Un faro.
Un faro.

Empezaré este articulo por un tópico: “La vida es corta”. Una frase que repetimos tantas veces en conversaciones que puede llegar a perder el significado y la relevancia que deberíamos darle.

Y es que es realmente corta. Y a muchas personas se les ha hecho más corta de lo normal. Por desgracia y a lo largo de mi vida, he tenido que ir a algunos entierros que demuestran que no solo puede ser más corta de lo que debería ser para cualquier ser humano, sino que además añadiría que la vida puede ser tremendamente injusta, temible y desmesurada.

Por eso sigo este articulo con otra frase tópico “Vive tu vida”.

Somos animales sociales y por eso necesitamos encajar en nuestro entorno. Nos esforzamos por ser parte de nuestros grupos, de nuestras familias, de nuestro entorno. Y a veces, movidos por ese afán de querer complacer al resto, nos perdemos, viviendo una vida que no es la nuestra.

Nos dejamos influenciar por la presión de grupo. Y acabamos haciendo cosas, no porque sean las que sentimos, sino porque son “las que tocan”, “las que se espera de mí”. Estudiamos carreras que quizás no nos llenen, pero son las que dicen nos convienen. Elegimos profesiones porque son las de nuestros padres. Escogemos parejas porque son las que se adaptan a nuestra forma de vida. Incluso escogemos tendencias sexuales porque son las que se supone debemos tener. Somos capaces de sacrificar nuestra esencia “por lo que debo hacer”.

No quiero decir con eso que los consejos o recomendaciones de nuestro entorno sean malos. Seguramente son buenos consejos. Y de hecho, si nos los dan familiares y amigos, son cosas buenas. Solo que probablemente no lo son para nosotros, sino para ellos. No tienen por qué ser malos consejos, pero los humanos pasamos esos consejos por nuestros propios filtros. Por nuestras vivencias, por nuestros anhelos, por nuestros miedos. Así es que normalmente, cuando alguien nos da un consejo, suele ser el que esa persona considera que es positivo, si, pero para ella misma. Es lo que esa persona haría. Pero es que todos somos diferentes. Tú eres otra persona. Tú tienes otros anhelos y otras vivencias.

Quizás una de las cosas más difíciles a las que nos podemos enfrentar es precisamente esta. Hacer caso a nuestros propios consejos. Porque para eso primero tienes que conocerte a ti mismo. Escucharte y comprenderte. Y es un ejercicio personal complicado. ¿Qué es lo que realmente nos mueve? ¿Qué es lo que realmente queremos hacer con nuestra vida? ¿Qué queremos dejar como legado en este mundo?

Escucharse y entenderse no es algo ni fácil, ni algo que nos enseñen a hacer. Es algo que debemos aprender solos y que debemos hacer no solo a veces o de forma puntual, sino una práctica que debemos mantener a lo largo de nuestra vida.

Lo bueno que tiene es que una vez aprendemos a descodificarnos y a reconocer que queremos y que no, es algo que se va interiorizando y que vamos integrando en nuestra forma de vivir. Puede convertirse en algo cotidiano, como el comer o el respirar. Pero para eso, hay que saber parar y escuchar.

Recibimos miles de señales para ayudarnos a saber que queremos ser y que no, pero la mayoría de veces no les hacemos caso. A veces estas señales vienen en forma de enfermedades, accidentes o dolencias que aparecen cuando no estamos alineados con nosotros mismos. A veces vienen en forma de ansiedad, insomnio, intranquilidad. Pero también las recibimos en positivo. Son esas sensaciones y emociones que sentimos cuando estamos donde o con quien queremos estar. Esa sensación de comodidad, de tranquilidad, de libertad, de “estar en casa” cuando hacemos algo que realmente nos mueve por dentro.

Suele ser cuando estamos frente a uno de nuestros semáforos de la vida cuando vamos a pedir consejo a otros. A amigos o familiares

Esas sensaciones deberían ser nuestros semáforos. Igual que circulamos con ellas en la calle, deberíamos circular con ellas por la vida. Nuestras emociones son nuestros guías. Nuestra luz.

A veces les hacemos caso. A veces no. A veces solo de forma momentánea, para luego volver a “lo que debemos hacer” porque es “lo que se espera de mi”. La sociedad está en constante evolución, y la inteligencia emocional ya no es un término desconocido. Y ya se aplica en muchas áreas como la selección de personal. Pero queda mucho camino para integrarla en nuestra sociedad. No sé si llegará el día, pero ojala en el futuro, se nos de herramientas desde niños para saber reconocer estos semáforos y estas emociones, igual que se nos enseña seguridad vial.

Suele ser cuando estamos frente a uno de nuestros semáforos de la vida cuando vamos a pedir consejo a otros. A amigos o familiares. Y es cuando nos dan los mejores consejos del mundo, sí, pero no tienen por qué ser los que necesitamos nosotros. El mejor consejo que podemos darnos es el que nos damos a nosotros mismos. Cada uno de nosotros tiene su propio camino, y otras personas no podrán saber si debes girar a la izquierda o a la derecha. EL mejor consejo es el que parte de dentro de cada uno, porque cuando lo sigues, es cuando todo se va alineando y cuando viene esa sensación de tranquilidad y de paz. Una frase de estas que circulan por las redes sociales dice algo así como “Una sensación de paz es la indicación de que has tomado la decisión correcta”.

Y esta es la segunda parte de este ejercicio que nos lleva a vivir nuestra vida. Porque primero hay que saber escucharse y reconocerse, pero después hay que tomas decisiones. Podemos ver clarísimos que queremos o no queremos, pero podemos solo verlo, y no tomar las decisiones que nos llevarán a encauzar nuestro camino según nuestra propia luz. Entran los miedos, las resistencia, el ego y como siempre el “lo que debo hacer”.

En mi opinión, creo que “lo que debemos hacer” es lo que nos hace felices. No sé quién nos ha puesto en este mundo. Algunos le llaman Dios. Otros, universo. Otros, espíritu santo. Quizás son todos lo mismo. Pero creo que quien nos ha puesto aquí, quiere que seamos felices. Quiere que busquemos esas sensaciones de paz y de tranquilidad. Lo que algunos llaman paz emocional o espiritual, haciendo lo que necesitamos hacer, para ser felices y para hacer felices a los demás.

Nadie dice que sea fácil, nadie dice que no tenga consecuencias, pero en mi opinión, una vez sabemos lo que nos mueve, debemos dar ese salto y pasar por encima de nuestros miedos y de nuestras resistencias. Pasar por encima de los consejos de otros para seguir nuestra luz interior. Nuestro propio faro.

Pueden ser decisiones como dejar a una pareja. O cambiar drásticamente de profesión o de trabajo. Atreverse a decirle a alguien que le quieres. Decidir coger una mochila y dedicarte a recorrer el mundo. O “Salir del armario”. Cada uno tenemos nuestras propias decisiones que tomar y nuestras propias señales.

¿Y sabéis qué? Normalmente después del salto viene algo bueno y positivo. No solo para nosotros mismos sino también para las personas que nos rodean. Porque solo siendo felices, podemos hacer felices a los que nos rodean.

¿Saltamos?

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