Existen lugares especiales en los que la extraña fenomenología es más recurrente de lo habitual. Uno de ellos son los hospitales, donde a lo largo del tiempo se han dado casos relacionados con presencias que parecen no pertenecer a nuestro plano. Por norma general, las visitas que realizamos a estos centros suelen ser breves, pero también, por desgracia, muchas personas entran para no salir jamás. Los hospitales son lugares de dolor, de malas noticias, de tragedias, pero también de esperanza, de superación, y donde damos la bienvenida a la vida.
En el Hospital de Jerez existen muchas historias relacionadas con lo paranormal, aunque, por evidentes motivos, no todo el mundo se atreve a contarlas, y no solo me refiero al personal sanitario, sino a pacientes y acompañantes que han tenido el infortunio de toparse con lo imposible. Testigos con nombre y apellidos me han relatado sus experiencias, como es el caso de un trabajador al cual conozco muy de cerca, y que me contó lo siguiente:
"Aquí, en el Hospital de Jerez, tiene lugar una aparición que suele ser muy recurrente entre pacientes y trabajadores. Se trata de un niño de unos ocho años de edad, que corretea por los pasillos jugando con una pelota. Pero no te lo digo por decir, ni te lo cuento como una leyenda, sino como una realidad. Mira Adrián, son muchas las personas que se han topado con esta aparición. Por ejemplo, te cuento el caso de una mujer que estaba acompañando a un familiar ingresado en la zona de cardiología. Aquella mujer, cierto día, y de madrugada, sin poder conciliar el sueño, se levantó del incómodo sillón y se fue en busca de la máquina del café. Y allí se encontraba cuando, de pronto, vio a un niño corretear con una pelota en el lado opuesto del pasillo. Miró su reloj, y se extrañó bastante, porque le pareció raro que, a esa hora, un niño estuviera jugando en ese lugar. No había nadie más, no había personas mayores con él, no se escuchaba nadie por los alrededores, de hecho, el niño tampoco parecía hacer ruido. Era todo muy raro. Salió a fumarse un cigarro, apuró el café, y a la vuelta, camino a la habitación, volvió a verlo. El niño no parecía percatarse de la presencia de esta mujer, decía que iba a lo suyo. Antes de entrar en la habitación, se pasó por el mostrador y comentó a los celadores lo que le había ocurrido, que un niño estaba correteando con una pelota por el pasillo y parecía estar solo. Pero claro Adrián, estos celadores ya conocían esa historia".
Un niño con una pelota correteando por los pasillos del Hospital de Jerez. Pero no un niño cualquiera, sino más bien un niño que lo fue en el pasado, que pertenecía a nuestro plano, pero ya no. Se aparece a su antojo y en diferentes partes del hospital. Y claro, me fascinó que este caso me lo contara un trabajador del mismo hospital, alguien que conoce a la perfección cada rincón del mismo. ¿Por qué dudar de su palabra? No tenía motivo para ello, y el tiempo, me dio la razón. Y me explico. Lo más interesante de un caso no es que te lo cuente una persona y te sorprenda, sino que diferentes personas, de diferentes ámbitos y sin relación entre sí, te cuenten exactamente lo mismo. Y esto me ha ocurrido con este caso. María, por ejemplo, es una enfermera que trabajó durante ocho años en el Hospital de Jerez, y cierta noche, acudió a una de mis rutas, concretamente a la que realizo por el barrio de San Mateo, y donde precisamente cuento este caso. Al terminar aquella ruta, llegué a mi casa, y María me había dejado un mensaje, el cual decía lo siguiente:
"Buenas noches Adrián. He estado esta noche en tu ruta, y me ha gustado muchísimo. Cuando contaste lo del niño del Hospital de Jerez, se me pusieron los vellos de punta, porque yo lo he vivido en persona. Soy enfermera y he trabajado en diversos hospitales, entre ellos, el de Jerez. Y una noche, haciendo guardia en la UCI, un paciente de edad avanzada, comenzó a decir “niño, niño”. Claro, yo no suelo acudir porque muchas veces dicen niño o niña refiriéndose a nosotros, pero decidí acercarme por si le pasaba algo. Cuando le pregunté, mi sorpresa fue que no nos estaba llamando a los enfermeros, sino a un niño que estaba jugando enfrente con una pelota y no lo dejaba descansar del ruido que estaba haciendo. Al comentarlo a compañeros más antiguos, me confirmaron que allí, en esa misma habitación, había fallecido un niño hacía mucho tiempo, y se escuchaba una y otra vez ese rumor de que se veía a un niño jugando con una pelota…".
Cuando leí este mensaje me quedé a cuadros, sinceramente. Y hablamos de una misma visión, un testimonio idéntico, proveniente de dos personas diferentes. Pero ahí no queda la cosa, sino que cuantas más personas acudían a esa ruta, más testimonios de personal sanitario me encontraba. Incluso antes de llegar a ese punto, había personas que me preguntaban si conocía lo del niño del hospital. Ya el caso estaba tomando un cariz interesantísimo.
Mi compañero José Luis Montes me llamó una tarde bastante sorprendido porque una chica de su familia fue a su casa, y resulta que, el padre de esta chica sufrió un infarto del cual se recuperó sin problemas. José Luis le preguntó por su padre, a lo que ella le respondió que se estaba recuperando bastante bien, y entre bromas, le hizo una segunda pregunta: «Oye… ¿Y tu padre no vio la luz al final del túnel?». La respuesta que ella le dio a José Luis, lo dejó de piedra:
«Pues mi padre no ha contado nada raro José Luis, pero te voy a contar algo que vi en el hospital cuando estuve ingresada por meningitis. Resulta que cuando estuve en urgencias, vi la sombra de un niño jugando con una pelota proyectada en la pared. Y eso no fue una alucinación ni nada, sino que lo vi perfectamente…».
Por aquel entonces, y hablamos del año 2020, llevábamos poco tiempo realizando las rutas, y esta chica no sabía siquiera de nuestras misteriosas andanzas, y simplemente fue su respuesta a una pregunta diferente, sin mencionarle nada de ningún niño que se aparece. Podría enumerar varios testimonios similares, pero sería repetir lo mismo una y otra vez. Pero claro, lo interesante de esta aparición es la historia primigenia que se encuentra detrás. Cuando aquel trabajador del hospital me contó este caso, me habló del posible origen de tal fenómeno.
«Resulta que, hace muchos años, un niño de unos ocho años de edad se encontraba ingresado en el hospital a causa de una enfermedad incurable. No se podía hacer nada por su vida, y su familia, como es evidente, pasaba por los peores momentos de sus vidas. Pero resulta que una tarde, el padre de este chico salió de trabajar y pasó por una juguetería para comprarle un regalo a su hijo. Tras ello, llegó al hospital, entró en la habitación y se lo entregó. Cuando el chico lo abrió, era una pelota, y se fundieron en un largo abrazo mientras su padre lloraba desconsoladamente a sus espaldas. Días después, lamentablemente, murió».
Un último regalo que no pudo disfrutar, puesto que su enfermedad le impedía levantarse de la cama. Le llegó la muerte, y como capricho del destino, aquel chico parece seguir vagando por diferentes lugares del Hospital de Jerez, disfrutando de esa pelota que no pudo disfrutar en vida, atrapado entre los muros que le vieron marcharse de su cuerpo, pero que, como un castigo o una maldición, sigue manifestándose para demostrar que sigue ahí, que no se ha ido, que está entre nosotros.
