Oriol Junqueras, con el presidente de la Generalitat, Pere Aragonés.
Oriol Junqueras, con el presidente de la Generalitat, Pere Aragonés.

Supongo que como fecha inaugural de la democracia en España podemos poner la de las primeras elecciones generales en el año 1977. Fueron Cortes constituyentes y pudieron acudir a su convocatoria prácticamente todos los partidos políticos que obtuvieron una legalización exprés por parte del Gobierno. Recuerdo lo de la fecha solamente a efectos de contabilización. Estamos hablando de unos 44 años. En este tiempo también supongo que hemos interiorizado muchos de los valores que vienen en la promo democrática, y no solo valores, especialmente ―y de eso tratamos hoy― las formas, los modos, los protocolos y muy muy por encima de todos, es de suponer que tenemos claro que hemos aprendido, los que si podemos echar la vista atrás y llegar a esos 44 años, y los que nada más han vivido en época democrática, que la política no es algo residual, reservada a una élite, un asunto que está fuera del conocimiento y de los intereses del común. Supongo, y claramente no estoy seguro, que aquello que propaló el General bajito de que la política era algo que solo él o los que él quisiera podían hacer, es cosa del pasado que se acabó, como también se acabó la vida del regordete General.

El aprendizaje democrático ha sido, como no podía ser de otra manera, arduo, complicado y con pruebas de estrés bastante evidentes: legalización de partidos, debate y proclamación de una Constitución, estructuración territorial del estado, estatutos de autonomías, la crisis económicas, los golpes de estado...no es necesario extenderme en la enumeración de esos momentos donde el sistema se ha puesto en tensión y en la tesitura de su mantenimiento. Yo diría que los últimos embates que sufre nuestro régimen democrático han sido, o están siendo: el insoportable comportamiento de la familia real, la corrupción y la pulsión independentista catalana. Y a esto último me voy a referir.

 

Desde luego si realmente nos creemos que vivimos en una democracia homologable a las de nuestro entorno europeo, el debate político debe ser el sustento principal de su funcionamiento, como lo es el aceite para que no se gripe un motor. Creo que en eso estamos todos de acuerdo. Debatir políticamente es función democrática. Democracia no es únicamente votar. Ni mucho menos. Democracia es deliberar, es decir, debatir. Y eso es precisamente lo único que no se ha hecho en el tema de los indultos de los políticos independentistas b. 

Como es lógico y normal, con esta cuestión hay dos posiciones claras y contrarias: los que apoyan la medida y los que no. El gobierno ha decidido conceder estos indultos en base a una posición política determinada y fundamentada en el convencimiento de que las extraordinarias circunstancias que se viven en Cataluña son posible sobrellevarlas con una política de distensión, de politización de cada movimiento. “Es bueno para España y también para Cataluña”, dicen desde el gobierno. En definitiva una posición conciliadora que puede tener un objetivo pedagógico interesante: las ideas que defienden los condenados, y ahora indultados, no pueden ser motivo de criminalización. La libertad de pensamiento no puede ser algo retórico, tiene que tener un correlato en los comportamientos.

Por otra parte, y dentro del espectro político, están los que posicionados en contra de estos indultos. Y es legítimo, e incluso podrían tener profundas razones políticas para expresar y mantener su negativa...el problema es que no conocemos la posición política, solo conocemos sus lemas, el ruido, pero en absoluto el debate político. Hablan de traición, de no sé qué de la bandera, otra vez con lo de romper España, y toda una serie de injurias sobre las personas que han amparado esa medida. Lamentablemente ni un solo razonamiento que huya de las vísceras, de lo emocional y que sirva para entrar en un debate que estoy convencido que sería enriquecedor para nuestra democracia.

No existe el debate, e incluso se extrema la posición de los que niegan la medida, con el argumento de que los indultados siguen siendo independentistas...¡nos ha jodido! ―con perdón―. En definitiva, argumentos lanzados con sobre actuación, buscando solo enervar a la ciudadanía (¿se acuerdan cuando se indultó a los golpistas del 23F? Siguiendo la argumentación de los negacionistas de los indultos a los catalanes, España sería hoy una dictadura militar)

Termino insistiendo en la necesidad de debate político, aunque sea tan endeble como el que se da cuando se intenta defender la presencia pública de Pemán aludiendo a que era un “demócrata de toda la vida” como ha escrito ―se admiten risas― el Presidente del Ateneo de Cádiz (disculpen está torpe inmersión en la política local de Cádiz).

La democracia no se fortalece metiéndole miedo a la gente, se fortalece acudiendo a sus valores y formas. Se cuida cuidando que los que opinan de manera distinta lo puedan hacer sin riesgo de ser acribillados. Se defiende impidiendo que cuajen delirios disfrazados de ideas, como es el blanqueamiento de lo que fue en España el golpe de estado, la guerra y la represión. Mientras el espectro político que aún plantea España como un lugar donde ellos ganaron una guerra que, por lo visto, dura hasta hoy, no tenga el coraje de comprometerse con la democracia, ésta será débil y estará sometida a un claro peligro de desnaturalización y de supervivencia.

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