El Papa Francisco ha tenido que pedir perdón por la culpa y los pecados de otros sacedortes.
El Papa Francisco ha tenido que pedir perdón por la culpa y los pecados de otros sacedortes.

Cuando era un niño, y en el colegio nos llevaban a misa todos los sábados ―en mi caso lo vivía como algo divertido porque era miembro del coro infantil y por tanto la misa era ocasión para cantar, hacer lo que era una pesada obligación una diversión―, una de las cosas que más me llamaba la atención del ritual de rigor era ese momento en el que los allí congregados, al unísono, nos dábamos golpes de pecho mientras, con un sonido monocorde, como muy de ultratumba, como muy sufrido, decíamos eso de “por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa”, y simultáneamente con cada culpa nos golpeábamos el pecho con el puño.

Yo, que siempre he sido muy descreído y que, al fin y al cabo, estaba allí fundamentalmente para hacer gorgoritos y entonar con desigual fortuna eso que compuso el ahora descubierto cura pederasta Cesáreo Gabaráin: “una espiga dorada por el sol” “pescador de hombres” y otros hits del momento que, sin duda, conocen la mayoría de los que amablemente leen esta columna, me lo tomaba como el que tiene su rutina cuando va al cine y compra entrada, palomitas y refresco....

Por eso, con mi habitual tozudez para lo que no comprendía de primera, eso de pasarse un buen rato pidiendo perdón, yo no sabía muy por qué, me resultaba enigmático, reiterativo y, por tanto, innecesario, ya que como también nos obligaban a confesarnos el día anterior, yo consideraba que ya me habían perdonado esos supuestos pecados porque, a pesar que, por un celo de mi intimidad y escasa comprensión de la pulsión cotilla de los de las sotanas, los pecados que les comentaba eran de manual, no me creaban más problemas que los tres padrenuestro y tres avemaría que me sentenciaba el Padre por delitos cristianos como eran el “he dicho mentiras, no le he hecho caso a mis padres, me he portado regular en clase, y se me olvidó rezar ayer por la noche”. Eso era todo y casi todo mentiras, es decir, para hacerme perdonar los pecados, cometía más delitos. Cosas de niños.

La iglesia creo que, en su ritual de misas, continúa con las partes donde se piden perdón por los pecados ―no lo sé exactamente porque no soy asiduo más que a alguna que otra misa de difuntos― y de siglo en siglo, por lo menos de mucho tiempo en mucho tiempo, pide disculpas y asume esas culpas de meteduras de pata históricas que, en casos, tanta desgracia y sufrimiento han originado en los fieles y en los que no eran fieles. Una vez me dijo un cura que la Iglesia ―cuando hablo de iglesia, hablo de lo que es la institución: curas, obispos, cardenales y en definitiva la curia con todos sus avíos, no me refiero, como ellos dicen: a su grey, al rebaño― es lenta pero segura. Será así, pero más valdría que hicieran algo proactivo, más allá de una declaración a lo rey emérito: “lo siento mucho. Me he equivocado. No volverá a ocurrir”, para después, pelillos a la mara, seguir con sus actividades delictivas o poco instructivas. Posiblemente nos hacen creer que con esas protestas de fe y disculpas en las misas ya está el asunto solucionado. Igual se perdona a un asesino beato que a un cura rijoso.

En Francia, miles, muchos miles de afectados, y en este caso reconocido por la iglesia nacional, víctimas de miles de sacerdotes. Canadá, Irlanda, Estados Unidos…son algunos países donde, bien de motu propio o por intensas y peligrosas investigaciones periodísticas, se han conocido centenares de miles de abusos a niños y niñas por parte de religiosos. En otros países, léase España, se sigue mirando para otro lado, criminalizando a las propias víctimas, ofreciendo acuerdos privados: dinero a cambio de silencio…El panorama es desolador, da la impresión de que la Iglesia Católica más que tener por objetivos los propios como religión, es o era, o será una organización de pederastas, pedófilos.

Organización criminal dice en el código penal. Son centenares de miles. No hay en el mundo, busquen y no encontrarán, ninguna organización de ningún tipo que tenga como resultante que decenas de miles de sus miembros: curas, obispos…, como delincuentes, y ninguna, ninguna organización que, con publicidad y transparencia, sean capaces de aún asumiendo lo que ellos llaman “ovejas descarriadas”, burlar la ley ―sobre todo por que los que tienen que cumplir y hacer cumplir esas leyes, digo yo, verán con buenos ojos esas prácticas de esos pedófilos que, efectivamente, se cuentan por decenas de miles―.

Es curioso como en estos últimos años desde el más alto escalafón eclesiástico, el Papado, se esfuerzan en esa labor, siempre postergada, de revisar la parte más nociva de su historia. El actual Papa Francisco, por ejemplo, viene cambiando el tercio de lo que habitualmente han sido las declaraciones de sus antecesores (en algunos casos, a pesar de lo que dice la propaganda más extremista, no ha sido así, solo basta leer o escuchar lo que tanto el papa Polaco o el Alemán decían sobre la colonización de América: básicamente lo mismo que el Argentino, incluso fueron más duros, pero solo éste ha merecido las críticas más absurdas y carentes de toda humildad y caridad cristiana por parte de cristianos de pura cepa, o eso dicen, como Aznar, Ayuso y hermanos mártires. Para ellos el Papa es sagrado, excepto si consideran que es comunista, como es el caso), y confío, porque lo que haga un Papa tiene un impacto global, creyentes o no creyentes, en que la inmensa mayoría de los de la grey católica son personas que cumplen con algunos de los “mandamientos” exigibles desde la religión: ser solidarios, buenas personas y empáticos en el sufrimiento de los demás. 

Personalmente, me importa una higa el que la iglesia oficial pida perdón, esa es una palabra que ellos mismos vacían de contenido, como cuando en las misas yo me golpeaba el pecho: “por mi culpa, por mi culpa…”, lo que si quisiera es que los metieran en cintura. ¿Ocurrirá? No lo creo, supongo que los que tienen que hacerlo, los sábados, como yo hacía de niño, también confiesan sus pecados, y me malicio yo que no son pecados como los que yo confesaba “no le he hecho caso a mis padres…” rezaran sus tres padrenuestro, sus tres avemaria y a casa. O tal vez piensan como Aznar, que el no pide perdón de nada. Pero es que Aznar no se confiesa nunca porque cuando lo hace dice más mentiras que yo cuando lo hacía.

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