Weimar 2022

No se ven asideros para rebatir un estancamiento democrático, es decir, un declive, donde los poderes se inmiscuyen en parcelas ajenas y los ciudadanos muestran desdén hacia sus derechos y libertades

La ecología y la psicología podrían tener la respuesta a la crisis económica
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La lectura de La República de Weimar de Horst Möller lleva al convencimiento de que la República sucumbió al nacionalsocialismo en gran medida por el agotamiento de la población ante un proceso embarrado y fatigoso. Las duras condiciones de Versalles, la hiperinflación, la inestabilidad parlamentaria, la frustración de los ideales proclamados… todo se ponía cuesta arriba en los primeros pasos de la Alemania democrática. La desviación de poderes no empezó con Hitler, los cancilleres Hindenburg y Brüning, poco antes, abusaron del presidencialismo. Pero sí se consumó con Hitler en 1933 y sus proclamas anticapitalistas, antiliberales y antidemocráticas, la revolución nacional-socialista, ‘revolución’ remarca el autor, porque sucedió en todos los órdenes, tanto desde arriba como desde abajo.

El ambiente cultural durante los doce años de la República, señala Möller, fue extraordinario, además de caótico y fragmentario. Y ya fuera por la derecha o por la izquierda radicales -ambas igualmente intransigentes-, una constante desconfianza socavaba la naciente democracia. Tampoco el sistema judicial estuvo a la altura, imponiendo penas irrisorias a los criminales políticos. Así, las elecciones por sufragio universal que en un principio dieron su respaldo al nuevo proyecto, acabaron posicionándose en contra.

Otras repúblicas europeas del periodo de entreguerras corrieron suerte parecida. La española, nos menos conflictiva y contradictoria, comprimida en cinco años, sucedió cuando el partido Nazi ya obtenía mayorías y el mundo se ponía patas arriba.

Hoy, la Constitución de Weimar de 1919 ha quedado como un hito constitucional de Occidente. Cuando se refiere a ella, predomina un tono de simpatía y compasión. En su texto se reconocen las democracias modernas, más que nada en la cláusula del Estado Social. Pero también para corregirla en la ausencia de garantías estructurales, como la de los derechos y libertades fundamentales, la estabilidad parlamentaria o el control constitucional. Demuestra la experiencia, que en los países de menor bagaje democrático, dichas garantías deben ser mayores.

Al diagnóstico actual, hay que introducir la mayor estabilidad ciudadana. La clase media que no había en 1919, se ha consolidado. El sistema electoral lo refleja absorbiendo cada salvadora nueva irrupción que se presenta. Pero ahora, la situación económica y energética internacional se torna desestabilizadora, y se comprometen suministros y recursos. ¿Y la consistencia interna de la cuestión? No se ven asideros para rebatir un estancamiento democrático, es decir, un declive, donde los poderes se inmiscuyen en parcelas ajenas y los ciudadanos muestran desdén hacia sus derechos y libertades (el dulce confinamiento). Esta mezcla de bienestar aletargado y amenazas de orden público, resulta inquietante como un caimán. 

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