Alejarme del ruido

“Los viejos sueños fueron buenos sueños. No se cumplieron, pero me alegra haberlos tenido”, decía Clint Eastwood en Los Puentes de Madison

Alejarme del ruido. Clint Eastwood en Gran Torino.
Alejarme del ruido. Clint Eastwood en Gran Torino.

Ponerme a escribir cada semana el artículo para el periódico, es ponerme a pensar durante un par de días en el artículo que quiero escribir ¡hay tantas posibilidades! Amistades variadas me recomiendan siempre variadas soluciones. Unos me piden que política. Otras me piden que política, pero cañera. Los más me dicen que lo que sea, pero con humor. También hay, no crean, personas que, con buen criterio, me aconsejan que no toque temas demasiado pegados a la información más actual, y me centre en divagaciones y reflexiones sobre cuestiones más universales, más abstractas y, sobre todo, que no contengan la crítica u opinión política como tema central.

Es difícil obviar la actualidad, no vivimos en una urna insonorizada y, por tanto, ajeno al ruido exterior. El mundo sigue mientras yo aporreo, con mayor o menor acierto, estas teclas de mi, ya muy desfasado, portátil. Admiro profundamente a aquellos articulistas ―muchos profesionales, otros espontáneos y advenedizos como yo― que consiguen en cada columna, en cada opinión, en cada párrafo, salvarnos de la furia ensordecedora de un ambiente, normalmente hostil, que hace que vayamos siempre cabalgando con estrépito de noticia en noticia, de suceso en suceso, de gran acontecimiento a gran acontecimiento, y así, para mí, es imposible entenderse, hacerse un hueco para conseguir lo que consiguen esas admiradas y admirados escritores de opinión cada día, mejor dicho, en cada artículo. Ese solaz momento de leer vuestros escritos, no solo en este medio claro, cuando me comentáis una película, habláis de Iibros, de las cosas cotidianas, incluso ¿por qué no? De aquellos pensamientos y reflexiones que, más allá de mi medio-bajo nivel cultural, me permiten sacudirme el polvo de lo trascendente para centrarme en lo verdaderamente trascendente: cambiar lo que me agobia por lo que me da placer.

Yo comprendo, que por mis antecedentes ―y digo antecedentes sin dobles significados― en los ámbitos políticos desde muy joven, es difícil que se asimile mi persona con alguien diferente al politiquillo de provincias, con cierto nombre entre los de la misma cofradía. Pero la realidad es más tozuda que la memoria y la evolución de las personas ―la mía después de casi diez años fuera de la política―, se produce de la misma forma que los sueños que tuvimos de jóvenes, aquellos que nos situaban en el mundo de las expectativas, con todos los parabienes de tus propios deseos, se van transformando a través de los años, hasta que llegas a una edad, con un buen puñado de tiros dados ―y recibidos―, donde te conformas con leer, escribir, reír y que las neuronas que te quedan y que te sirven para que no se te olvide respirar, comer y sentir, sigan funcionando.

Es exagerado, ya lo sé, lo más real es que, efectivamente, cuando dejas de ser joven, cambias las expectativas, buscas otros caminos, aplazas o te ríes de los sueños que tuviste y no se cumplieron (ni me acuerdo la de veces que habré escrito en alguna columna lo que Clint Eastwood le decía a Meryl Streep en Los Puentes de Madison: “Los viejos sueños fueron buenos sueños. No se cumplieron, pero me alegra haberlos tenido”), pero nadie me podrá discutir que, precisamente, es el alejarse de lo que te crea inquietud, de lo que te desasosiega, lo que te produce el verdadero placer. Donde ante solo había luz y la oscuridad era desechada, ahora, sin embargo, busco la luz tenue de lo que me cuentan casi al oído todas esas voces que me secuestran, afortunadamente, del mundanal ruido, a la vez de llevarme a la oscuridad deseada, la del que duerme plácidamente sin interferencias en fase REM.

Concluyo, que necesito mi dosis de lectura de la tarde, ahora con la voz de Meryl Streep, Francesca en esa romántica película de Los Puentes de Madison: “No es humano no estar solo, y no es humano no tener miedo”.

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