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Refugio nocturno

Me han contado que, en Nueva York,

en la esquina de la calle veintiséis con Broadway,

en los meses de invierno, hay un hombre todas las noches

que, rogando a los transeúntes,

procura un refugio a los desamparados que allí se reúnen.

Al mundo así no se le cambia,

Las relaciones entre los hombres no se hacen mejores.

No es ésta la forma de hacer más corta la era de la explotación.

Pero algunos hombres tienen cama por una noche,

durante toda una noche están resguardados del viento

y la nieve a ellos destinada cae en la calle. […]

Algunos hombres tienen cama por una noche,

durante toda una noche están resguardados del viento

y la nieve a ellos destinada cae en la calle.

Pero al mundo así no se le cambia,

las relaciones entre los hombres no se hacen mejores.

No es ésta la forma de hacer más corta la era de la explotación.

Bertolt Brecht

Se trata de la tensión sempiterna entre la pulsión de transformación social y la imprescindible asistencia a quienes padecen las consecuencias de este sistema. Bertolt Brecht -en este poema escrito en 1931 en plena gran depresión- refleja mejor que nadie ese repetido debate entre las causas y las consecuencias, entre asistencia y denuncia comprometida, entre caridad y derechos. Los Derechos Humanos no son sólo un catálogo, sino un ideal de emancipación y de alguna forma un programa de transformación social. Y la Declaración Universal señala que los seres humanos deben comportarse fraternalmente los unos con los otros. Son evidentes los ecos del afortunado grito que nos legó la revolución francesa: Libertad, igualdad, fraternidad. Libertad e igualdad implican un programa de acción, una proclama del mundo que queremos y por el que queremos luchar y comprometernos. Pero, también, fraternidad, que, por el contrario, es un imperativo moral, un llamado ético, un compromiso de conciencia con los demás y hacia los demás.

La libertad y la igualdad se conquistan. La fraternidad no. No se puede imponer. No puede ser obligada. Son dos ámbitos de la acción humana, imprescindibles ambos, complementarios si se quiere, que no se pueden ver como antagónicos en ningún caso. El voluntariado podría ser una expresión práctica de aquel valor moral y social. Las personas que se dedican de forma desinteresada, pensando en los demás, a la acción social, lo hacen desde la empatía y la compasión. Otro sentimiento sin el cual es imposible la fraternidad. Por eso, si no se quieren marchitar los sentimientos más nobles que mueven al voluntariado, este no puede ser en exceso reglamentado por la burocracia administrativa desde sus despachos. Aunque sea desde la buena intención, que no siempre es así.

En muchas organizaciones del llamado Tercer Sector existe todavía este legítimo debate: ¿el voluntariado debe ser un modo de participación social crítica o simplemente es realmente un gesto de altruismo sin más y o se puede exigir más? Desde nuestro punto de vista el voluntariado también tendría que ser -o podría ser- expresión de compromiso y participación social. Dicho de otra manera, el voluntariado social debería caracterizarse -también- por poseer un espíritu crítico y transformador, orientado a eliminar las causas de la desigualdad, y no sólo trabajar sobre sus consecuencias. Quizás deberíamos autoanalizarnos críticamente las ONGs y colectivos sociales comprometidos con los más desfavorecidos por no fomentar con más tesón un voluntariado comprometido con el cambio social.

Sucede que no todas las organizaciones proveen de formación a su voluntariado sobre las causas que han originado las situaciones sobre las que intervienen. Además, no todas cuentan con mecanismos de comunicación social de sensibilización y denuncia, ni con mecanismos de incidencia política ni para la articulación de demandas. Y finalmente, porque algunas organizaciones solo tienen una burda visión instrumental del voluntariado. Y ciertamente de forma bien desafortunada así se promociona.

No todas las organizaciones proveen de formación a su voluntariado sobre las causas que han originado las situaciones sobre las que intervienen

Tomemos por ejemplo el caso de la APDHA, que es una organización de voluntarios y -sobre todo y afortunadamente- voluntarias. Ciertamente se trata de un grupo de personas altamente comprometidas en la lucha por los derechos humanos y la defensa de los oprimidos. Voluntarios militantes si se quiere, pese a que se trata de un término devaluado y antipático. Entendemos el voluntariado como construcción colectiva, no hay muros, no establecemos niveles. El que se interesa, se integra, participa, es uno más, queremos que se involucre en las decisiones y en el trabajo colectivo. Pero eso, debemos reconocer que no es fácil, porque la sociedad empuja a un voluntariado más cómodo, que no adquiere compromiso ni con el funcionamiento ni con los objetivos de la organización en la que se desarrolla ese voluntariado. Y es una tensión que aún no tenemos bien resuelta. Y que posiblemente sea irresoluble como ese Refugio Nocturno de Bertolt Brecht.

¿Por dónde caminar? Pues trabajando para que el voluntariado aumente su capacidad y su implicación en la lucha por la transformación social, para que integre horizontes éticos de compromiso y trascienda la acción simplemente de asistencia, aunque esta también sea imprescindible. Pero es que incluso la acción social de simple asistencia ha de tener forzosamente un norte ético político, si quiere superar la mera caridad. Por ejemplo, creemos que ha de construirse bajo el protagonismo del derecho del otro. De lo contrario, si se concibe como un favor caritativo, el protagonista es el voluntario, el que hace el favor. Así resulta fácil -como a veces ocurre- que se considere al otro como “cliente” que viene al “servicio” que se presta y que debe quedar además agradecido. Es fácil que ese otro termine viendo rota su dignidad y se refuerce el círculo de exclusión y marginalización. El voluntario debiera ser tan sólo el instrumento de apoyo para que el otro pueda ejercer su derecho.

Por tanto, es importante un voluntariado que fomente la autoestima, la capacidad de decisión propia, la auto organización de la gente para que sean capaces por si mimos de actuar en la lucha por sus propios derechos. Un voluntariado, además, y esto merecería ser tratado con mayor detenimiento, que no sea utilizado como sustitutivo de servicios que debe prestar la administración dedicando recursos y personal. Un voluntariado, en suma, de ayuda desde el derecho del otro, al tiempo que de compromiso, nada burocrático, cercano a los más débiles, que sepa señalar causas y no sólo paliar consecuencias. Un voluntariado al fin de participación crítica y, de alguna forma, que sea agente de cambio social.

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