Turistas en Cádiz, en una imagen de archivo.
Turistas en Cádiz, en una imagen de archivo.

Nos asomamos al mes de febrero, un mes que a los gaditanos nos suena bien, nos suena a carnaval, canciones, ironía, travestismo, risa… Febrero es el epítome perfecto de lo que para nosotros es la alegría de vivir. Egipcios o romanos, saturnales o adoradores del buey Apis, el caso es que después del invierno llegaba el desenfreno de Baco o del que fuera. Pasarlo bien era y es una necesidad y eso, desde este rincón apartado del atlántico, lo hemos llevado a término, sin concesiones: febrero es un mes para la exageración y lo transgresor. De todas formas tiempo habrá –que el mes tiene cuatro domingos– de escribir algo más extenso sobre estas fiestas tan queridas para nosotros.

En carnaval se produce con toda su fuerza un fenómeno que nos crea algun que otro problema: la turistificación. Cádiz se está convirtiendo en un parque temático donde los figurantes somos los nativos de la ciudad siempre expuestos, como animales de zoo, a que los visitantes nos exijan hacerles chistes, cantarles coplillas y en definitiva comportarnos como ellos creen que es nuestro modus operandi habitual.

La propaganda —podríamos llamarla publicidad pero, a efectos de ser más incisivo, propaganda tiene más que ver con lo que quiero decir— para la atracción de visitantes –o como se decía antiguamente: forasteros, como si esto fuera el far west– ha funcionado casi siempre; ya en 1958 Paco Alba en su chirigota Los Julianes decía eso de «que Cádiz está de fiesta todo el verano», y claro, más allá de que eso no es cierto, crea la ilusión de que en esta vieja –por antigua y por vieja– ciudad, nuestra principal ocupación es divertir a quien venga y cobrar una paguita.

Y no digo yo que no seamos, consciente o inconscientemente, cada vez más colaboradores necesarios de esta opinión, pero claro, como no seamos capaces de manifestar otras actitudes que la de nuestra particular habilidad para cumplir las expectativas creadas, como son el que la gente nos espere graciosos y chabacanos –pues nosotros los complacemos– iremos transformándonos en monos de circo.

Pero no es de esto de lo que yo quería hablar, lo que pasa es que según vamos avanzando en el mes te vas dando cuenta de cómo en doce kilómetros cuadrados se comienzan a juntar gente y más gente, y más, y más…y llegado el momento cualquier día volcamos. De todas formas la naturaleza es sabia y de población fija cada vez somos menos, fundamentalmente, entre otros muchos factores, porque si comprar aquí una vivienda  está reservado a pocos bolsillos, si quieres alquilar, precisamente a esos pocos bolsillos que antes han comprados las fincas, es materialmente imposible: en Cádiz no hay pisos de alquiler, Cádiz es territorio comanche, solo hay apartamentos turísticos y para temporadas, estudiantes y poco más, con lo cual la edad media de los habitantes cada vez es más próxima a la fundación fenicia.

Hace poco escuché a un político, del cual omito su nombre por aquello de no entrar en debates estériles, hacer profundas reflexiones del porqué de la pérdida de habitantes en la ciudad; que si el empleo, que si componentes sociológicos, que si la industria, vivienda…y no le faltaba razón, todo suma, o mejor, todo resta, el problema es que todos aciertan en el diagnóstico pero nadie habla de terapias, sólo de paliativos para los síntomas, así que, como siempre, nos quedaremos con las ganas de saber cuales son las estrategias de las distintas administraciones para este posible “problema”. Ojo, que lo he puesto entrecomillado porque como todo en la vida ni siquiera en esto nos ponemos de acuerdo y estoy convencido que lo que unos ven en esta pérdida de habitantes en clave problemática otros lo verán como una oportunidad. Yo no tengo una opinión categórica, pero si tengo muchas dudas, a saber:

Como hemos dicho, Cádiz tiene apenas doce kilómetros de área, por consiguiente es una ciudad pequeña y contorneada por mar; es la ciudad más urbana que conozco –es que conozco pocas– eso nos lleva a pensar que tampoco es deseable un aumento desproporcionado de habitantes. ¿Por qué? Pues por la misma razón que perdemos a esos habitantes: porque no acompasamos el conjunto de políticas que hagan posible unas buenas prestaciones en materia de empleo o de vivienda por ejemplo. Si las inversiones más grandes que el sector privado hace en Cádiz son para buenos bares, exquisitos restaurantes… Si el turismo es la única fuente de recursos que parece que nos han asignado, si las casas que se rehabilitan son para esos apartamentos turísticos etcétera, etcétera.  Pues mira casi mejor es que no crezcamos demasiado porque realmente cuando son fechas normales, de las cuales cada vez quedan menos –por aquello de que Cádiz está de fiesta todo el verano…y el otoño, y el invierno…– en Cádiz se vive bien si se tiene un trabajo, o una castiza paguita, un piso, una bicicleta o patinete –lo del coche olvidaos–, tenemos, es verdad un clima muy bueno…entonces ¿para qué queremos más?

Pues porque por el camino que llevamos vamos a tener que cambiar los colegios por asilos. Ni los reyes magos van a hacer falta que vengan. Cádiz no es que esté vieja, es que esta chocheando, que decía el añorado Peña. Y para colmo tenemos casi la obligación de que por lo menos, para que los bares estén llenos de turistas, el que seamos graciosos, que digamos “picha” muchas veces y cantiñeemos cuplés verderones. ¡Oiga, un respeto, que no somos monos! ¿O sí? Soluciones, no sé, pero por qué no empezamos a dejar chovinismos y nos ponemos a trabajar en clave metropolitana: la Bahía. Y eso no quita de que sigamos pensando que Cádiz –dixit Jesús Bienvenido–  “aunque no sea la más bonita del mundo, a mi me lo parece”.

En cualquier caso, no es de esto de lo que yo quería hablarles. Yo lo que quería decir es que Reino Unido ya no está en la Unión Europea. Chimpúm

Archivado en:

Si has llegado hasta aquí y te gusta nuestro trabajo, apoya lavozdelsur.es, periodismo libre, independiente y en andaluz.

Comentarios

No hay comentarios ¿Te animas?

Lo más leído