¡Muera la ciencia!

Si en la anterior columna hacía mención al ¡Vivan las cadenas!, hoy haré alusión a otro grito igualmente peligroso: ¡Muera la ciencia!

15 de octubre de 2025 a las 08:30h
Robert Kennedy Jr.
Robert Kennedy Jr.

Quizá la pandemia fue un punto de inflexión importante en el desprecio a la ciencia, si nos remontamos a épocas todavía más pretéritas, las epidemias de la peste coincidieron con el mayor esplendor de la brujería y de la propia Santa Inquisición. Tirando de hemeroteca, hace justo cinco años que Pepa Bueno publicó en El País un artículo con este mismo título, Muera la ciencia: "aterra pensar —decía—, que (…) más allá de las curvas y las cifras, ese magma conspiranoico, de desconfianza en la ciencia y la razón, esté encontrando terreno abonado sin que lo veamos". El covid, efectivamente, fue el origen de todos esos movimientos antivacunas, que han degenerado en multitud de "creencias" estrambóticas, en cualquier cosa que se difunda ampliamente por las redes. Valen más los likes de una publicación en Instagram que las aportaciones que se hacen con rigor en revistas científicas avaladas por instituciones académicas acreditadas.

Pero lo peor de todo, lo preocupante, no es que cuatro locos digan que la Tierra es plana, sino que un movimiento político, como el que hoy se extiende por parte del mundo occidental, haya abanderados propuestas anti-ciencia, como ocurre en Estados Unidos desde que Donald Trump fue elegido presidente. No podemos dejar de señalar la elección de su secretario de Salud y Servicios Humanos, Robert Kennedy Jr., conocido por sus críticas contra las vacunas, las farmacéuticas y los programas de prevención en la sanidad pública, y la consiguiente parálisis de las campañas de inmunización. A ello se ha añadido la polémica de la vinculación entre el paracetamol y el autismo, con evidencias científicas que la contradicen, una teoría rechazada por los colegios médicos, que la consideran irresponsable. Estas derivas son peligrosas: en la primera mitad de 2025, Estados Unidos registró la mayor incidencia de sarampión en 30 años (Datos de la Universidad Johns Hopkins).

Todo, como decía, está vinculado a los movimientos ultraderechistas, que aquí tenían cabida en Vox y que ahora empiezan a ser, de formar progresiva, asumido por el principal partido de la oposición, especialmente desde el PP de Madrid, donde ahora el dardo va contra las mujeres que quieren optar por la interrupción del embarazo. El síndrome postaborto es todo un invento, y no está incluido en los principales manuales que recogen los trastornos mentales, como el de la Asociación Americana de Psiquiatría o la Organización Mundial de la Salud. La evidencia científica, la que se recopila en cientos de publicaciones de los especialistas a lo largo de los años, establece que el aborto no está relacionado con problemas de salud mental. Lo que sí es peligroso y nos retrae a los tiempos oscuros de la Dictadura, es restringir el acceso a abortos seguros y legales, eso sí que causa daños y muertes.

Sinceramente, le digo, que me da miedo todo esto, porque estas políticas se benefician de la ignorancia de la gente y me recuerda aquella frase de Mark Twain: «Ninguna cantidad de evidencia es suficiente para convencer a un idiota».

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