'La culpa la tuvo Eva', el nuevo libro de Alicia Domínguez.
'La culpa la tuvo Eva', el nuevo libro de Alicia Domínguez.

El pasado viernes acudí a la presentación del último libro publicado por la escritora ―compañera articulista en este medio―, Alicia Domínguez. El título de la obra es La culpa la tuvo Eva. Nada más agradable que poder escuchar sus palabras para explicar las motivaciones, y los fines más intelectuales, de la elaboración de cada uno de los 21 relatos o cuentos que contiene el libro. El libre albedrío, la atribución de culpa, esto son los grandes argumentos, y los explicó como suele hacerlo ella, con suma sencillez, simpatía, pero con profundidad en su contenido.

Las aproximadamente 50 personas que tuvimos el privilegio de estar allí ―habida cuenta de que la limitación de aforos no permite más― pudimos llevarnos a casa ―aparte del libro por supuesto― una idea personal, pero bien aproximada, de lo que en definitiva quiere ser tesis de su narración: la Libertad. Y da igual que podamos ir diseccionándola, por ejemplo, hablando del libre albedrío, que es la libertad de decidir, de elegir; o la libertad de movimiento, o la de expresión, o genéricamente la posibilidad de “hacer” “actuar” que es su concepto más amplio.

En estas últimas fechas tanto el concepto genérico de libertad, como el del libre albedrío están siendo de permanente actualidad ―si es que han dejado de serlo en algún momento―, y lo son porque la pulsión, la eterna tensión entre lo colectivo y lo individual a veces da la impresión que actúa como Penélope con el tejido que teje de día y desteje de noche, parece que el choque entre lo individual y lo colectivo, al igual que este mito griego, está topado por fuerzas antagónicas que les impiden conciliar. Y no es así. No debería ser así.

Como nos adelantaba en su presentación ―o así la entendí yo― Alicia Domínguez, el libre albedrío es una capacidad tanto personal como grupal, es más que un derecho, es una característica del ser humano. Pero ojo, esa capacidad de decisión, ese derecho a elegir, viene determinada por una excluyente posibilidad ante los demás: tu derecho a decidir, tu capacidad de actuar, no puede limitar la de los otros. Todo ejercicio de la libertad comporta, por tanto, un elemento personal o individual y otro grupal o colectivo, y no es eso tan manido de tu libertad termina donde comienza la del otro, no, y es no porque los equilibrios que nos damos en sociedad hacen, por ejemplo, que nuestra organización institucional, social, cultural… tenga un componente inevitable pero posiblemente necesario en la delegación por representación, en el uso legítimo de la violencia, el estado como amortiguador del ejercicio de la libertada total, las normas de convivencia elaboradas por la estructura más elevada de la sociedad. En definitiva, el ejercicio de la libertad tiene espacios perimetrados ―palabra de moda en estos tiempos― y condicionados por toda la estructural social de tantos siglos de historia.

Cosa distinta es el uso torticero de la palabra libertad o del manoseo tramposo del llamado libre albedrío. Comento esto porque, en este maldito año, hemos asistido a manifestaciones impúdicas al grito de “libertad, libertad” con gran estruendo de cacerolas, reivindicando, ni más ni menos, la libertad despejada de esos elementos coercitivos que nos impone nuestra convivencia social. También se ha malinterpretado el concepto de “libertad de Expresión” como argumento “infalible” para poder mentir o establecer, como dijo la asesora de Trump, “realidades alternativas”, cuando por el contrario, la libertad de expresión y de opinión no da argumento para la mentira consciente porque entre otras muchos derechos, tanto individuales como colectivos, tenemos el que se nos informe de la verdad.

En cuanto al libre albedrío, lo mismo. Con motivo de la aprobación en el Congreso de Diputados de la nueva ley ―y van muchas― de Educación, la conocida por Ley Celaá, ha habido gran alboroto de una parte no menor de la sociedad reclamando poder utilizar el libre albedrío, es decir utilizar su derecho para elegir la enseñanza de los niños y niñas de España. Lo complicado o absurdo de la cuestión, es que a nadie se le va a cercenar esa capacidad elección de centro según el texto de la citada ley, más al contrario, lo que pretende hacer la ley es, a mi modo de entender, potenciar la enseñanza en su conjunto, dotar de recursos a la pública ya que los sucesivos recortes la han dejado en una situación bastante lamentable, e impedir que aquellos padres y madres que optan porque sus pequeños vayan a centros concertados, lo hagan sin que estos centros se aprovechen económicamente de ellos ya que el concierto, lo que supone, es que es el estado, con sus presupuestos, el que financia ese derecho.

En definitiva, con respecto a lo anterior, es difícil apreciar mayor paradoja que la de personas que se definen como liberales, y defienden el estado mínimo, la progresiva supresión de los impuestos, la desaparición de los servicios de lo público a través de privatizaciones, que abominan de los derechos de prestaciones por desempleo o que llaman despectivamente “paguita” a todo el que cobra alguna cantidad del estado como renta mínima o lo que sea, aquellos que ven en las subvenciones el anticristo económico, los que se llevan las manos a la cabeza por el alto número de funcionarios…todos esos, pasada esa página del liberalismo, exigen que con esos mismos impuestos que ellos consideran que no se deben pagar, costeemos los centros de enseñanzas para no tener que pagarlos, y al mismo tiempo, que esos mismos centros puedan decidir ―aquí todo el mundo decide― que alumnos me interesan y cuales no. Se ponen a gritar libertad, libertad, como si la libertad fuera la posibilidad, que para eso soy libre, de poder pisotear las libertadas de los demás: Ser libres para poder quitar la libertad a otros y al final, confundir libertad con privilegio.

Y a todo esto, fíjate Alicia, para lo que me ha dado solo tu presentación y la lectura de uno de los relatos del libro.

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