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Yo he sido durante muchos años taurino, hasta que otras personas me han ganado el debate. Cuando me quedo sin argumentos claudico y esa tiene que ser mi máxima para mejorar en la vida o no creceré. Y fíjense cómo es la cosa, que aún me emociono con algún pase de Morante de la Puebla o con los vídeos que me mandan algunos de esos amigos con los que me encuentro en las redes. Cuando me sacan el tema y no conocen que me pasé al lado más animalista, todavía tengo ansiedad por mostrar mi cambio de chaqueta. En una cobardía que todavía está instalada por revertir los argumentos de aquellas conversaciones en las tardes taurinas de verano sobre Rafael de Paula, y la estética de los sabores y la música con la que mi padre y mi abuelo solían deleitarse. Mi madre nunca cedió en esto, siempre tuvo claro que este fin no justifica los medios por mucho que seduzcan a las masas. Por cierto, siempre vi a la mujer un punto más por encima del hombre en la cuestión de empatizar con el mundo.

Si hubiera que votar para saber qué hacer con la fiesta nacional lo haría en contra. Me quedan residuos de esa educación y esos valores pero la tauromaquia y el rejoneo ya no se sostienen. Por más argumentos económicos que te den en esa admiración greco latina al fiero astado o que la tradición abarque más de tres milenios, no hay motivo para que el arte base su razón de ser en la tortura de un animal.

El argumento económico y la creación de ese bello animal que vive cinco años tranquilo y admirado en las dehesas es de lo más razonable que tienen a la hora de aportar las bondades de la fiesta. Dicen que con la salida del toro del campo se perderían puestos de trabajo. Me hace pensar que con la llegada de las máquinas a los cultivos muchos campesinos y camperos se  fueron al paro y su vuelta al terreno laboral ha sido complicada por no decir que han quedado en exclusión. Son debates diferentes, pero en ambos casos no se ha podido poner freno al progreso.

No hay que mezclar churras con merinas, lo sé. Ni voy a agobiar a nadie con el concepto económico de la renta básica o de redistribución. Pero cada vez más quedan dentro de los gustos taurinos los sectores más inmovilistas, conservadores y nostálgicos, por no decir anacrónicos, así lo veo. Observo a la izquierda más comprometida y segura de que todo esto tiene que acabar. Por más que Lorca fuera a las plazas. Todo esto en en el sector progresista empieza a ser antagónico: Ser de izquierdas y taurino te hace recibir miradas de reprobación. Al menos así lo vengo viendo en las nuevas generaciones. Las plazas no están llenas de jóvenes precisamente.

Por eso es el momento de ser honrados y empezar a sentir que los animales deben ocupar el lugar que les corresponden en este mundo que es tan de ellos como nuestro. Y a la hora de modificar genéticamente y jugar a ser dioses para crear una raza fiera y entregada a las órdenes, pensar si lo hacemos por una cuestión de supervivencia o por un morbo exacerbado por la sangre, el miedo, el peligro y ver la muerte en cada instante. Este es un tema con un espectro en lo ético muy profundo, pero me conformaría con que mis sobrinos viesen a un animal con otros ojos. Donde su muerte fuera siempre dulce para satisfacer nuestras necesidades culinarias, en el caso de que comieran carne.

Superarnos en este aspecto debe ser nuestro día a día. Los debates necesarios y la educación imprescindible para aumentar los sentimientos positivos hacía los animales nos llevarán a una sociedad mejor. Sin lugar a dudas. Yo todavía, en una contradicción, seguiré emocionándome a escondidas con alguna faena que me envíen de Curro Romero, Joselito o José Tomás en La Maestranza, en mi proceso de desintoxicación. Pero los niños del mañana seguro que no. Lo siento amigos, no soy el que era. La mirada llena de nobleza y de lágrimas del toro me pueden, más que cualquier argumento que podáis expresar.

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