En todos mis viajes por trabajo, dado que viajo a lugares especialmente concurridos en la misma fecha en que medio mundo quiere ir al mismo sitio que yo, no me queda más remedio que reservar habitación, e incluso vuelos, con una antelación que considero absurda, pero resulta necesaria.
Este principio de otoño he salido por muy corto tiempo de vacaciones y he querido viajar, como hago siempre en vacaciones, con alguna espontaneidad, lo que se ha revelado muy difícil o casi imposible. De vacaciones, suelo reservar las primeras noches de habitación con alguna desgana. Eso supuso que en el último momento tuviera qaue comprobar que donde yo hubiera querido hospedarme no me ofrecía ninguna cama y ahí empezó mi vértigo, que se disipó rápidamente gracias a que en Cadi hay bastante oferta cuando ha pasado ya el verano y no es Carnaval.
Moverme de un sitio a otro no suele ser un problema, en tren o en autobús, excepto cuando entra en mis planes hacerlo por Extremadura. La oferta de horarios suele ser complicada, quizá solo haya una posibilidad en todo un día, o no es posible llegar o salir en transporte público con facilidad. Este año decidí conocer Villanueva de la Vera y me salvo Fortuna en el último momento, en el que ya creía que tendría que pasar la noche bajo los soportales de la plaza. Acababa de pasar su temporada alta y todo el mundo había tomado sus vacaciones a la vez, al mismo tiempo que todos los taxis estaban ocupados o ni siquiera respondían a mis mensajes de WhatsApp, a pesar de que se anuncian con un número de móvil. Las casas rurales del pueblo, todas, cerradas por vacaciones incluso sin un cartel que lo anunciara, respondieron, si lo hicieron, con notable tardanza. Yo ya me veía bajo los arcos y la luna. Al fin, recibí un mensaje después de la siesta, lleno de amabilidad y con un colchón. Vinieron a buscarme, me devolvieron al pueblo para cenar y una vez más para tomar un bus que me sacara de pueblo tan bonito y tan hostil al viajero, aunque muy solícito al turista.
La espontaneidad del viajero no es fácil de practicar. Se desea, en todas partes, al turista organizado, ese que llega y lo anega todo con sus reservas y con un dinero que llena los cajones con solo echar las redes del calendario. El sistema mata la espontaneidad, una forma de viajar y de vivir que siempre fue difícil. Más hoy, aunque parezca lo contrario, en este tiempo en que vivimos convencidos de que gozamos de mayor libertad que nunca. Quien no encierre su vida en una programación anticipada no lo va a tener nada fácil. Esto incluye adaptarse a la oferta, que se ha convertido en demanda, y la demanda en oferta dócil, casi amaestrada, que luego escribe alabanzas en forma de estrellitas de felicidad, porque ya nadie se atreve a reconocer que algo le salió mal. Todo el mundo desea ser el individuo feliz de la publicidad y la propaganda. Nadie parece poder permitirse que su tiempo y su dinero hayan sido enterrados, total o parcialmente, por un sistema de cosas que funciona peor de lo que queremos ver. Protestar está mal visto o es parte del deporte que es vivir: dos extremos nada aconsejables.
Así como en el viajar, y la vida no es nada más que un viaje a la muerte, vivir es ya un sinvivir de alegrías extremadas y expresadas con una estrellita de felicidad o un me gusta al que no precede ninguna comprobación, en un dejarse llevar por el gusto establecido y pertenecer al grupo de los que gustan de lo que está decretado. Discrepar es el problema, y así nos vamos uniformizando y amaestrando a nosotros mismos según los gustos establecidos en general y en el inmenso espacio de la red binaria. Binaria, este es quizá parte del problema. Binaria porque solo caben dos valores opuestos y toda la escala de grises desaparece con una rapidez desoladora. Blanco o negro, pura polarización necesaria en la red, como sistema, para que pueda funcionar sin enormes complejidades. La red como horma de las perspectivas mentales.
La gente se apunta, para conocer gente, a plataformas donde se describen los seres humanos a sí mismos, desde las expectativas que tienen y que esperan en los demás. Y la red, el sistema, hace el resto. Espontaneidad poca; decepción, muchas veces, no poca, dependiendo de lo que se vaya a buscar y de los escrúpulos que se tengan. Es como hacer una reserva para que todo funcione sin sorpresa de última hora. Que nada falle, al tiempo que nos vamos adaptando a aceptar los fallos en razón de lo que esperamos sacar para nosotros, en una suerte de onanismo permanente.


