Un centro de vacunación en Jerez.
Un centro de vacunación en Jerez. MANU GARCÍA

La epidemia da pocas treguas. Llevamos ya cerca de dos años entre sobresaltos, disgustos, frustraciones y todo tipo de emociones que, como una montaña rusa, nos sube y baja por los escarpados rincones de nuestras ya menguadas fuerzas. Pero, para suerte de todos, efectivamente, ya tenemos vacunas –las tenemos en los países ricos–, incluso tenemos una conciencia casi generalizada de que debemos cumplir las distintas medidas de protección que, desde las autoridades sanitarias, nos han venido señalando desde el principio de todo esto. No obstante da la impresión de que las circunstancias apuntan a que el virus vino para quedarse, como lo hicieron otros que combatimos con otras vacunas y otros medicamentos.

Por desgracia, aquello que escribí en este mismo medio cuando aún la consideración epidémica del coronavirus –covid 19– no era oficial, y que titulé Vacunas Solidarias –o algo por el estilo–, donde desgranaba los motivos por los cuales es necesario que en cualquier situación de crisis sanitaria nos acordemos que hay países que no tienen recursos ni materiales ni humanos para apaciguar los efectos de esas crisis. Y, desgraciadamente, una vez extendida la epidemia, toda esa lúgubre intuición se ha confirmado.

Tenemos motivos en España para estar orgullosos del extraordinario comportamiento de la ciudadanía en cuanto a la aceptación de la administración de las distintas vacunas. Solo algunos miles, pocos, negacionistas, han puesto alguna nota de color en esta cuestión, y está siendo evidente que más que por motivos “científicos” o de perspectivas “naturalistas”, las razones de esa negación son políticas; de hecho no solo en España –de manera muy minoritaria insisto– sino en toda Europa, es la extrema derecha con su agenda de toma del poder a través de la inoculación de otra vacuna, la de odio, la que con un discurso alocado, pero perfectamente diseñado, pone en cuestión la vacunación masiva. Su calado está siendo ínfimo, de momento, y estamos en cifras en torno al 85 por ciento de la población con la protección del preparado. Pero ese orgullo, que podemos hacerlo extensivo a nuestro maltratado sistema sanitario porque ha funcionado perfectamente a pesar de los intentos, y en algún caso como el de la Comunidad de Madrid, de auto boicotearse para hacer lo que es parte de su ideario: hacer negocio con la sanidad, porque para ellos lo que no es negocio, no es interesante.

Los Estados “desarrollados” estamos significativamente protegidos, y en esa creencia, también se tiene la ilusión mágica que la epidemia se acaba con esa profusa vacunación. Error. Si no somos solidarios, si no llevamos a los países pobres, a África, a Asia, a América latina, la vacuna en las mismas condiciones que aquí, si no procuramos llevar la tecnología que haga posible que llegue a los sitios más recónditos, si no llevamos el material y los medios humanos necesarios, si no somos capaces de asignar los recursos económicos del coste de esta operación, si no hacemos todo eso, no habremos hecho nada.

Es lamentable que lo único que se haya implementado para que la nueva variante –Omicron– no nos afecte demasiado, sea cerrarnos a África, impedir que haya vuelos, barcos, mercancías, personas. Los aislamos y allí que se pudran. ¡Qué diferencia cuando se propagó la llamada “variante inglesa” Delta! Allí no hubo bloqueo, no los aislamos, no los dejamos a su suerte. Es el Reino Unido “uno de los nuestros”. Y así vamos, sorteando nuevas olas, surfeando sobre las cabezas de los más pobres de la tierra. Y la responsabilidad es compartida, todos somos responsables, y no valen paños calientes, la realidad es tozuda y sonrojante.

La epidemia sigue y seguirá. Y llegarán otras epidemias y lo único que habremos aprendido es que no aprendemos nada. Seguimos instalados en nuestra supina estupidez. De momento, para que esa estupidez no sea definitiva, intentemos no hacer el ridículo de tolerar manifestaciones de gentuza en contra de las vacunas, de las mascarillas y en general de cualquier medida que ellos consideren que violenten su status quo, que no es otra cosa que la insolidaridad más nauseabunda. Intentemos ser disciplinados a la vez que reivindicativos para que esas vacunas lleguen a todos los rincones del planeta.

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