La trama definitiva: cómo planean acabar con la democracia (1ª parte)

Steve Bannon, ideólogo de la ultraderecha norteamericana. FOTO: Wikimedia

Siempre que hay una crisis, sea ésta económica, social, sanitaria o de cualquier tipología y que tenga la suficiente consistencia para que tenga efectos globales, se ha tendido en sus inicios a hacer un discurso buenista y optimista de la misma. Funciona como una especie de mecanismo de defensa a través del cual nos damos la oportunidad de que siempre que las circunstancias nos llevan al límite, poniendo en riesgo nuestra vida o el status quo que la determina, tratamos de vernos a nosotros mismos como colectividad en una especie de encarnación del Ave Fénix resurgiendo de las cenizas. ¡Quién no ha escuchado durante esta pandemia eso de “saldremos mejores”! Y esas dos palabras bien nos valen para cualquier momento delicado de nuestras vidas pero sobretodo en este caso, el de la crisis sanitaria derivada del coronavirus, hace referencia a cuestiones tan importantes y que habían sido obviadas, como son: la sanidad pública, la importancia de la investigación biomédica, el papel indispensable de un diverso número de profesionales ―y no solo en el área de la salud―, la necesidad de unirnos como sociedad ante situaciones extrema, etc. Yo establecería como máximo común denominador de todas esas expresiones lo siguiente: que hablamos fundamentalmente de “preservar lo común” o dar relevancia a lo público por ser beneficioso para el colectivo frente al individualismo, entre otras consideraciones, por algo tan práctico como que esa actitud no nos sirve para salvarnos en una pandemia como la actual.

Dicho lo anterior, y no siendo ni pretendiendo ser ningún agorero, me temo que no os cojo desprevenidos si os digo que voy a daros una mala noticia: según va avanzando el tiempo en esta crisis tan profunda es evidente que esos buenos sentimientos, esa solidaridad, ese ―permítanme la expresión― buenrrollismo ha acabado. Para mí eso es incuestionable. Y por lo leído, visto y oído, esto es algo a nivel mundial. Parece que de buenas a primeras es el debate político esencialista el que lo cubre todo y surgen, como no, discursos que van en la dirección opuesta o lo que el sentido común dicta, más allá de “supuestas extravagancias” como lo de Trump recomendando chupitos de lejía o la de Díaz Ayuso viendo la curación en los techos altos de algún hospital. Hablamos de cosas serias.

Muchos me dirán ―ya vienen haciéndolo― que todo esto que digo lo hago desde una posición política determinada, que lo que hago o lo que hacemos muchos es politizar la crisis sanitaria entre otras cosas porque “tratáis de cambiar el sistema, tratáis de imponer una dictadura y eliminar la libertad”. Esto me lo dicen, cosa curiosa, como si yo fuera del gobierno de algún sitio. Veamos un poquito de lo que se trata y aunque no tengo expectativa ninguna de que haya personas que cambien de opinión no voy a dejar de intentar de ser todo lo pedagógico que pueda ateniéndome a lo que son realidades y verdades incómodas para muchos.

En torno al año 2014 se produce un hecho importante para la historia que trato de contar. A la lista de los recursos y materias primas que mueven la riqueza en el mundo. Hablamos de petróleo, gas, coltán… éstos y otros en la fila de los legales, y las armas, drogas…y otras más en la fila de los ilegales, se suma una materia prima que con sus aditivos correspondientes puede proporcionar no solo cantidades ingentes de dinero, de movimiento de capitales, sino también puede, y de hecho lo hace, ser capaz de hacer algo tan revolucionario y hasta hace poco solo especulado en el género de ciencia ficción: la modificación de las voluntades y por lo tanto la capacidad de modificar los entornos culturales, sociales, económicos y políticos a través de la adquisición y tratamiento de una materia prima incontestable. Me estoy refiriendo a los Datos, nuestros datos. Y lo escribo con mayúscula porque no hablo de información tradicional, estoy hablando como la adquisición y manejo de millones de datos de todos y cada uno de nosotros puede cambiar, y lo hace, nuestro mundo. Les estoy hablando de la compraventa de datos informáticos, su tratamiento y su gestión independiente de la voluntad de cada uno de nosotros y por supuesto independientemente de las legislaciones de cualquier estado en materia de privacidad y en general de derechos de la ciudadanía.

Lo he situado este cambio en torno a 2014 aunque podríamos hacerlo mucho antes, habida cuenta de que el mismo hecho de la popularización de internet, la masiva utilización de las redes sociales y la práctica habitual en cualquier actividad humana de los recursos informáticos, desde el principio hizo propicio que nuestra intimidad quedase al desnudo y disponible para cualquiera con cualquier espúreo objetivo. El señalar 2014 es por el hecho histórico de la puesta en marcha de la empresa Cambridge Analytics, que más allá de ser una consultora tradicional en distintas áreas del conocimiento, se convirtió por obra y gracia de gente como Steve Bannon, en lo que podríamos definir como una empresa que se dedicó a la propaganda psicológica a través de la utilización de los datos de usuarios de redes sociales y la realización de tremendas y sofisticadas campañas de engaño con el objetivo de modificar la estructura democrática de los países hasta el punto de convertir esos sistemas en una tradición desfasada ante la creación de lo que se ha denominado realidades alternativas donde las políticas ultra no son puestas en marcha mediante fórmulas violentas ―golpes de estado tradicionales, guerras, etc.―. En definitiva un nuevo orden mundial estructurado y controlado por una extraordinariamente modernizada extrema derecha ―olvídense de referencias tradicionales fascistas o nazis― que ha encontrado a través del cóctel de herramientas de control psicológico, modificación de conducta, datos, informática y matemáticas, como hacer entrar en desuso la democracia…pero con la aquiescencia de una masa manipulada y engañada con las más sofisticadas fórmulas jamás utilizadas y aunque podréis pensar que tiene algo que ver con las fórmulas de Gooebels, esto que comentamos tiene otros recorridos y otras apuestas estéticas que las hacen posiblemente menos detectables.

Este artículo pretende ser el primero de una serie que haga para explicar toda esta tesis ―imposible hacerlo en un solo texto―. Así que, sin que me importen las críticas que pueda suscitar, voy a intentar explicar lo que pasó, pasa y puede pasar si no somos capaces de armarnos psicológicamente y por supuesto ideológicamente. Ser capaces de cambiar nosotros mismos para defender lo que nos debe ser de lo más preciado: la libertad.