Declara el libro del Génesis: “En el principio creó Dios los cielos y la tierra”, y así, sucesivamente hasta que el séptimo descansó y en el octavo creó el Teletexto.
Y es que, hubo otro tiempo en el que la profética app de nuestros televisores de los 90 vestía sus mejores galas hasta caer en el olvido. Bien por mor de los avances tecnológicos, o bien —y más que justificado— porque la televisión dejó de ser lo que era, si es que alguna vez llegó a ser algo.
Antes de continuar, cabe aclarar que el párrafo anterior tiene muy poco de aversión hacia lo televisivo pues, no es más que un canto de amor indeleble a todo lo relacionado con las ondas de radio.
Desde los orígenes de los medios de comunicación, siempre se ha librado una intensa batalla por la atención. Esto, puede inducirnos a datos engañosos, ya que el espacio mediático siempre ha cantado victoria en torno a un mismo bando: la televisión. Pantallas omnipresentes que ofrecen el menú diario de la telebasura, compuesto por: magazines trasnochados de alto contenido calórico, dieta rica en sensacionalismo, oferta de entretenimiento viciada, ausencia palmaria de espacios culturales y la virulencia febril de realities de “copia y pega”.
Me atrevería a decirles que, la tele, como la llamamos en nuestro lenguaje de andar por casa, lleva décadas viviendo de una renta imposible de estirar. ¿Cuántas veces habrá lamentado que no hay nada que ver? Seguro que tantas que es incapaz de llevar la cuenta. Sin embargo, en el rincón olvidado destinado para los héroes ancestrales, su competidor, resiste con dignidad estoica. La radio nunca va a pasar de moda.
La televisión, en busca de audiencias masivas, ya ha demostrado carecer de escrúpulos, hasta tejer un escenario en el que imperan los gritos, el ruido, la inmediatez superficial de los noticieros, el espectáculo zafio de los programas de televisión en los que se destripan vidas ajenas. Por contra, este que les habla les puede decir con aplomo y seguridad que la radio, a día de hoy, aún no le ha decepcionado.
La radio nos hace ver con los oídos, generando sinergias y estímulos inimitables. En este sentido, no es de extrañar el apabullante auge de plataformas de stream, canales y podcasts como alternativas análogas. En esta era de sobreexposición visual, resulta vital recordar el valor de un medio que ha sabido resistir el canto de sirena de la farándula y que, con la única herramienta de la palabra, sigue demostrando que la verdadera comunicación no reside en lo que se ve, sino en lo que se siente y en lo que se piensa. La radio, lejos de ser un medio del pasado, es un recordatorio de lo que realmente importa en estos tiempos tan oscuros como inciertos.


