Para la gran mayoría de personas, las Navidades son fechas entrañables. Época de festividad, reencuentros, reuniones familiares, ilusión y esperanza. Pero también de recuerdos amargos por aquellos que faltan. Observar ese rincón de la mesa donde cada año se sentaba la persona en cuestión, nos hace añorar esos tiempos en los que no faltaba nadie y la alegría reinaba en cada uno de los presentes, pero la rueda de la vida es impasible ante nuestra comprensión, y nos arrebata de nuestro círculo un pedacito de nosotros en el momento menos esperado.
Hoy os traigo una historia bonita, pero cargada de misterio, y es que, existen personas capaces de dejar una huella imborrable. Nuestro protagonista de hoy es un jerezano llamado Julio, el cual me relató los diferentes acontecimientos que acaecieron en la familia tras la muerte de su suegro, con el cual le unía un vínculo muy especial.
"Te voy a relatar las diferentes situaciones que nos ocurrieron tras la muerte de mi suegro Antonio, que falleció el tres de mayo de 2022. Para mí, fue una persona muy especial, como un segundo padre. Para la familia, mucho más que eso, puesto que todos girábamos alrededor de él, un hombre muy querido y que, cuando murió, nos afectó a todos de una manera especial. A los meses de morir, y ya encarando las fechas navideñas, la familia tomó la decisión de no reunirnos ese año por Nochebuena. Tenemos un local donde siempre celebrábamos los días clave, tanto Nochebuena, Navidad, Año nuevo y el día uno de enero.
El día veinticuatro de diciembre lo pasé en casa junto con mi mujer y mis dos hijas, puesto que, como te he comentado, decidimos no juntarnos por el fallecimiento de mi suegro, pero, finalmente, y de manera improvisada, los días previos, sobre el veintitrés, uno de los nietos propuso que nos reuniéramos el veinticinco, día de Navidad, alegando que el abuelo Antonio así lo hubiera querido. Así que, de manera improvisada, lo hicimos, y cada uno llevó algo para tapear. Uno de mis cuñados, que tiene un bar, llevó una caja de patatas. Cuando estábamos reunidos, y ya sentados, mi cuñado comenzó a repartir los paquetes en la mesa, y cuando vimos la marca de las mismas, nos quedamos de piedra. Precisamente, era el abuelo Antonio, y la cara de los presentes lo decía todo. Al preguntarle si lo había hecho a conciencia, nos dijo que no, que, de hecho, él trabajaba con otra marca diferente. La caja donde venían los paquetes de patatas estaba cerrada y sin serigrafiar, anónima. Fue, digamos, la primera de las coincidencias, por llamarlo de alguna forma, que nos ocurrieron tras la muerte de mi suegro".
Y aquellos paquetes de patatas, lucían en su nombre “El Abuelo Antonio”, una marca conocida, pero que no era la que usualmente trabajaba el que las llevó, que regentaba un bar. Él juró que había comprado otra marca, pero, para su sorpresa y la de todos, el nombre del difunto apareció, aunque fuera de esa forma, en la improvisada reunión familiar. Julio, entre lágrimas, me decía que fue una manera de que su suegro estuviera allí con ellos, aunque fuera a través de una casualidad. Hay otra anécdota curiosa que también me llamó la atención, porque tiene que ver con el propio abuelo Antonio, y con un famoso villancico.
"Una sobrina de mi mujer estaba en Granada viviendo con su pareja. Antes de eso, ella entregó allí un currículum para un puesto de media jornada que a ella le interesaba. El requisito era tener el carnet de conducir, pero ella no lo tenía en ese momento, aunque de todas formas probó suerte. Se presentó por presentarse, a sabiendas de que quizás no la iban a coger por no tener licencia para conducir. Era una asociación para personas con discapacidad. Se presentó, y, al día siguiente, la llamaron, y le dijeron que habían pensado en ella y que estaba contratada.
Una vez allí en Granada, en uno de los coches donde transportaba a un paciente discapacitado que no hablaba, y que carecía también de lenguaje corporal, le ocurrió algo inusual. Aquel joven, que nunca había pronunciado una palabra delante de ella, comenzó a entonar el famoso villancico de La Tarara. Mi sobrina no salía de su asombro. Ese villancico era el que el abuelo Antonio, su abuelo, entonaba cada año en las reuniones familiares. Lo más rocambolesco de todo, es que este hecho ocurrió un catorce de marzo, precisamente, en el día del cumpleaños de mi suegro. Aquello fue muy fuerte para la familia, puesto que parecía que el abuelo Antonio estaba enviando señales de una forma u otra. Ella interpretó que su abuelo le había ayudado para que consiguiera ese puesto de trabajo".
Puede que se traten de meras casualidades, pero, vaya casualidades. La figura de aquel hombre estaba muy presente en el recuerdo y en los corazones de cada uno de los miembros de la familia. Una persona muy querida como me comentaba una y otra vez. Julio me contaba que, antes de morir su suegro, y como tradición, cada noche del cinco de enero iba solo a casa de su suegro para reunirse con él, tomarse unas copas y recoger algunos regalos que allí guardaba. Pero en 2023, su suegro ya no estaba, y esa tradición llegó a su fin. Aquí Julio nos cuenta algo verdaderamente asombroso, tal vez, el caso más increíble de todos.
"Mira Adrián, me ocurrió algo que me sorprendió bastante. Yo todos los años, desde que conozco a mi mujer, dejaba los regalos de Reyes en casa de mi suegro, que vivía a unas cuatro manzanas de donde tengo mi casa. Ya se convirtió en una especie de tradición. Llegaba el día cinco de enero por la noche, y cuando mis hijas se dormían, iba a recoger los regalos sobre la una de la madrugada, ya entrado el día seis. Mi suegro ya me esperaba, y allí solía tomarme algo con él, recoger los regalos, bajarlos al coche y marcharme. Así que, tras su muerte, como supondrás, no dejé los regalos en su casa, puesto que él ya no estaba, y los guardé en casa de un cuñado mío. Llegó la noche de reyes, y sobre las doce de la noche fui a recoger los regalos, me entretuve un rato con él y, a eso de las una y cuarto de la madrugada, me vine de vuelta para casa.
Ya sabes que, en la zona de las Torres, donde vivo, para aparcar está la cosa difícil, así que, a esa hora, comencé a buscar aparcamiento por los alrededores, dando una vuelta, otra, y otra, y otra, y otra, pero nada, no encontraba un hueco. Entré incluso al aparcamiento del hospital, ya que vivo enfrente, pero nada. Así que lo intenté de nuevo por mi zona, pero nadie salía, y decidí ir un poco más allá, a las zonas aledañas. Buscando y buscando, al fin encontré un aparcamiento, y cuando ya estacioné, al bajarme, me dio un vuelco el corazón. Había aparcado justamente en la puerta de la casa donde vivía mi suegro, donde cada año, a esa hora, iba a recoger los regalos. ¿Cómo era posible que no encontrara aparcamiento por ninguna parte, y fue allí donde finalmente lo dejé? El único sitio que había. Es como si, de un modo u otro, mi suegro me hubiera reservado esa plaza de aparcamiento, como si, al igual que cada año, tuviera que estar allí, en la noche de Reyes. Para mí, fue increíble, literalmente".
La historia de Julio, o de su suegro, es el paradigma de lo insólito, de cómo las señales provenientes de ese hipotético otro lado hacen acto de presencia. El abuelo Antonio, tal vez, decidió comunicarse con ellos a través de esas situaciones descritas, y fue en las fechas navideñas cuando decidió hacerlo. Podríamos decir, que la Navidad nos regala misteriosas y bellas historias.
