Mientras la política casera, la nacional, se pudre casi sin remedio (dados los precedentes, casi me atrevería a apostar que el día que gobierne la derecha y la ultraderecha, esta situación cambiará como por arte de magia: los que serán nuevos gobernantes pintarán desde el principio un país idílico en un ambiente relajado donde se afeará cualquier intento de la oposición de descalificar, auditar y denunciar la gestión del gobierno. Veremos como incluso en ese circo que es el Congreso de los Diputados, ya no se escucharán tantos griteríos, el nivel de insultos bajará radicalmente y lo que antes era objeto de escándalo se tornará en “cosas que pasan”, emulando al nuevo jefe, Donald Trump), es difícil encontrar un ámbito donde se pueda mirar el futuro con optimismo.
Es lo que nos están enseñando: una distopía fomentada desde los espacios ultras y una desesperanza que hace que lo que hasta ahora nos parecía correcto y bueno, ahora, fruto de una extraordinaria capacidad de instalar discursos, bulos, agenda, relatos y todo aquello que podamos considerar dentro de lo que comúnmente denominados propaganda, se haya convertido en un problema, en un estorbo para la ciudadanía, llegando a convencer a tantísima gente de que, por ejemplo, lo público, es decir, lo de todos, es malo y hay que exterminarlo (sí, exterminar, es lo que nos dicen), o que la libertad de expresión sirve también para mentir descaradamente (mentir no es un delito o Mazón no ha mentido, simplemente nos ha contado lo que él considera su verdad, Feijóo dixit).
Nos tratan –y lo están consiguiendo– de convencer de que lo normal es que la educación y la sanidad están mejor en manos privadas, cosa que aunque es una patraña (evidentemente, desde el poder político se puede conseguir –eso ya lo hemos comentados antes– que lo público sea un desastre a través de la desinversión, medidas absurdas y provocar un caos consciente), cala entre la gente que con buena fe te dice «a mí me da igual que sea público o privado, la cuestión es que me den el servicio». Esta reflexión, si nos vamos al sistema sanitario, es muy lógica pero tiene unas consecuencias indeseables: se provoca un mal funcionamiento de la sanidad pública con lo que la gente no tiene más remedio que transigir con la privada –«a mí con que me atiendan»– y llegamos a estar dispuestos a pagar seguros que nos sirvan de salvoconducto para que nos cuiden. La tarjeta sanitaria es hoy la tarjeta bancaria, quién tiene esta bien surtida tiene la anterior asegurada, nunca mejor dicho.
Que la salud es un negocio, que todo puede ser un negocio, ya lo sabemos de sobra, el mantra neoliberal o libertario lo tenemos puesto en práctica desde hace tiempo, no nos engañemos, lo que pasa es que con los triunfos de gente como Trump, Milei, Meloni, todo se ha acelerado y lo que antes se hacía a la chita callando y con un ritmo lento, hoy, perdida la vergüenza –sin complejos, como le gusta decir a la derecha–, es una realidad palpable en todo el mundo.
España, en cuanto al color de su gobierno y las políticas que aquí se hacen, es una anomalía, una aldea gala en un mundo donde el discurso egoísta, individualista, grosero, insolidario, ultra y necio se ha impuesto: la maquinaria propagandística funciona a toda máquina, no se admiten políticas ni siquiera templadas, conservadoras, democristianas… nada, desde los elementos más espabilados de la extrema derecha, sobre todo la económica, pues al fin y al cabo todo se reduce al dinero –yo quiero más y eso implica que tu tengas menos… y no me importa–, ha decidido establecer una nueva estrategia en lo que se llama la ventana de Overton, que trata, en resumidas cuentas de conseguir una normalización o introducción de una idea radical en la sociedad (la ventana de Overton es un concepto que se estudia en ciencias políticas, en técnicas de negociación y en comunicación política).
La ventana se refiere al espacio de ideas que una sociedad está dispuesta a aceptar, fuera de esa ventana están las ideas radicales, imposibles de conseguir la aceptación popular. ¿Cómo conseguir que ocurra? ¿Cómo se consigue que nos traguemos sapos hasta con alegría? Si lanzamos ideas muy radicales a la sociedad, esta no las aceptará, pero esto hace que otra idea que antes nos parecía exagerada, pero menos que la anterior, nos parezca más razonable. Si decimos que vamos a privatizar toda la sanidad, con toda seguridad nos parecerá absolutamente inaceptable, pero si al final lanzamos una transacción a esa idea, por ejemplo, que «"aciéndonos eco de la posición de la población contraria a la privatización de la sanidad, vamos a proceder con una colaboración público-privada en los hospitales, vamos a potenciar estas fórmulas de gestión aumentando los presupuestos que se asignarán para que esa gestión sea más eficaz", seguramente nos parezca hasta adecuado. Acabamos de desplazar la ventana de Overton, aquel espacio donde están las ideas racionales y razonables, lo que antes era inaceptable ahora nos parece aceptable.
Es como cuando se negocia un convenio y los sindicatos o las empresas comienzan la reunión con peticiones disparatadas: una subida salarial descomunal y reducción insospechada de la jornada laboral… o la empresa pone encima de la mesa una reducción de la plantilla del noventa por ciento y una bajada de salarios. Estas ideas o posiciones están fuera de lo aceptable y razonable, están fuera de la ventana de Overton, después de varias reuniones lo que era una reducción del noventa por ciento de la plantilla se queda en un cincuenta por ciento y los salarios no bajan, se congelan. Posiblemente, en ese acuerdo, los sindicatos pueden llegar a la conclusión de que es un mal menor, incluso que han conseguido vencer en la negociación, la realidad es que la empresa ha conseguido su verdadero objetivo que era despedir a una gran parte de la plantilla y no asumir subidas salariales. La ventana se ha desplazado y lo que nunca hubiera sido aceptado en una primera reunión se convierte en aceptable para eliminar la propuesta de máximos. Más antiguo que el TBO, pero que a la derecha le está funcionando estupendamente.
Y no, no es verdad que en Andalucía la Junta haya llamado a todas las mujeres afectadas por la no comunicación de resultados o realización de pruebas en los cribados de cáncer de mama. La propaganda oficial, que tan bien le funciona al Consejero Sanz, dirá lo que quiera y la gente se creerá lo que se crea, pero yo tengo a alguna que otra amiga que no ha sido llamada y sigue con el miedo, la incertidumbre y ahora con la rabia de saber que su salud no les importa nada ni a Sanz ni a los que han conseguido que la ventana de Overton funcione para que nos creamos que lo que es un negocio, no lo sea… que se lo pregunten a los pacientes del hospital de Torrejón de Ardoz, pregúntenle a los directivos, accionistas y dueños de esos hospitales. Hay que reaccionar antes de que nos parezca estupendo que se forren los bolsillos a costa de nuestra salud.
