Vox no va al cine, no vaya a ser que cuenten lo que no les gusta

Abascal ha dicho que no irá a los Goya, mientras pide que hagan películas de orgullo español. 'Mientras dure la guerra' no le parece suficiente

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Licenciado en Periodismo y Máster en Comunicación Institucional y Política por la Universidad de Sevilla. Comencé mi trayectoria periodística en cabeceras de Grupo Joly y he trabajado como responsable de contenidos y redes sociales en un departamento de marketing antes de volver a la prensa digital en lavozdelsur.es.

Un fotograma de 'Mientras dure la guerra', la película de Alejandro Amenábar. FOTO: Movistar+
Un fotograma de 'Mientras dure la guerra', la película de Alejandro Amenábar. FOTO: Movistar+

Para los Goya de 2019, Vox se quejó de que no les habían invitado a la gala. La Academia del Cine respondió que sólo invitaban a los principales partidos, y que Vox, por entonces, era una formación extraparlamentaria. Dijo la Academia también que ni siquiera habían invitado a ERC, Coalición Canaria, etc., a pesar de estar en el Congreso. Vox sugirió entonces hacer películas de Blas de Lezo, que hicieran grande a España. Y que así, iría más gente a ver las películas y no harían falta subvenciones.

Es una pena, se mire por donde se mire, que el debate quede anclado ahí. Si hay alguien que se lleva dinero público, lo mejor es que se escanee cada gasto. En eso, todos deberíamos estar de acuerdo. Otra cosa es olvidar que los mejores tiempos del cine europeo han llegado cuando se han subvencionado a sus creadores: la Nouvelle vague francesa y el Neorrealismo italiano. Si alguien hubiese pedido cuentas de si la imagen que se exportaba de sus países era la adecuada, nos habríamos perdido para siempre historias de la bajeza humana. Subvencionado fue el paralelo español de películas carpetovetónicas que ni fu ni fa. El Franquismo produjo propaganda, nunca dio libertad a sus creadores de cumbre.

El cine español se enfrenta cada dos por tres al mismo debate. El equilibrio estaba en dotar económicamente a los creadores con un impuesto a los soportes donde se copiaban ilegalmente sus películas. España es un gran consumidor de cine ilegal. Gracias a plataformas como Filmin y, en menor medida, Netflix o HBO, eso está cambiando. Parece que el sector, al fin, empieza a encontrar cierta estabilidad dentro del mercado digital. En Netflix se puede ver, por ejemplo, la última de Almodóvar, que llevará a uno de nuestros grandes a su primera nominación al Oscar, el malagueño Antonio Banderas.

Si Vox quiere a Blas de Lezo en el cine, está bien. Ya se han hecho películas sobre momentos históricos de España. Nos han contado la historia de los últimos de Filipinas, por ejemplo, y no dudo que el marino español tiene una película aún por rodarse, que ojalá sea rentable.

La pena es que Santiago Abascal podría haber aprovechado su visita a los Goya, a los que ya ha dicho que no irá salvo volantazo de última hora, y podría haber departido un rato con otro insigne, Alejandro Amenábar. Lleva su película Mientras dure la guerra. El retrato de los tiempos de la Guerra Civil suena fresco. Atrás ha quedado el tiempo de las películas tristes, un tiempo que se abrió con Las bicicletas son para el verano y se cerró, probablemente, con Los girasoles ciegos. Entre medias, es cierto, se tocó el tema con cierta bonhomía pero cayendo en algunos tópicos.

https://www.youtube.com/watch?v=E4luzHcHTEg

Lo que enfrenta el espectador en Mientras dure la guerra es una realidad incómoda, la ruptura de España desde los ojos de un ilustre pensador, Miguel de Unamuno, más obsesionado con europeizar nuestro país, en abordar una nueva Ilustración, que con partir cabezas. Cada epíteto lanzado contra la II República lo podría suscribir Abascal. Los ojos de Unamuno son los ojos contra la barbarie, el continuo reto de escabullirse de los colmillos. Un acto mucho más complejo cinematográficamente que La Vaquilla, película memorable pero que, no olvidemos, centró la Guerra Civil en que todos son iguales, todos son hermanos. Esa complejidad se encuentra en Mientras dure la guerra, en la impotencia de Unamuno, conservador en sus últimos años, y sin referentes como republicano perdido que fue.

Sin intentar ventilar el argumento, quede para el recuerdo otro que de grande de España no tiene nada, Millán-Astray, quien como Blas de Lezo acabó mutilado, sin ojo, sin brazo. Un cruzado por nuestra gloria que, siendo seguro hijo de su tiempo, jamás debiera ser recuperado más que para contar la atrocidad del ser humano. El carnicero ya tiene también su película. Ojalá las gentes de Vox hayan ido a verla.

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