Vuelve Alatriste

“No era el hombre más honesto ni el más piadoso, pero era un hombre valiente”

Una portada de un libro de Alatriste, en Alfaguara.
01 de septiembre de 2025 a las 10:01h

Resulta difícil contar más con menos. En novela, componer y trazar la personalidad de los personajes es de las tareas más completas y difíciles a las que se puede enfrentar cualquier autor que se precie. Me pregunto si Pérez-Reverte, allá por 1996, tendría claro, o no, el recorrido que tendría las venturas y desventuras del veterano de los tercios de Flandes. 

Veintinueve años después, el capitán de ojos glaucos y bigote salpicado de canas, abandona el Madrid de los Austrias para enrolarse en una trepidante misión en el París de Richelieu.

Diego Alatriste es la representación gráfica del paria por antonomasia y recordatorio de que, en este mundo de lobos feroces, la moraleja dicta la necesidad de mantener un ojo abierto ante la amenaza que se cierne desde cualquier oscuro y sucio rincón. Ya se sabe, más vale ser desconfiado por naturaleza que no hallarse con medio palmo de acero enterrado en las entrañas.

Hoy, la lealtad es un bien de usar y tirar, y el honor no es más que una reliquia polvorienta arrumbada en cualquier desván de mala muerte. Somos soldados de raso en la época de la posverdad y de las máscaras. Hemos malvendido todo lo bueno y provechoso de cada uno de nosotros en una especie de cambalache, para sustituirlo por ego e inmundicia. La espada ha sido sustituida por un clic y Gualterio Malatesta aguarda entre las sombras, deseoso por asestar una estocada mortal de necesidad.

¿Qué diría Alatriste de nuestra época y de nuestras andanzas?, ¿qué opinaría de este circo de vanidades en el que la cobardía se disfraza de opinión? ¿Entendería que nuestro concepto de agallas cuenta con el mismo recorrido que las pulgadas de una pantalla?

La sociedad actual ha volatilizado los pilares que sostenían a un hombre como él. Hemos construido un universo en el que el bien y el mal se diluyen, se relativizan, se negocian. Cayendo en el olvido de que existe un código más antiguo que las leyes, más inmutable que las modas. El código del valor y el honor con uno mismo y con los demás.

En conclusión, tal vez no precisemos que vuelva Alatriste. Lo que realmente necesitamos es rescatar el verdadero valor de la dignidad. Desempolvar la lealtad y honrar la palabra dada. Y recordad que, al final del camino, lo único que nos quedará no será las victorias o los fracasos, sino el eco de nuestras batallas libradas con honor… a pecho descubierto. Porque detrás de cada una de ellas, solo queda el rastro del polvo y las cenizas. Y en el caso de nuestro insigne espadachín, esas cenizas son las únicas que pueden resucitar.

Larga vida, capitán.

 

Gracias por la lectura y feliz lunes.