Imagen de archivo de una persona escuchando música.
Imagen de archivo de una persona escuchando música.

Por fin parece que llega el otoño, por lo menos en cuanto a algunas lluvias que, afortunadamente, comienzan a humedecer nuestras calles. Nubes que desde aquí veo llegar desde el sur y el oeste con todos los matices de bellos gris, cargadas de la necesaria agua que ha de volver a anunciarnos, próximamente, el milagro de la naturaleza. Aún nos queda, para que la sensación sea completa, que las temperaturas nos permitan acurrucarnos debajo de sábanas, colchas, al calor de un pijama a juego y con el lejano estruendo de algún trueno escandaloso en estas noches más largas, más oscuras. 

Esta estación es una melodía, es una balada de otoño a la manera de Serrat, son las bandas sonoras de las películas que nos llegan a cartelera después de un verano inane de filmes insustanciales. Es la estación de Ennio Morricone y de Cinema Paradiso, aunque tengan otros nombres, esa película será o bien cine de verano en cualquier pueblo, o una sala de cine abrigada de calefacción y de cintas otoñales donde música e imágenes te llevan en volandas al territorio de la melancolía. La banda sonora de tu vida tiene mucho que ver con el otoño. La música de tu vida tiene mucho que ver con jornadas de verano esperando que pase algo interesante para tu curiosa primera juventud. Si conociste a los Beatles, que eso no quiere decir que fueras coetáneo, es posible que entonces hayas conocido lo mejor del verano y, claro, lo mejor del otoño. 

La música te habrá procurado en toda tu existencia las mayores emociones que no tienen que ver con la realidad. No se llora tanto como con las notas de esa balada. No hay mayor felicidad que escuchar una y otra vez ese adagio recurrente; no te emocionarás tanto como cuando a cualquier momento de tu vida pasada, a cualquier gran momento, sea bueno, sea malo, le añades lo que sin ser más que una especie de jeroglífico en un pentagrama, unas notas, una melodía... entonces es pura vida. La vida es música. No hay silencio absoluto, al igual que como dice en sus axiomas sobre comunicación Paul Watzlawick, todo comunica, yo le añado que todo se comunica mejor con música.

En estos momentos de crisis, la económica, la de valores, la del planeta ahogado en basura; en un mundo donde los antagonismos dilucidan sus diferencias a garrotazos, conviene parar, sentarse, y disponerse –para abandonar el ruido y olvidar la obsolescencia programada de nuestro cuerpo– a dejar escapar lágrimas de alegría escuchando Oh mio babbino caro, deleitándome escuchando contigo Eleanor Rigby y, claro, con la balada de otoño para cerrar el círculo virtuoso.

La distopía llegó, la estamos viviendo, da igual el eslogan que se utilice para intentar convencernos de que –como nos dejó dicho en su última novela Almudena Grandes– todo va a mejorar. Es falso. Puede que mejore el mundo pero nosotros ya no nos lo creemos,da igual. Mejor, ya digo, intentar, a través de la música –hoy sé que hubiera dado mi alma al diablo por ser Ennio o McCartney, Mozart...que sé yo– seguir enamorándonos, seguir ilusionados, pensar que aún somos capaces de ver las películas como lo hacía el niño de Cinema Paradiso. Ponerse unos auriculares y abandonarse hasta el final de los días...

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