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Yo eliminaría, de la vida cotidiana, el adjetivo “feliz” y lo sustituiría por “alegre”.

Ja, ja...no, no. No me olvido de ser feliz… ¿cómo podría olvidarme, alma de cántaro? Yo —al menos— todo lo hago para ser feliz (incluso —sobre todo— cuando milito en mis oenegés para procurarme la salvación eterna). Otra cosa es que mi vida sea un rosario de errores. Pero lo hago sin intención, mire usted. Sin intención de fracasar, ni de estar triste, claro está.

Supongo que a todos los demás les sucede lo mismo. Pero solo lo supongo. Igual hay alguno que se propone consciente y deliberadamente ser infeliz. Allá él. En todo caso, ya sabemos que la felicidad es un ideal de la imaginación (eso dijo Kant), así que quien la persiga con impaciencia escoge un camino equivocado. Yo creo que es más útil para conseguirla no hacerle mucho caso… casi, diría, que no hacerle mucho caso (o ninguno) es la condición de su posibilidad.

¿Que no me olvide de ser feliz, me dices? Anda, anda, criatura… ¡qué cosas se te ocurren!

Yo eliminaría, de la vida cotidiana, el adjetivo “feliz” y lo sustituiría por “alegre”. Porque uno es responsable en parte de su propia alegría pero no de su felicidad. Por eso pudo escribir Mario Benedetti su famoso poema Defender la alegría. La ventaja de leer a los autores consagrados, a los clásicos, a Kant, a Joseph Conrad, a Freud, a Montaigne… es que nos ahorran mucho tiempo. El peligro consiste en que te educan el paladar lector de tal manera que ya no aguantas cualquier lectura y te pones muy exigente y, casi, impertinente. Es parecido a lo que les pasa a los vecinos de Jabugo con la mortadela y a la persona sensata con la estúpida. Que no las soportan.

¡Que no me olvide de ser feliz…! 

En realidad, el asunto de la felicidad nos remite a la enseñanza del poema Ítaca de K. Kavafis: la felicidad no está en Ítaca, en la meta, sino en el camino que debes emprender en tu vida para conseguir llegar a ella, a pesar de las inevitables dificultades, de los cantos de sirenas, del sufrimiento, de las caídas, del desencanto, del desamor. Es el camino, la ilusión, la esperanza, la pasión, la generosidad con que buscas la felicidad (la tuya y la de los demás) lo que te hace ser feliz. Ni más, ni menos.

¡Que no me olvide de ser feliz...! Ay, Señor....qué cosas me dices.

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