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Imposible la revolución, convertí este modelo en una dirección hacia la que dirigirse, como referencia ética, pero consciente de su lejanía y de su falta de seguidores.

Yo no soy revolucionario. Lo fui, y llegué a la conclusión,  ya en mi juventud, que mi aspiración de una sociedad sin clases, sin pobreza, con un reparto justo de la riqueza y donde las personas estuvieran por encima de las mercancías y de los regímenes, no contaba con los adeptos necesarios para no tener que imponerla. Porque la libertad es importante y este modelo solo podría aplicarse desde el convencimiento. Y, además, llegó la globalización y nuestra incorporación a organizaciones supranacionales. Imposible la revolución, convertí este modelo en una dirección hacia la que dirigirse, como referencia ética, pero consciente de su lejanía y de su falta de seguidores.

Entonces abracé la idea de la reforma. Asumí la posibilidad de transformar, mediante la victoria en las urnas, a través de la gestión  política de nuestro país, aspirando a la reducción de las diferencias ofensivas, las desigualdades, los desequilibrios, las injusticias, dándole al capitalismo, y lo digo sin vergüenza y sin complejos, un rostro humano. Y me persuadió la socialdemocracia, una combinación exitosa de libertad, mercado e intervención estatal. Y, asimismo, las experiencias históricas del siglo XX, vinieron a confirmar a la socialdemocracia como el mejor exponente de  gestión del capitalismo con rostro humano. Con ella se consiguieron los mayores niveles  de crecimiento económico, de protección social, y de igualdad y justicia conocidos en occidente.

Por qué les cuento esto. Quizás, porque con el ritmo vertiginoso de información, desinformación, exabruptos y expresiones cándidas, que nos han inundado durante este periodo electoral, que ha durado ocho meses como mínimo, me ha asaltado la necesidad de reordenar mis propias ideas y recuperar la consciencia de mis prioridades en los asuntos públicos. El torbellino de discusiones, disputas y porfías en los que me he visto envuelto, nos hemos visto envueltos, quizás haya provocado cierta confusión, cierto desenfoque y sea necesario retomar el orden personal de la cosas.

La búsqueda de la libertad, de la igualdad, de la solidaridad, la intervención del estado como instrumento de redistribución de la riqueza y corrector de los desequilibrios del mercado, la consideración de la educación y la cultura como prioritarias para crear una sociedad de hombres y mujeres libres, la protección de los más desfavorecidos frente a la voracidad de los mercados, con especial referencia a la infancia, siguen siendo para mí, para muchos de vosotros también, el eje de la alternativa política de la izquierda en este país. Y se habían dado pasos en España en esa dirección (faltando mucho, sin duda, para parecernos a países del norte de Europa).

Y esto que os cuento, conviene recordarlo, que parece tan simple y gastado, es lo que, tomando como pretexto la crisis económica iniciada en 2008, el neoliberalismo imperante ha estado combatiendo desde entonces. Eso es lo que hizo Rajoy y su gobierno a lo largo de la anterior legislatura iniciada en 2011. La ley mordaza, la reforma laboral, la reducción de salarios, la desaparición de la negociación colectiva, la disminución de la protección social, etc., son ejemplos de esto que digo. Y Merkel, de directora de orquesta; conviene precisarlo para que sea tenido en cuenta por los europeítas a cualquier precio.

Qué ha ocurrido entonces, por qué con una mayoría de izquierdas, tras las elecciones del 20 de diciembre, no ha sido posible un cambio en la Moncloa. Y cómo explicar, tras las elecciones del 26 Junio, la pérdida de apoyos de la izquierda. No voy a entrar en las culpas de unos y de otros, a ellos les corresponde la autocrítica. Pero teniendo en cuenta los hechos, no hay más remedio que poner en duda que, para la izquierda en sus diferentes expresiones partidarias, desalojar a la derecha del poder haya sido la prioridad. Y, quizás, en este hecho se encuentre el origen de lo ocurrido en la última confrontación electoral. Tal vez, los electores, los electores del cambio, hayan castigado a quienes, pudiendo formar gobierno, no lo hicieron. Y, si seguimos esta tesis, los datos parecen indicar que los votantes (y no votantes también y sobre todo) han señalado al líder de Podemos como principal responsable del desencuentro, habida cuenta que esta formación es la que más votos ha pedido por el camino.

A lo mejor, además del miedo (Susana Díaz ha gobernado con el apoyo de IU durante una legislatura en Andalucía sin que ocurriera ningún desastre destacable, y en Extremadura fue el PP quien se apoyó las hordas rojas para ocupar el poder) ser comunista, ser socialdemócrata, ser transversal (desmentido por su rechazo irracional a pactar con Ciudadanos), lo uno y lo otro, todo a la vez y por separado, tuviera algo que ver en este resultado. Me permito decir esto, ahora que han pasado las elecciones, porque ya advertí, antes de los comicios y en un artículo anterior (Una reflexión política), algo al respecto refiriéndome a Podemos: “O se tiene vocación transformadora, usando el apoyo recibido para concitar acuerdos para reformar, o espíritu doctrinario para imponer las ideas propias;  para esto será necesario contar con más apoyo electoral”. Creo que los hechos hablan por sí solos.

Lo que yo soy, carece de interés, pero si ayuda a explicar, que está clara mi posición y lo que soy políticamente. Me pregunto si no habrá sido, maldito marketing, la falta de identificación clara de los partidos lo que ha traído este resultado. El premio, en las elecciones, se lo ha llevado el único que no escondió quién era. Los demás, de una u otra manera  (PSOE, Podemos, Ciudadanos) se disfrazaron y terminaron por confundir a parte de su electorado.

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