Zambomba celebrada este fin de semana en la plaza de San Lucas de Jerez.
Zambomba celebrada este fin de semana en la plaza de San Lucas de Jerez. MANU GARCÍA

Hasta los años 60-70 del siglo pasado, las zambombas -entonces conocidas como fiestas de Nochebuena-, eran reuniones familiares, de amigos y vecinos, que celebraban la Navidad compartiendo buñuelos y pestiños, y cantando romances y coplas de Nochebuena, acompañados de instrumentos musicales fabricados con enseres domésticos. Tenían lugar dentro del ámbito privado, es decir, en el interior de las casas particulares y de los patios de las casas de vecinos, en el caso del núcleo urbano, y en las viviendas de los trabajadores de los cortijos, en el de la campiña jerezana. No obstante, este modo de festejar estas fechas no era exclusivo de nuestra ciudad, sino común a buena parte de Andalucía, aunque con sus propias especificidades en cada lugar (Barruntos de Nochebuena en el Campo de Gibraltar, Mononas en Jaén, y un largo etc.)

Durante los años mencionados, muchos de los antiguos trabajadores del campo se habían instalado en la ciudad buscando mejores condiciones laborales y de vida, al tiempo que los habitantes de las casas de vecinos del centro histórico se habían ido mudando a los nuevos bloques de pisos construidos en el extrarradio. De manera que, al tiempo que iban desapareciendo los espacios de socialización propiciatorios del ritual, lo hacía también el propio ritual.

En la Navidad de 1978, la Cátedra de Flamencología quiso retomar aquella celebración popular que estaba a punto de desaparecer. Así que tras la creación del Coro del Aula de Folklore de la Cátedra y la realización de un exhaustivo trabajo de campo a lo largo y ancho del término municipal, para recopilar de boca de las personas de mayor edad letras casi olvidadas, ese mismo año celebró su “Fiesta de Nochebuena”. La acogida fue tal, que en los años siguientes las peñas flamencas entonces existentes, se involucraron celebrando una “Fiesta de la Nochebuena de Jerez” en cada sede. Y ya en 1982, la Caja de Ahorros de Jerez grabaría el primero de su larga serie de discos “Así canta Nuestra Tierra en Navidad”. 

Este resurgir de la fiesta trajo aparejado una serie de cambios, de los que quizás el más significativo fue el aflamencamiento de la música, por mor de la introducción de la guitarra del Maestro Parrilla y de las voces del Coro de la Cátedra de Flamencología. Pero también la fijación de las letras, en detrimento de la riqueza de variantes existentes con anterioridad. La utilización del término zambomba para nombrar a este tipo de reuniones. O el paso del ámbito de lo privado al público, en un primer momento a las peñas flamencas, y posteriormente también a otros tipos de asociaciones y colectivos culturales y religiosos, que vieron en ellas un modo de autofinanciación. Pasando, poco a poco, de ser ritual “de uso”, cotidiano, a ser ritual “de cambio”, introduciendo la variable económica. 

Más tarde se extenderían a todo tipo de establecimientos de ocio y hostelería, generando un lucrativo negocio para hosteleros y tenedores de apartamentos turísticos, que no para sus trabajadores. Al tiempo que el ayuntamiento de la ciudad viendo en ellas un filón para la promoción turística de la marca Jerez, solicitaba a la Consejería de Cultura su declaración como Bien de Interés Cultural (BIC), que llegaría en 2015.

Sin embargo, la finalidad de una declaración de este tipo no es turística, sino  de salvaguarda, consistente en la protección cultural del bien. Que en el caso de ser inmaterial, como ocurre con las fiestas, pasa por describirlas, documentar sus orígenes, y analizar los cambios por los que ha ido pasando hasta llegar a la actualidad, puesto que son reflejo de las transformaciones ocurridas en el seno de la propia sociedad portadora de la tradición. De este modo, cada comunidad puede profundizar en el conocimiento de su propia cultura y aprender de otras, lo que a la larga conduciría al respeto de la diversidad cultural. El problema es que se trata de un camino lento, que no casa con la rentabilidad económica y turística inmediata.

Pero no parecen haberlo entendido así algunos sectores de la sociedad jerezana, que anteponen lo comercial y lucrativo a lo cultural e identitario. El propio expediente de declaración advertía ya de la creciente mercantilización de cara al turismo y de la progresiva pérdida de identidad que ésta trae aparejada. 

La consecuencia ha sido que, en la mayoría de los casos, el comensalismo ritual se ha hecho negocio, pasando de compartir los dulces aportados por los participantes a la venta de una amplia muestra de la gastronomía local. Y el ritual colectivo ha dejado paso al espectáculo privado, en ocasiones previo pago de una entrada. El turismo masivo las ha descontextualizado en cuanto a su origen, temporalidad, función social, transmisión de la tradición y seña de identidad. Hay zambombas en las que los romances ni están ni se les espera, cabe recordar que a pesar de que los orígenes de muchos de ellos se encuentran en los siglos XVI y XVII, habían llegado hasta nuestros días por transmisión oral dentro del contexto navideño de Jerez. Y a veces, ni siquiera aparece el instrumento que da nombre al ritual, o si está, se encuentra arrinconado en el escenario, a modo de atrezzo. 

Gran parte de la comunidad portadora no se reconoce en ellas actualmente, la zambomba ha dejado de ser generadora de identidad. Siendo esa una de las características definitorias del patrimonio inmaterial, su capacidad de hacer que nos reconozcamos en nuestros modos de hacer, de relacionarnos, de festejar … Mientras que otra parte de la sociedad, la que habita el centro histórico, sufre directamente el impacto de la turistificación de la fiesta.

La mayoría de zambombas actuales ni siquiera recrean la propia imagen que la comunidad tiene de sí misma sino la que se cree que quiere ver el turista, y que no es más que una réplica comercializada. Y en cierto modo es legítimo, las tradiciones y costumbres deben tener la capacidad de adaptarse a las nuevas mentalidades, pues de lo contrario terminan desapareciendo. Pero lo que debemos preguntarnos es si son lo que queremos que sean, o si por el contrario es una realidad impuesta, una instrumentalización del patrimonio, una manipulación de las identidades al servicio de unos intereses mercantilistas que benefician a unos pocos. 

La mentalidad economicista ha alcanzado no ya a la sociedad en general, sino a los organismos e instituciones encargados de la custodia del patrimonio ante presiones urbanísticas o comerciales que consiguen hacer olvidar su valor cultural y la necesidad de preservar su memoria.

La patrimonialización no puede ser vertical, no puede venir de la mano de una administración municipal que prioriza el turismo sobre la ciudadanía, y de unos hosteleros, algunos, que imponen su negocio por encima del sentir de la población local. No se puede expulsar a las comunidades locales de su patrimonio. Debemos ser nosotras, jerezanas y jerezanos, quienes definamos nuestras señas de identidad, nuestras jerezanas maneras de festejar, en horizontal. Porque nosotras somos las portadoras, las mantenedoras y las transmisoras, en definitiva, las protagonistas, de esta expresión cultural y porque no existe patrimonio cultural, ni capitalidad 2031, sin comunidad de referencia.

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