La memoria parece vencer al olvido y la historia de nuestro país empieza a responder a la intensidad de una barbarie humana como fue la Guerra Civil. Durante la madrugada del pasado jueves, los restos mortales de Gonzalo Queipo de Llano, Francisco Bohórquez y Genoveva Martí Tovar fueron exhumados de la Basílica de la Macarena de Sevilla. De antemano, seguro que habréis escuchado esta noticia en los medios de comunicación nacionales.
La permanencia en lugar preeminente de la basílica de los restos mortales de estos personajes fundamentales del franquismo carecía de toda lógica. Desde sus orígenes, la Hermandad de la Macarena destacó por su carácter popular y de barrio. Los hortelanos, gremio fundador de la corporación, fueron los grandes divulgadores de la devoción a la Virgen de la Esperanza. Por lo tanto, los valores de la paz, amor y la confianza de lograr una realidad que se desea no pueden asociarse con nombres que conllevaron nada más y nada menos que la ejecución de muerte de 45.000 personas en Andalucía. De igual forma, la construcción de la Basílica no puede considerarse logro suficiente, máxime si se tiene en cuenta que el dinero pudo lograrse tras la muerte sangrienta de numerosos macarenos durante la guerra y la dictadura.
Obviamente, este proceso de exhumación no podía hacerse de cualquier manera. También, entre otros pormenores, tocaba prestar especial atención a la argumentación desplegada por los detractores de la memoria democrática: sacar muertos no ayuda a resolver la economía, la sepultura de las personas es indiscutible desde el antiguo Egipto con independencia de los hechos realizados o la división entre las dos Españas.
El gobierno de la nación española no puede reducirse a la tecnocracia y a las finanzas, sino que también debe volcarse con las necesidades sociales. Tal y como se indica en el artículo primero de la Ley de Memoria Democrática, se pretende “el conocimiento de la reivindicación y defensa de los valores democráticos y los derechos y las libertades fundamentales a lo largo de la historia democrática de España”. Es decir, esta Ley no es la revancha de unos frente a otros, sino que persigue el desarrollo de una historia compartida.
Asimismo, cuando los opositores hacen referencia a la cesta de la compra, la electricidad y los impuestos, pero acto seguido proponen la derogación de la nueva norma, están incurriendo en una incongruencia de libro. Porque, si la memoria democrática no es importante, ¿por qué dedican sus esfuerzos en plantear la desaparición de la norma?
Y el colofón final lo pusieron los vivas en la salida de los restos mortales de la Basílica. En todo caso, no importaban las circunstancias de la exhumación y el destino final de los restos, sino el cumplimiento de la Ley. Tampoco, quiero olvidar al gran Manuel Pérez Cortés, con su educado zasca a un reportero que dice ser “periodista”.
Ahora, los focos deben estar en el orgullo de ser macareno. La Hermandad, de la que soy hermano, ha llevado a cabo esta gestión de forma impecable, con el sentido común y las máximas garantías para desenterrar un genocida de un lugar de culto cristiano, sin adentrarse en cuestiones ideológicas. Hoy más que nunca, y como dejó escrito el poeta Joaquín Caro Romero, la Macarena es “la moza de San Gil que dicen que por abril cumple 19 años”. Orgullo macareno.


