Hasta ahora no había tenido por costumbre hablar mal de ningún sitio que no haya respondido a las expectativas o donde directamente haya comido mal. Siento decepcionar a quienes me animan a hacerlo. Seguramente llevan razón. Lo cierto es que la lista de “no recomendables” es amplia, pero entiendo que esto de la crítica gastronómica está teniendo más repercusión de la que pensaba en un principio y no me perdonaría que un error de apreciación pudiera afectar a profesionales que, como cualquiera de nosotros, pueden tener un mal día.

Digo esto porque hará un par de semanas comenté en mis redes sociales la satisfacción que me producía comprobar que en Las Bridas, a pesar de la jubilación de Manuel y el cambio de dirección, mantenían la calidad de su ensaladilla de gambas, aunque debían ponerse las pilas con el resto de la carta para no bajar el listón. Al parecer, por la repercusión que afortunadamente tienen las crónicas de A boca llena, este comentario ha ido calando, de forma que incluso el nuevo responsable de Las Bridas, Adrián Bravo, me pedía públicamente en Facebook e Instagram que fuera más concreto con esta apreciación.

Sobre la conveniencia o no de que un restaurador entre a pecho descubierto en las redes sociales pidiendo explicaciones podríamos dedicar una crónica completa, pero hoy no viene al caso. Comoquiera que la aclaración no ha apagado el incendio del comentario, he pensado que la mejor forma de que no se malinterpreten mis palabras era haciendo una crónica de mi visita. Es sábado por la noche y no me ha quedado muy claro el nombre de la enésima borrasca que tenemos encima —qué manía últimamente con querer bautizarlas todas—, pero lo cierto es que el tiempo sigue metido en agua y no invita a salir a cenar. Con el regusto aún del emocionante guiso campero de arroz con tagarninas del mediodía, quedo para tomar algo con dos amigos.

Me proponen ir a Las Bridas, que cuenta con nueva dirección tras la jubilación del inefable Manuel. Recuerdo con nitidez mi última visita. Fue meses antes de que pasara a mejor vida, profesionalmente hablando. Nada hacía presagiar que el cierre de su segunda etapa estaba próximo. Salimos muy satisfechos, como de costumbre. Formidable la ensaladilla, perfecto el frito del pescado, la plancha y la ensalada. Las Bridas, en las dos etapas con Manolo, fue siempre garantía de excelente calidad.

Sin entrar en las leyendas, algunas ciertas y otras exageradas, lo más justo que se ha escrito sobre Manolo el de Las Bridas es obra de mi querida y admirada Carme Oteo en su columna del Diario de Jerez: “su sonrisa, su amabilidad y su mejor carácter están en sus platos, en su entrega al negocio, en su conocimiento de la clientela en este Jerez tan difícil para tantas cosas”. Yo nunca tuve queja alguna de su atención, y mucho menos de su producto.

Pero es ley de vida que las personas pasan y algunos negocios quedan. Como le dije al nuevo propietario, Adrián Bravo, de la nueva dirección tenía referencias positivas y otras menos. No había término medio, por lo que para salir de dudas, nada mejor que el criterio de uno mismo. Con ese ánimo nos dirigimos al número 4 del Paseo de la Rosaleda. Todas las mesas del restaurante están disponibles, aunque minutos antes había reservado una para tres personas.

El local está reluciente como los chorros del oro. Impecable la mantelería y en el ambiente huele a limpio. Tomamos asiento en la última mesa del segundo comedor. De la carta no echo en falta nada de lo que Manuel ofrecía. Huevas, rape, merluza de pincho, calamares, chocos y chipirones a la plancha, gambas de Huelva, langostinos de Sanlúcar, revueltos, gallo de San Pedro y taquitos de merluza rebozados… De la carta de vinos, además de toda la gama de jereces, once referencias de blancos y una quincena de tintos. Optamos por un albariño, Mar de Frades. Afrutado, marino y fresco.

La ensaladilla de gambas está intacta. Tal cuál la recordaba. La cocción de la patata y la zanahoria en el agua donde previamente se ha cocido el marisco, la mayonesa al punto de sal y todo el sabor de siempre. El gallo frito en cambio no lo reconozco. Está bien frito y la mayonesa que lo acompaña, hecha al momento y aligerada con un poco de agua, está perfecta. Pero el pescado no está a la altura de la casa. En descarga suya es verdad que llevamos varias semanas en pleno temporal y la mejor materia prima no abunda.

Nos informan de que fuera de carta tienen el antojito. Un par de huevos fritos en unas gambas al ajillo que no están del todo mal, pero que tampoco emocionan. El frito y el revuelto no me han convencido mucho, pero lo espero todo de la plancha, siempre presta a sacar lo mejor de lo que llega de la lonja. Con los calamares no puedes equivocarte, y a la postre se salvan, pero tampoco llegan al nivel que nos tenían acostumbrado. Como dije en el comentario de las redes sociales, hay margen de mejora, máxime en un local donde nos han acostumbrado siempre tan mal. Es lo que tiene coger el testigo de Usain Bolt en el último relevo.

Los postres sí permiten un buen broche. Hemos pedido una tarta semihelada de menta y chocolate deliciosa. También la mousse de nueces cubierta de chocolate, que ha merecido una repetición. Quizás no fue el mejor día para comprobar si Las Bridas está soportando bien la ausencia de Manuel y de su mujer. Sin duda habrá que volver en cuanto mejore el tiempo. Adrián Bravo y su equipo, que llevan nada menos que 30 años en el negocio, sabrán qué hacer para meterse en el bolsillo a una clientela tan selecta como exigente. Por falta de experiencia desde luego no va a ser.

Las Bridas Jerez. Calle Paseo de la Rosaleda, 4. 11405. Jerez. Abierto de 12 a 17 horas y de 20 a cierre. Teléfono: 956 30 02 21.

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