Visitantes en la Casa Consistorial sevillana.
Visitantes en la Casa Consistorial sevillana.

Tengo un amigo que es un pejiguera, le dicen, de aquella generación chiripitiflautica, pretende vivir en su barrio de siempre, poder pasear, atravesar una plaza y un calle sin veladores y tumultos cerveceros, dormir y descansar a horas razonables, poder, en fin, saludar y encontrarse a sus viejos amigos y vecinos, o a sus hijos, entrar en algún comercio, siquiera ver alguna azotea sin remonte y a algún gato, que se hagan nuevas leyes y que las existentes se cumplan por las respectivas administraciones. 

A mi amigo no le gusta una ciudad ruidosa ni  la privatización del espacio público, ya ven que es un tipo realmente raro, raro y antiguo, pretende una mínima conservación del patrimonio de su ciudad, que no acabe bajo esa gran tradición de la piqueta, no le gustan los escaparates tasqueros y de suovernirs, ni la taxidermia urbanística, ni los decorados de cartón para divagaciones noveleras de exquisitos y con billetera con el nativo de figurante, de una economía y cultura dependiente de barra y fuegos de artificio.

Recuerda, aunque no es viejo, tantas luchas por intentar proteger y defender la ciudad de la especulación, de eso que llaman gentrificación, de cuando las ancianas pobres y solitarias con sus cestas de la compra arrastraban su pena y pobreza rumbo a su agonía solitaria bajo la amenaza de  caseros y especuladores, que las llamaban bichos, de aquel himno de las plusvalías que tantos coreaban“lo compré por diez y lo vendí por veinte” .

Recuerda, entra tantas victimas a Agustín, aquel anciano enfermo y sin recursos quesobrevivía con un contrato de alquiler en una finca ruinosa, quizás el ultimo olvido de la ciudad olvidada. Y como fue costumbre, sin noticia por parte de la autoridad urbanística para sancionar al tal sujeto especulador, está puesto en el gran cuadro maldito de la destrucción (y en lugar preferente si no el primero) a la gerencia de urbanismo del ilustrísimo. Por el laberinto de aquella vieja arteria libertaria ya no se recordaba a sus vecinos combativos, tan solo la cruel narrativa de una ciudad falsamente alternativa.

Ese tipo pejiguera mira ya con desconfianza hasta al sevillanos guiri, que antes soportaba, ese personaje de ultima hora en la comparsa, con su idealismo bobo sobre la ciudad histórica, retomando siempre una crónica blanda y superficial de la cultura popular. Mi amigo ya tiene todos los síntomas de la fobia al turismo masivo, lo siente como  una gran amenaza y guarda silencio ante rincones e historias, pasaron los tiempos del gozo de enseñar los secretos de una ciudad maltratada y dormida, aunque a los guías de la ruta se les ponga semblantes de cronistas sentimentales de un nuevo mediterráneo y vengan, en el colmo, a descubrirlo. Sevilla sentimental, fue un misterio con muy mala prosa y peor historia. A algunos ya se le hace ligera en su mochila hasta la Sevilla ultrasecreta.

Y en su padecer de memoria histórica están los sucesivos ayuntamientos democráticos, con su frenesí colorista de eventos vacuos, con sus innumerables proyectos despreciados para recuperar los barrios, de esa  Alameda dura con bulevar malcarado, de los millones de la Expo y del plan Urban, son los signos de aquellos y estos tiempos del veloz neoliberalismo que le indican que  en su barrio  la feria del turismo (con sus hoteles, pisos y bares) viene para quedarse, con lo peor de un capital salvaje y su tropa de rentistas, matando cualquier proyecto necesario sostenible de ciudad que no margine a la mayoría para el lucro de los pocos de siempre bajo sus nombres cambiantes y sucios. Está claro, mi amigo va camino de convertirse en una victima del turismo y no quiere hace mutis por el foro, aunque otros actores salgan.

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