Según las estimaciones que realizan los distintos organismos y entidades relacionadas con el turismo, este año nos van a visitar unos 100 millones de personas venidas de todo el mundo para pasar en nuestro suelo patrio sus vacaciones. Qué lejos queda ese “el turista un millón” con que el régimen anterior agasajaba al millonario visitante en pleno momento de aperturismo –la pela es la pela–, en el que las divisas extranjeras equilibraban, como ahora, las arcas estatales y a la vez ponía la microeconomía en una situación que nada tenía que ver con las penurias de la posguerra y la autarquía que practicó el franquismo hasta los años sesenta.
Esos 100 millones se encontrarán un país puesto a disposición para unos visitantes a los que les ponemos por delante un clima adecuado a lo que quieren, sol; una geografía agraciada, playas; una gastronomía superior –dónde va a parar– a la de los sitios de origen; hoteles de instalaciones de un nivel muy alto; precios en general muy competitivos, y además, con permiso de los discursos alarmistas, un país con una seguridad ciudadanas mucho más que aceptable.
Los españoles, por nuestra parte, también estamos por la labor de seguir contribuyendo a aumentar las recaudaciones del sector servicios español, y hacemos, cada vez más, turismo interior, es decir, que las campañas esas de «para ir a un sitio de playa me quedo en Cádiz», son acertadas, sin ir más lejos es lo que hago y digo yo. Lo importante es cumplir con lo que es una buena costumbre, trasmutada en derecho desde los tiempo de la segunda República, de tener vacaciones pagadas, aunque no te muevas de tu barrio. Comprendo, por otra parte, a los autónomos que siempre que sale a colación este tema tienen una muletilla que no por repetirla mucho deja de ser razonable: «yo no puedo coger vacaciones que soy autónomo y si no trabajo, no cobro», y sin embargo sí que cogen vacaciones, a no ser que seas de esos autónomos que están más cerca de ser falsos autónomos y que realmente, en este caso, su precariedad es notoria.
Coger vacaciones, dicen los psicólogos, es buena cosa. Dudo que Largo Caballero cuando impulso la legislación sobre el particular, tuviera en cuenta este dato, entonces no se llevaba eso de preguntarle a los psicólogos sobre las consecuencias en nuestra mente de la ausencia de descanso, pero al igual que hace unos días nos tocaba homenajear al que fuera ministro, Moscoso, el gran inventor de los días de asuntos propios, los días moscosos, también toca homenajear a Largo Caballero e incluso a un ministro de Azaña, Lluhí, por ser los autores intelectuales y materiales de conseguir para los trabajadores españoles vacaciones pagadas, porque estas cosas que hoy disfrutamos no caen del cielo, son políticas, en este caso en la segunda República, impulsadas por personas concretas. Por eso es posible que Alberto Nuñez Feijóo haya hecho una burla a las vacaciones «a los que no tengan vacaciones, decirles que están sobrevaloradas». ¡Qué ricura! ¡qué gracia tiene! A lo mejor es que como ese derecho nació en la República, ya sabe, una cosa de rojos comunistas, ateos y rompepatrias, no le gusta, como no le gusta que suban las pensiones, que haya sanidad universal, pública y gratuita, que suba el salario mínimo, que las mujeres quieran cobrar lo mismo que los hombres en eso tan “rojo” de “a igual trabajo, igual salario”.
Cosas de flojos, de paguitas… otra posibilidad que justifique que nuestro querido Alberto haya dicho lo de la sobrevaloración es que a él ya las vacaciones no le gustan, se tiene que conformar en pasarla en Galicia, con su mujer, en un chalet a pie de playa, tan a pie que incumple los preceptos y normativas de acceso a dicha playa. Eso no le atrae, decirle a eso vacaciones es, efectivamente, sobrevalorar el concepto. Alberto lo que tiene es, lógicamente, nostalgia de lo que sí que eran unas auténticas vacaciones que disfrutaba: las que se tiró durante un puñado de años con su amigo Marcial Dorado, con el que estuvo por media Europa, con el que incluso pasó vacaciones navideñas, ese Marcial que pagaba casi todo, según dice –vacaciones pagadas–, los dos yendo a sitios donde, según contó Alberto, había mucha nieve –se supone que sería en invierno en alguna montaña, se supone–. ¿Quién no querría un amigo como Marcial que te lleve, como los padres escolapios, de excursión? Qué buenos que son.
El único detalle era que el amigo no le decía a Alberto a que se dedicaba cuando no tenía vacaciones, pero eso qué más da, qué importa eso ahora, en todo caso le importará a las madres de los jóvenes gallegos que morían víctimas del narcotráfico, pero eso pasó hace tiempo, y Alberto, al fin y al cabo es humano, lo que echa de menos son esas vacaciones porque lo que tiene ahora comparadas con esas de esos días de vinos, rosas y nieve, sí, están sobrevaloradas.
