Personas mayores, paseando por Sevilla durante la pandemia. FOTO: JOSÉ LUIS TIRADO (joseluistirado.es)
Personas mayores, paseando por Sevilla durante la pandemia. FOTO: JOSÉ LUIS TIRADO (joseluistirado.es)

Hace algunos meses escribí un artículo titulado Distopía en el que volvía sobre mis obsesiones más sentidas: la crisis climática, el futuro como algo problemático, el hambre, la sed…la enfermedad. Qué lejos estaba de mi pensamiento el creer que ese panorama que en mis peores pesadillas formaban una coreografía de terror iban a tomar cuerpo y alma poco después. La pesadilla era algo muy pequeño, un ente zombie, un virus. Nos quitó la primavera y en mucha medida también nos está privando del verano. Un verano de mascarillas, de amagos de besos, de saludos a la japonesa. El covid definitivamente nos cambió y como pronostiqué (lo cual no es un mérito dado lo evidente de la situación) no nos hizo mejores, en todo caso el cambio nos hizo miedosos, no precavidos: miedosos. Individualistas. Intolerantes.

Rescato para vosotros, queridos lectores, algunos fragmentos del artículo Distopía, mi pesadilla.

"Cuando en 1985 vi la película La cúpula del trueno lo tuve claro: el futuro era que llegara Tina Turner –o más bien Tía Ama (Aunty Entity) disfrazada de Tina Turner- y todo fuese a acabar en una Bartertown llena de ladrones ávidos de gasolina, agua, y comida. Aridez, autoritarismo. Mundo futuro. Y cada vez que pienso en ello, o veo alguna película como ésta de Mad Max, o leo algún libro tipo Fahrenheit 451, ya no veo ni siquiera a personajes como Mel Gibson, a la mencionada Tina o al escritor Ray Bradbury. Ya no. La distopía ha llegado. Y es algo peor. Yo solo soñaba con desiertos plagados de malhechores, con brigadas de quemadores de libros, y resulta que la distopía consiste fundamentalmente en cuestiones muy mundanas a las que hoy no consignamos como destructivas, o mejor dicho hemos normalizado como sociedad pero que si somos capaces de situarnos en perspectiva desde fuera de este fenómeno que es la vida, nos daremos cuenta de que sí, que efectivamente nuestros peores presagios se han confirmados por elevación. Podemos centrarnos en tres grandes campos para nuestro análisis comprensivo: La crisis ambiental, el triunfo del capitalismo más salvaje y, por último, lo que yo llamo la era post comunicacional. Nos vamos a centrar en la crisis ambiental.

Si tomamos una pequeña muestra en un solo día de noticias relacionadas con el medio ambiente da la impresión que el mundo ha puesto en marcha sin posibilidad de marcha atrás el reloj de su autodestrucción: las grandes firmas que controlan las energías fósiles, los lobbys de petroleras, constructoras... se están saliendo con la suya "todo sea por el beneficio aquí y ahora". Mientras tanto los mandatarios mundiales una y otra vez, como ocurre ahora con Donald Trump y otros plutócratas, vuelven a demostrar que les importa menos que nada las señales inequívocas de que “la cosa” no va bien (en el caso de Donald Trump con decisiones que pueden ocasionar graves perjuicios a la humanidad en corto plazo de tiempo). También, en esa supina ignorancia o temeridad –que lo uno lleva a lo otro- es muy probable que no sean ellos los que controlan la agenda de las decisiones importantes, de otra manera no se explica que no se tomen medidas urgentes ante una situación de importante gravedad en la que se está poniendo en cuestión el futuro de la generaciones futuras y no tan futuras. Se está poniendo en cuestión la vida en el planeta tierra.

Habrá quien considere esa última frase del anterior párrafo como algo demagógica, catastrofista o alarmista, puede parecer que al olor de las noticias se realizan unas generalizaciones o conclusiones poco consistentes. Sin embargo la realidad es que, según la OMS, todos los años mueren unos 15 millones de personas como consecuencia directa de las circunstancias derivadas del deterioro medioambiental, y esa no es una cifra aleatoria ni la pone encima de la mesa un ente sospechoso, es la Organización Mundial de la Salud, y esa cifra corresponde a personas con nombres y apellidos que han fallecido como consecuencia de una enfermedad cuyo origen está claro: la irresponsabilidad de nuestra especie que permite y apoya la propia autodestrucción.

En un planeta donde, por ejemplo, el acceso al agua potable es solo una realidad en lo que llamamos primer mundo y por el contrario hay millones de personas que tienen que recorrer a veces decenas o centenares de kilómetros para conseguir siquiera unas garrafas de agua que además posiblemente estén en mal estado. Una humanidad donde se permiten hambrunas como las que asolan cada poco tiempo al continente Africano y otros puntos del planeta. Cuando todos los días nos vamos dando cuenta que el clima se hace más extremo, menos predecible en sus dinámicas, más destructor... por el contrario se ha cifrado en más de 30.000 millones de euros al año como la cantidad necesaria para erradicar el hambre del mundo, cifra ridícula si la comparamos con los más de 2,5 billones de euros que han dedicado los estados para "salvar" a las entidades financieras en los últimos 5 años. Sí, esas entidades financieras que le dicen a los estados que no pueden gastar más y que es hora de recortes porque el sistema se tambalea"

Esos párrafos corresponden a Distopía, añádanle que hubo una vez en el año 2020 que el llamado coronavirus Covid-19 puso en jaque a toda la población mundial. Ya no es una distopía, es una puñetera realidad.

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