Sin contemplaciones

Los judíos alemanes, en definitiva toda la gente decente de Alemania y los países europeos, tardaron demasiado en darse cuenta de la celada nazi y pagaron las consecuencias

Un momento de la liberación del campo nazi de Mauthausen.
Un momento de la liberación del campo nazi de Mauthausen.

En estos días pasados he leído un libro muy interesante, Los hermanos Oppermann, escrito por un judío alemán, Lion Feuchtwanger, en 1934, y en el que nos cuenta la historia de una familia berlinesa, los Oppermann, judíos de clase media alta, comerciantes que sufren en carne propia el ascenso del nazismo y cómo, poco a poco, se va derrumbando todo su mundo hasta la definitiva implosión del sistema en manos del poder hitleriano. Esa historia tiene mucho que ver con la del propio autor del libro que sufrió el exilio ante la amenaza liquidacionista del poder en Alemania desde que en 1933 acceden al mismo, en una maniobra que hoy sabemos que fue disparatadamente ingenua, pero que en su momento fue producto del apaciguamiento, del convencimiento casi infantil de que la brutalidad, la irracionalidad de las teorías nacionalsocialistas, irían moderándose ante la realidad de tener que gobernar.

Es curioso, en el libro, cómo tardan los propios judíos, los hermanos Oppermann y su entorno social de amigos y conocidos en tomar en serio lo que desde nuestros ojos históricos es, o era, una evidencia: Los nazis eran el imperio del horror y nada los detendría en su espiral de locura, sangre y muerte. Inspirados en la parafernalia fascista de Mussolini y sus camisas negras, en Alemania, un pueblo profundamente castigado por la situación que generó su derrota en la primera Gran Guerra y la imposibilidad de afrontar sus consecuencias económicas sumadas a las que trajo la crisis del 29, fue naturalizando, normalizando el terrorismo de los camisas pardas, las soflamas antidemocráticas, la militarización, el racismo extremo, y de ahí a la quema del Parlamento, a la toma del poder eliminando físicamente a cualquier oposición y al final el desastre, la hecatombe humana.

Las lecciones de la historia nos dicen que las políticas de apaciguamiento, de intentar meter en el redil a lobos hambrientos de sangre, es inútil. Y es peligroso entrar y asumir los marcos conceptuales que nos proponen desde las esquinas más ultras de la sociedad. No pienses en un elefante, es el libro de George Lakoff, en el que con maestría como los marcos mentales pueden condicionar nuestra acción, como nos confunden haciendo que pensemos lo que ellos quieren que pensemos. Efectivamente, en un artículo publicado en El País, publicado el pasado viernes y escrito por Jesús Ruiz Mantilla, en el que se nos previene de aceptar el marco que propone la derecha de “guerra cultural” cuando lo que en realidad se nos propone es un marco ideológico radicalmente opuesto al que representa la democracia clásica, la que conocemos.

Estar a favor o no de la igualdad, estar a favor o no de la protección de los más débiles, la lucha o no ante el cambio climático… no es una guerra cultural, es ideología pura y dura. Cuanto antes nos quitemos de encima ese tipo de discursos que, aunque no sea nuestro propósito, blanquean esas posiciones, mientras no seamos contundentes, mientras no cortemos de raíz esos marcos tan lamentables en los que por ejemplo, y sorprendentemente, nos dicen que estar en contra de la igualdad y criminalizar a los diferentes es libertad de expresión, o que libertad es hacer lo que me de la gana, mientras no nos demos cuenta que esa especie de anarco-fascismo nos destruye como personas y como sociedad, seguirán avanzando cada vez con menos complejos. Los judíos alemanes, en definitiva toda la gente decente de Alemania y los países europeos, tardaron demasiado en darse cuenta de la celada nazi y pagaron las consecuencias. Las señales que se están dando son preocupantes: Estados Unidos, Brasil… y aquí llevan varios años haciendo lo mismo que en esos países, negando la legitimidad al gobierno elegido por la ciudadanía. 

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