Una copa de vino ante el desaparecido Capri.
Una copa de vino ante el desaparecido Capri.

En la plaza Aníbal González, entre otros dos establecimientos de los de toda la vida como Casa Pepa y Marruzella, se encontraba hasta hace unos años la pizzería Capri. En mi opinión, y sin desmerecer al resto, de los mejores negocios de hostelería de Jerez en relación calidad-precio.

Por su local, con la barra a la izquierda y el salón a la derecha, pasamos todos. Por una módica cantidad, jóvenes y estudiantes teníamos a nuestra disposición una variada carta, en la que había intercalados platos clásicos de siempre con otros italianos. Por el mismo precio también, hasta podías echar unas risas con el inefable Antonio, si no tenía mucha faena ese día.

Es el lugar al que solíamos ir los fines de semana con nuestras familias para almorzar. Y años después llevábamos a nuestras parejas cuando empezábamos a sentirnos mayores. Normalmente, con la calderilla que te sobraba del día anterior tenías para una ración de patatas fritas y un sándwich de pollo, una pizza mediana o una hamburguesa.

La ensaladilla del Capri.

Permanece imborrable en la memoria y en el paladar la inconfundible mayonesa casera fundiéndose en la ración de patatas al bastón. También la ensaladilla rusa, que no tenía más que lo que tienen todas las ensaladillas rusas, con la cremosidad que le aportaba la mayonesa casera y con el añadido, sólo para los buenos clientes, de una latita de atún por encima, y que mi entrañable Joaquín Peña bautizó como “la de mi primo”.

Capri fue en su época un bujío cofrade. Allí se organizaron conspiraciones contra juntas de gobierno y hasta consejos directivos. En la época de Bellido Caro, era lugar fijo para la reunión de los “sanedritas” de la delegación diocesana de hermandades y cofradías. Allí coronaban sus encuentros los cofrades proscritos que integramos en su momento la tertulia cofradiera El Palermo.

Seguro que mi compañero Juan Antonio Ortegón recuerda las competiciones, en pleno mes de julio, para ver quién comía más milanesas con patatas fritas. No contábamos entonces con que su hermano pequeño, Alberto, nos iba a echar la pata a los dos.

Una de las pizzas del Capri.

Deliciosa su ensalada Capri. A pesar de que la quitaron de la carta, te la hacían al momento si la pedías: pollo a la plancha, patatas cocidas, jamón, lechuga y mayonesa. También las berenjenas rellenas de carne picada con tomate frito, el revuelto de patatas con jamón, los huevos a la flamenca, la lasaña de carne, el solomillo a la pimienta, la pechuga Villaroy…

Capri fue un negocio próspero. Incluso hubo una época en la que abrió un segundo establecimiento, Savarin, más como restaurante que como pizzería. Pero todo acabó cuando Antonio se jubiló. El descanso merecido del guerrero dio paso a una segunda etapa en Capri, pero su ausencia se notaba demasiado y la sofisticación de la carta y los platos tampoco lo hacía reconocible para la clientela de siempre. Últimamente, fue una taberna marinera, Bonanza, que tampoco tuvo mucho éxito en un barrio donde Casa Pepa y Marruzella ostentan un dominio incontestable.

No sería mala idea, y los nostálgicos lo aplaudiríamos, una iniciativa empresarial que recuperara la esencia de Capri en el mismo espacio.

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