El último refugio

Mi último refugio es la infancia, porque esa es la verdadera instancia, el verdadero lugar seguro, la verdadera patria en palabras de Rilke

Refugio antiaéreo.
Refugio antiaéreo.

Queremos encontrar el refugio donde guarecerse de toda la lluvia, de las tormentas, de los más dañinos rayos de sol y de la más abyecta miseria humana. Samuel Johnson decía que "el patriotismo es el último refugio de los canallas", una aseveración exagerada e injusta con los verdaderos patriotas, aquellos que ven su patria en la gente que les rodea, en la bondad y en los buenos sentimientos, pero que, efectivamente, muchos canallas utilizan para alimentar las dudas sobre sus intenciones. Y es que los grandes canallas de la historia no supieron dar marcha atrás, no supieron parar y comprender que la vida es corta, que los resultados de sus maldades no los verán porque nadie, nadie, sobrevive a sí mismo. 

Buscar un refugio, un lugar seguro ―como hace Isaac Rosa en su última novela precisamente con ese nombre “Lugar seguro”―, no es hacer nada especial, es algo que hacemos los humanos continuamente, desde los más desaprensivos idiotas hasta los más malvados canallas, pasando por la gente que, como usted o como yo, queremos pasar página, terminar el libro y, en ese refugio, en ese lugar seguro, dejarse llevar por esas músicas que nos hicieron más agradables los tránsitos complicados de la existencia. Un refugio es el sitio donde nos amparamos, donde buscamos el punto final; no es un lugar para ocultarse, es como en aquellos juegos infantiles en los que corríamos para impedir que nos cogieran y donde siempre había ese lugar seguro ―la casa, se decía― donde no nos podían coger, no nos podían hacer nada malo, no nos podían ganar.

Buscar refugio es buscar asilo, es encontrar un pasaporte a la inmunidad contra todo mal, es que te acojan, el lugar donde puedas languidecer lentamente, tranquilo, como en la muerte dulce que se produce por inhalación de monóxido de carbono o la que se produjo Séneca cortándose la venas "Nadie tiene a la vista la muerte, nadie deja de alargar sus esperanzas" dejó escrito el estoico. O el refugio de los moribundos, aferrados al milagro de la ciencia, agarrados a un respirador mientras su mente, fuera ya de toda ambición, niega de todas formas el final luchando por un minuto más, da igual cómo, pero un minuto más. En el refugio que le permite una máquina, un gotero, un nuevo aliento…cualquier cosa.

Mi último refugio es la infancia, porque esa es la verdadera instancia, el verdadero lugar seguro, la verdadera patria en palabras de Rilke. No la infancia de la felicidad, los niños no tienen que ser felices por definición, ni siquiera los que tuvimos todo, pero es el lugar común de nuestros mejores sueños y nuestras peores pesadilla, nuestra primera casa, nuestra primera cama, nuestros compañeros de juegos imaginarios. Ese es el verdadero refugio, el primer refugio, el último refugio, el de la madre que te canta en sus brazos mientras se te baja la fiebre, el de las cosas imposibles ―que son, realmente, las únicas apetecidas―, el lugar seguro donde siempre debes intentar acudir. Por eso, el último refugio no lo puedes compartir porque es el tuyo. El último refugio, cuando ya nada puedes esperar, vete a tu último refugio.

 

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