En España no hay portero bueno. Por excelentes cualidades que reúna, por prestigio que tenga y por preñado que esté su palmarés de títulos nacionales e internacionales, siempre habrá quienes pongan una pega. Lo de De Gea en este Mundial no es el primer caso. Al meta del Manchester United le están pitando los oídos desde que midió mal el viernes a la hora de tratar de atajar un disparo sin aparente peligro de Cristiano Ronaldo.
Al mismísimo Ramallets, tras ser pieza clave para la clasificación de España entre los cuatro primeros en el Mundial de 1950, le pusieron fino tras encajar seis goles frente a la anfitriona. Tampoco se libraron de las críticas Carmelo en Chile 62 ni cuatro años más tarde el mismísimo Iríbar en la cuna del fútbol.
En el debut en 1978 frente a Austria, a Miguel Angel le culparon de no haber cubierto bien su palo en el primer gol de Schachner. Y qué decir de Arconada en el Mundial 82 con el gol de Armstrong, o de Zubizarreta en la tanda de penaltis ante Bélgica en el 86 o tras encajar ante Nigeria el gol del empate tras escurrírsele el balón de las manos.
Incluso a Iker Casillas, el mejor portero español de todos los tiempos con permiso de Luis Arconada, le llovieron las críticas tras no parar ni un solo lanzamiento en la tanda de penaltis ante Corea en el 2002, le miramos con lupa hasta que empezó a ser decisivo en el 2010 y no le dejamos pasar una en Brasil 2014.
Al de Móstoles no paramos hasta jubilarlo de la selección apenas rebasada la treintena e incluso lo desterramos a una liga menor. Mientras, en Italia, por citar sólo un ejemplo, vimos a Dino Zoff levantar una copa del Mundo a los 40 y a Buffon despedirse de la selección azzurra y de su club de siempre, la Juve, en loor de multitudes.
La fijación con los porteros, la posición más delicada en el fútbol, es una afición muy española. Nada nuevo ni original por tanto está pasando con De Gea. Aunque vaya en el sueldo, no está pagado.
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