El misterio puede hacer acto de presencia en cualquier lugar de nuestra ciudad, pero, a decir verdad, los templos jerezanos conservan un halo enigmático que los hacen más especiales que ningún otro. Seamos creyentes o no, al acceder a una iglesia sentimos como una extraña atmósfera nos invade y nos transporta a otro tiempo. Dejando creencias aparte, aconsejo a los lectores recorrer las calles de Jerez de la Frontera a pie, cuando el sol ya se despide en el horizonte, perderse por los recovecos del casco antiguo y su periferia, y, de paso, adentrarse en los diferentes templos que custodian cada barrio. Los muros centenarios, la iluminación, las imágenes inertes, el olor… todo te envuelve y te atrapa de una manera única.
Y sobre iglesias vengo a hablaros. En este singular paseo dirigimos nuestros pasos a la primitiva collación de San Juan, para contemplar desde el exterior el templo del mismo nombre. San Juan de los Caballeros, cuya historia nos remite a tiempos de la reconquista cristiana allá por el siglo XIII, conserva esa magia del pasado que nos deja mil historias y leyendas, algunas de ellas, muy cercanas en el tiempo. Charo Lozano es la protagonista de este caso tan misterioso y entrañable, una jerezana a la cual conozco desde hace unos años, ya que es fiel seguidora de mis andanzas misteriosas por Jerez, y asistente habitual a mis rutas nocturnas por la ciudad. En la entrevista que le realicé, tuve la extraña sensación de viajar a otros tiempos, de situarme en pleno barrio de San Juan de finales de los años sesenta y principio de los setenta.
"Te voy a contar las experiencias que tuve cuando yo viví en la iglesia de San Juan de los Caballeros a finales de los años sesenta. En la casa que se sitúa junto a la entrada principal, lo que hoy día es la casa hermandad de la Vera Cruz, residí junto con mi familia. Mi dormitorio, donde dormía con mi hermana, daba a la iglesia, y a las dos siempre nos dio mucho miedo. La puerta, de madera tallada, que conectaba con la iglesia, tenía en la parte superior unos cristales que aun a día de hoy se conservan.
La iglesia casi nunca se abría, tan solo en Semana Santa, y también los jueves, que solía venir una catequista; allí acudían casi todas las niñas del barrio, ya que a final repartía bolsas con comida y las madres de entonces mandaban a sus hijas. Quiero decir que, a excepción de los jueves y las fechas de Cuaresma, la iglesia permanecía siempre cerrada. Y a mí me daba miedo dormir allí, porque cuando encendía la luz de mi habitación, a través de los cristales de la puerta, la luz llegaba a la iglesia. Yo tendría unos once años, y recuerdo que le decía a mi hermana que, si encendíamos la luz, lo que hubiera en la iglesia se podía enterar de que allí vivía gente, así que muy pocas veces lo hacíamos. Pero una de las noches que nos fuimos para dormir, nos ocurrió algo.
Mi hermana y yo estábamos charlando cuando de pronto escuchamos tres fuertes golpes en la puerta que daba a la iglesia. Tres golpes muy claros. Nos quedamos las dos en la cama, asustadas, y nos levantamos muy despacio para buscar a mi madre, y cuando se lo contamos, nos dijo que no nos moviéramos de allí, que iba a buscar a mi padre. Ella fue hasta la Plaza Sanlúcar, donde mi padre tenía un kiosco, y lo avisó. Era verano, sobre las once de la noche más o menos. Frente al kiosco había un tabanco que se llamaba El Tocomocho, y cuando el dueño y los que estaban allí vieron que mi madre fue a buscar a mi padre, le preguntaron qué pasaba. Al saberlo, decidieron cerrar el tabanco y acompañar a mi padre a la iglesia, para que no entrara solo. Llegaron allí. Mi padre, que tenía las llaves, abrió, y empezó a encender las luces. Preguntaban en voz alta si había alguien, pero nadie contestaba. Después de un rato, y sin encontrar nada ni a nadie, cerraron la iglesia. Mi padre llegó a casa y nos preguntó, y le contamos lo que nos pasó. Le dijimos que nosotras no íbamos a dormir más en esa habitación, y aquella noche así lo hicimos".
Y esos misteriosos golpes se produjeron en la puerta de su habitación, que, curiosamente, colindaba directamente con el interior de la iglesia. He mencionado en párrafos anteriores que los templos tienen un aire divino que nos atrapa de una manera especial, aunque dependiendo de la situación, el ambiente se puede tornar inquietante. La soledad, en algunos lugares, nos puede producir una sensación diferente, y poco tranquilizadora, me atrevería a decir. Y por el respeto que le tengo a muchos de ellos, el mero hecho de imaginarme allí, solo, me produce un escalofrío muy particular. No encontraron a nadie en el interior de la iglesia, pese a que la registraron de arriba abajo.
Charo y su hermana no volvieron a dormir en esa habitación, pues aquello, aunque os pueda resultar algo simple a los lectores, les marcó. No todo el mundo puede contar que ha vivido en el interior de una iglesia, y a mí, personalmente, me parece algo muy peculiar, y Charo, a pesar de haber vivido esta extraña experiencia, conserva buenos recuerdos de esa época. Pero, ¿qué fue aquello? ¿Quién llamó tres veces a la puerta? Tal vez, la incógnita permanezca oculta entre sus muros, pero ella nos cuenta otra vivencia, en el mismo lugar, y situada en una época más reciente.
"Suelo ir todas las semanas a la iglesia de San Juan de los Caballeros, para pasear por mi antiguo barrio y recordar otros tiempos. Conozco a uno de los hermanos de la hermandad de la Vera Cruz, y uno de esos días que entré, la puerta que daba acceso a donde yo vivía estaba abierta, la cual ahora es casa hermandad. Entonces, le dije a uno de los hermanos que yo viví allí, y le sorprendió bastante. Me invitó a pasar, y comprobé como, evidentemente, estaba todo muy cambiado. Me preguntó que, si mi madre pintó la cocina de color celeste, y le dije que sí, y lo curioso, es que ellos se preguntaban desde hace años quién habría pintado esa zona de celeste, y a modo de recuerdo, dejaron un trocito en la pared, en memoria de la persona que lo hizo.
Allí mi madre tenía la cocina instalada. Entonces, salimos de nuevo para la iglesia, y le conté la experiencia que tuvimos aquella noche con los tres golpes en la puerta, a lo que me respondió con otra vivencia que tuvo junto con otros hermanos en la zona frente al altar. Resulta que una tarde noche estaban allí preparando cosas, y se trajeron una botella de refresco, y la dejaron en uno de los bancos. Pues, me contó, que la botella, de buenas a primera, comenzó a dar saltos a todo lo largo del banco, sola, ante la mirada de ellos, sin ninguna explicación".
A veces, lo absurdo puede tomar forma, y presentarse en el momento y lugar menos indicado. Charo, convencida de que en esa iglesia había algo especial, descubrió casi por sorpresa un hecho anómalo vivido por terceras personas en la iglesia de San Juan de los Caballeros. ¿Una botella dando saltos por uno de los bancos? Leer este tipo de casos puede provocar una risa sarcástica. Vivirlo, tal vez no…



