas civilizaciones iniciáticas al fondo del local. A la entrada, a la derecha, la barra del tabanco, frente a las mesas. A la izquierda, en una esquina, una mesa de relojero con todas las herramientas. Unos pasos más adelante, botas de vino de la casa y relojes de pared que han visto más hojas del calendario y que son una metáfora de la vida. Y al fondo, casi oculto, una vela que enciende cada día para recordar la importancia de mantener una llama viva, junto a un mural pintado de una estampa que parece ser una de las playas de la zona. Sobre el cielo, un enorme Saturno. Y en los toldos de la entrada, reflexiones. No en vano, el local se llama Tabanco Bodeguita Almabrazo El Relojero. "Un almabrazo es un abrazo con alma".

 

Tras empezar con 18 años en la Puerta Real, el negocio iba bien. Cumplió años. Pasó muchas horas de silencio, pensando. La vida interior de un oficio tan silencioso como es el de arreglar relojes supone una excepción en este mundo posindustrial de gritos y prisas. Pero no. Mientras otros se iniciaban en la espiritualidad tras un trauma o una enfermedad, él no necesitó nada de eso. Para ello es también excepcional Juan. "Lo dejé todo. Un día, con la que era mi pareja, decidimos vender todo. Dejé la ropa de marca. Llevaba hasta tres relojes encima". Uno de bolsillo. Otro suyo, de muñeca, y un tercero para controlar a menudo si funcionaban los de los clientes tras unas horas o días de uso. Ahora, alguna vez lleva alguno, pero parece evidente que no tiene prisas. El tabanco lo ideó por intuiciones, salidas del alma. "Soñaba algo y lo apuntaba. Me despertaba de madrugada". Es la clave de reunir tanto en tan pocos metros. Supo que necesitaba una mesa de la familia con la que había soñado para tenerla en su tabanco. "Apuntaba la hora, porque creo en la numerología". En esos despertares creció Almabrazo. "Y es algo que llama la atención".

 

Galisteo enciende su vela al entrar en el establecimiento. FOTO: MANU GARCÍA

 

En su modo de sentir caben los vinos por muchas razones. Pero, primero, hay que contar qué significa romper con la vida que tenía. "Los cuatro grandes están obsoletos: religión, economía, ciencia política y prensa, se repiten. Cuando tengo una conversación con un cliente de forma relajada, luego se ve en Tripadvisor, a veces llega. Una copa de vino con una conversación pueden ser mejores que una clase de yoga". Con el aliciente de que "ahora en Barbate sepan qué son los vinos generosos, un palo cortao, un amontillado... Es muy importante".

 

Todo ello, porque "el vino tiene una sabiduría innata, tiene alma y espíritu. Se conservan bien porque aunque la barrica no dure, se puede pasar ese vino a otra. Los vinos no mueren. Adquieren sabiduría con el tiempo. Los humanos, a veces no. Los vinos no enferman. Los humanos, sí, y cada vez con más pastillas, como mis padres. Yo he hecho las pruebas: si dejo una copa aquí sin beberla, y si no hay mosquitos, se puede volver a echar en la barrica. El que cae reconoce al que está, y el que está reconoce al que cae. Crecen juntos en unicidad, se hermanan. En otros vinos no se puede hacer, te lo cargas".

 

El cambio, a su modo de entenderlo, que viene marcado por relojes que dan las horas en punto, cambia. "Imagínate que en vez de aquí vas primero a hacer otro reportaje, el tiempo de Manu (el fotógrafo de lavozdelsur.es), el tuyo y el mío cambian. Y puedes encontrar algo que te haga cambiar, incluso, de trabajo. No estamos pendientes del tiempo presente. Si lo vives, te das cuenta de que todo encaja. Lo he vivido mucho con los relojes". Él mismo ha encontrado. "He buscado, buscado, buscado, hasta encontrarme. Cuando te encuentras, te llenas de admiración. Y lo mismo te encuentras que reinas con el universo en sí. Es difícil de explicar para que llegue a los demás", reconoce.

 

Respecto a que tenga una imagen católica en el tabanco, señala que "Él no vino para que lo vieran, sino para sus enseñanzas. Lo hizo a su forma todo, con la paz. Vino a barrer. Él hizo magia. Donde estuvo. En inscripciones se ha encontrado que le llamaban Cristo El Mago, con la palabra Aberamentho. Como abracadabra, amén y tho, de hermetismo". Tuvo que ver pasar tantos años en un taller junto al Señor de la Puerta Real, en cuyas paredes de la capilla hay multitud de aparatos ortopédicos y de quien, dicen, ha logrado milagros. "Yo trabajaba en un rincón que da a las paredes del Señor de la Puerta Real", rememora.

 

Juan Galisteo, tras la entrevista, entre botas y relojes. FOTO: MANU GARCÍA

 

¿Cura el vino de Jerez? "Claro. Cura, pero hay que saber tomarlo. Con conversación. Si le explicas a una persona que ese vino tiene 20 años, que no vale lo que tiene que valer, por dónde han pasado, es diferente". Y qué suerte si la gente de Jerez y la zona aprende a disfrutar de estos vinos, de esa reflexión en el día a día, de beber sin las prisas de la cerveza, sin menospreciarla. "Ya el nombre es generoso, es hermoso. Los vinos de Jerez son únicos. Transmiten. No es una cerveza, un tinto, un cubata. Mueves la boca, notas en el paladar, salado en los laditos. Y con una conversación, tranquilo". La fecha para beberla es el invierno. Sin prisas de visitantes masivos.

 

Hay varias razones por las que su exilio en Barbate le hagan no echar de menos Jerez. Lo primero, porque va cada semana. Y lo segundo, porque no echa de menos. No es la palabra. "Cuando necesito ir, voy. Si echo de menos, la pena, intento buscar otras palabras".

Sobre el autor:

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Pablo Fdez. Quintanilla

Licenciado en Periodismo y Máster en Comunicación Institucional y Política por la Universidad de Sevilla. Comencé mi trayectoria periodística en cabeceras de Grupo Joly y he trabajado como responsable de contenidos y redes sociales en un departamento de marketing antes de volver a la prensa digital en lavozdelsur.es.

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