Una película de los hermanos Marx.
Una película de los hermanos Marx.

Nuestra conexión con el exterior se realiza a través de los sentidos, son ellos los que nos informan del mundo en que vivimos y nuestra inteligencia es la que interpreta esos datos que nos ofrecen, como ventanas, la vista, el olfato, el gusto, el oído, el tacto. Lo que ocurre es que también desde el exterior nos informan, nos hacen creer, que la realidad que percibimos es simplemente una posibilidad (y no hablo de Matrix), que, como decía con mucha gracia Groucho Marx: "¿A quién va a creer usted, a mí o a lo que le digan sus ojos?".

Los sentidos nos engañan, pero no siempre; sabemos que normalmente lo que más nos engaña es la capacidad que tenemos de mentirnos unos a otros, son -ahora sí- a lo Matrix, realidades alternativas, muy al estilo Donald Trump. Una curiosa y engañosa manera de llamar al engaño, a la mentira.

"Una mentira dicha mil veces se convierte en verdad". La máxima de Goebbels que llevaron al extremo en la Alemania nazi no es algo que nos sea ajeno, por más que el ministro de Hitler, como casi fundador o exponente fundamental de la propaganda y agitación, no creo que fuera consciente en su momento hasta qué punto lo que decía era algo que sería admitido, por la vía de los hechos, en toda la historia del siglo XX y, desde luego, en este convulso siglo XXI.

Ya es difícil distinguir la verdad de la mentira, del que es un mentiroso al que práctica la honestidad intelectual de la verdad. Y no es algo patrimonio de la política o, mejor dicho, de los políticos, ni algo que no sea común a la humanidad desde el principio de los tiempos, por más que la mentira como casi una disciplina científica tenga los años del mentado Goebbels.

Se suele decir que el dato mata al relato y, por supuesto, en aquello que pueda considerarse cuantificable o distinguible, pudiera ser real, o debería, lo cierto es que normalmente suele ser al revés y el dato necesita, para su aceptación, un relato, el que sea, confirme el dato o lo niegue.

En estos días de furor, de guerra, de lastimosas imágenes que nos llegan desde la Franja de Gaza, los datos parecen claros, la proporción mayor de muertes en estos días están en el lado palestino, pero el relato, sin embargo, y como suele suceder históricamente en este conflicto, también da igual, tan igual como los muertos y se defiende -por lo que escucho y veo en los informativos, en los periódicos y en las redes sociales- lo que se piensa que pueda estar más cerca de nuestras querencias partidarias o ideológicas. Posiblemente por decir esto habrá personas que digan que soy antisemita y, seguro, que si no condeno con todas mis fuerzas a Israel, otros dirán que soy sionista, y les confirmo que no, que ni soy antisemita, ni soy sionista, al final lo único que no quiero es comerme, sin más, los relatos que no vengan confirmados por el sentido común, y el sentido común me dice que es inhumano no insistir en que se acabe de una vez por todas con esta masacre que si no es un genocidio, se le parece bastante y si la comunidad internacional mira para otro lado, como suele ser en este conflicto, pues entonces seguramente nos inundarán con más relatos falsos, mentirosos. Hipocresía y mentira, hermanos de sangre, nunca mejor dicho.

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