Representantes y representados

Tenemos los ciudadanos la obligación de seguir perfeccionando nuestro sistema, so pena de que aquellos que tratan de sofocarlo consigan que esa lejanía que decía al principio, provoque lo contrario a lo que aspiramos

Representantes y representados. Un joven coloca una urna en un colegio electoral jerezano, en una imagen de archivo.
Representantes y representados. Un joven coloca una urna en un colegio electoral jerezano, en una imagen de archivo.

La sensación de lejanía entre los políticos y la ciudadanía es un máximo común denominador cuando se habla de los problemas actuales más importantes de los sistemas democráticos. Un principio que suele entenderse como principal de cualquier democracia es la pretensión de que los procesos electorales puedan garantizar la máxima posible cercanía entre las posiciones políticas y los propios intereses de la ciudadanía. Se torna como un fundamento democrático el pretender que el político es una especie de resumen de las posiciones políticas de los representados. Y es una obviedad política que el político electo, y siempre hablamos de procesos democráticos, representa a aquellos que lo han elegido. A partir de la legitimidad y del poder que han recibido en la elección, ese político debe concentrarse en decidir en nombre o en representación de los ciudadanos durante el periodo de tiempo que dure su elección.

La representación política puede tomarse desde dos enfoques o formas. Por una parte está la representación a través de la delegación, en la que el que elige dota al electo de la capacidad de actuar para conseguir una serie de objetivos. Por otra parte está el tipo de representación imitación o representación fotográfica en la cual el electo, el político, tiene que representar lo más exactamente lo que son y lo que desean los ciudadanos a los que tiene que representar. Por tanto se reclama que estos representantes tengan las características más parecidas a sus representados. Cada elección, sea del ámbito que se quiere, trata de cubrir ese doble objetivo o manera de forjar la representación en cuanto a delegación y semejanza. El grado de confianza entre representados y representantes deriva, o es resultado, del grado en que se logre colmatar aquellas expectativas de buena delegación y alto grado de semejanza.

A lo largo de la historia, como todos podemos comprender, los procesos electorales han ido perfeccionándose en cuanto a su capacidad democrática, pero desde luego ha sido un proceso evolutivo por lo que esa lejanía entre función política y ciudadanía se producía por elementos como el sexo, la edad, la capacidad económica, la raza, el lugar de residencia, utilizados como rasgos empleados para impedir el derecho al voto o para restringir la posibilidad de presentarse a las elecciones. En esa evolución, hoy encontramos otros elementos que también provocan distancia: menor representación de mujeres, escasa representación del mundo obrero…

Un segundo elemento o expresión de esa lejanía entre representantes y representados es cuando se comparan los intereses de cada lado. Es bastante habitual que se afirme que para los representantes el asunto clave es el acceso a las instituciones porque les garantiza poder, recursos y capacidad para cambiar las cosas. Para los ciudadanos, en cambio, el ejercicio del poder es sólo un instrumento y no un fin en sí mismo.

Vivimos hoy una dinámica favorable a los liderazgos políticos. Son contemplados como forma de recuperar credibilidad como autoridades fuertes, convirtiendo a los electos en representantes de la voluntad general. No debemos confundir la legitimidad para decidir en nombre de todos con la legitimidad concreta que requiere cada decisión a tomar. Vivimos, por tanto, en una época donde la autonomía personal aparece como uno de los valores claves de una segunda modernidad. Así se tiene que desear que los individuos sean cada vez más capaces de decidir por sí mismos y asuman plenas responsabilidades. En cambio, una política debilitada trata de recuperar brios y legitimidad sobre la base de seguir quitándole responsabilidades a los individuos: “dadme vuestra confianza y seré vuestro representante, decidiré por vosotros y lo haré por vuestro bien”. Una especie de despotismo ilustrado que lo que consigue es ahondar en la brecha entre políticos y ciudadanos.

En definitiva no basta con la democracia de elección. No puede ser un cheque en blanco. Necesitamos, por tanto, pensar, no sólo en mejorar la representatividad de los políticos, sino también en dimensionarla para que puedan recoger la complejidad, la diversidad, hacerla más equitativa y en ese empeño más parecida al sueño democrático. Tenemos los ciudadanos la obligación de seguir perfeccionando nuestro sistema, so pena de que aquellos que tratan de sofocarlo consigan que esa lejanía que decía al principio, provoque lo contrario a lo que aspiramos.

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