Anoche, en ese pueblo de oportunidades concéntricas que es La Rinconada, vivimos la segunda gala consecutiva por el aniversario de este periódico honorable que tiene tan bien puesto el nombre desde que el periodista Paco Sánchez Múgica emprendió la revolucionaria aventura de montarlo no tanto por ganar dinero como por ganar prestigio para una profesión tan devaluada como la de quienes nos dedicamos a contarle a la gente lo que le pasa a la gente, tal y como sentenció el colega y maestro Eugenio Scalfari. Once años no es ninguna cifra redonda, reconoció en el escenario el director de lavozdelsur.es, Francisco Romero, pero es nuestra cifra, nada fácil haberla cosechado -hablando de años- en una sociedad tan líquida como la nuestra.
Once años, hoy por hoy, es la edad a la que arranca la adolescencia, la edad de la rebeldía, de la inquietud, del ansia por conocer, de remontar el vuelo teniendo en cuenta, como insistió en recordarnos el alcalde de este pueblo capaz de sembrar papas al mismo ritmo que construye aviones, Javier Fernández, teniendo en cuenta, decía, que la inteligencia artificial es ya imparable –y bien que lo saben los adolescentes- pero nunca sustituirá a la inteligencia natural y emocional con que las personas mueven de verdad el mundo.
Ya se sabe que la edad es solo un número, y que existen espíritus jóvenes dentro de cuerpos viejos y todo eso, pero, en puridad, hace falta ser adolescente, o vivir como tal, para seguir creyendo en la pureza del periodismo tal y como lo entendía Scalfari, como lo ejercía Manuel Chaves Nogales o como lo enseñaba otro maestro del periodismo andaluz como fue Antonio Ramos Espejo. Hace falta ese espíritu adolescente en el periodismo para decir, con Kapuscinski, que nuestro tema principal sea la vida de los pobres –y entiéndase pobre en un sentido muy rico- y que nuestra obligación es lograr que la voz de estas personas sea escuchada porque el periodismo adolescente, es decir, el periodismo que busca incondicionalmente la verdad sin pensar en otras consecuencias menos rentables no es una profesión para cínicos.
Afirmar esto hoy es un ejercicio de honorabilidad que, en la calle, puede entenderse como de ingenuidad, pero a eso aspira el adolescente periódico de once años en el que tengo el privilegio de escribir. Evidentemente, muy pocos periódicos en nuestro país pueden afirmar lo mismo sin que le tiemble la rotativa o este nuevo chisme que llega a todas partes, porque no todos los periódicos tienen la libertad de presumir a boca llena de no tener detrás a ningún gran grupo empresarial al que no le interese lo más mínimo el periodismo como tal.
Dijo también Kapuscinski que “cuando se descubrió que la información era un negocio, la verdad dejó de ser importante”, y por eso, ahora que el periódico del que celebramos su entrada en la adolescencia es incapaz de buscar otro objetivo primordial que no sea la verdad, habrá poderes fácticos que nos achaquen contar demasiadas verdades, que duelen tanto como ya se sabe.
Los que duelen de verdad son los hijos, y Sánchez Múgica no pudo estar anoche de cuerpo presente en la gala –sí lo estuvo de espíritu- por la única razón por la que los demás compañeros podíamos celebrar que no lo hiciese: mientras su periódico le daba voces a instituciones de espíritu adolescente en el mejor sentido en el que estoy seguro de que ya están entendiendo el término, él se empezaba a acostumbrar a ejercer de padre de una familia numerosa también en su propia casa, pues en el periódico la consiguió hace más tiempo.
Con unas esculturas del artista jerezano Fernando Toro que representan estas voces tan sureñas, recibieron el galardón entidades volcadas con la solidaridad, el turismo, la naturaleza, el emprendimiento, la cultura, la salud y la sostenibilidad. Cosas de adolescentes contra las que no vale el cinismo. Cosas de las que promocionan periódicos como este, volcados con la verdad, aunque no esté de moda. Qué suerte la nuestra.
