Verano del 25: el sosiego, a pesar de Pessoa

Una ciudad que reverbera luz y vida real, en paralelo con un visiteo constante y con el turismo depredador

01 de septiembre de 2025 a las 09:49h
Verano del 25 el sosiego, a pesar de Pessoa.
Verano del 25 el sosiego, a pesar de Pessoa.

La Plaza de Figueira, completamente renovada, tiene suspendida la parada del 28 y hay que tomar la rua dos Fanqueiros y subir, luego, hacia la iglesia de Santa María Magdalena. Sin llegar, pero viéndola, queda la parada del tranvía que trepa por Alfama hasta los Prazeres, el nombre más atrevido del mundo para un cementerio espectacular. Escuché pronunciar un nombre que no solo es mío. Era Soraya, junto a Pablo. Habrían pasado al menos treinta años desde que nos viéramos la última vez. Nos sentamos en el Café Nacional. Los camareros nos dejaron bajo la escalera, sin olvidarnos, y mucho tiempo después quedamos para el día siguiente. Fuimos, entonces, al Pavilhão Chinês, un gabinete de curiosidades, más un museo que un bar, un buen bar, un buen resumen de lo que Lisboa fue y sigue atesorando: un poderoso mosaico.

No es que Pessoa insistiera en que el mundo solo fuera desasosiego, insistía en verlo como realmente es, e insistía, seguramente, porque ya el mundo se negaba a verlo, al mundo, en toda su variedad de Pavilhão Chinês. Valter Hugo Mãe, en su Educação da tristeza, libro reciente, habla de quizá esa misma tristeza, quizá melancolía pessoniana, en un acto de reivindicarla para no oponerla a la alegría excluyéndola.

Digo yo, que reivindico la alegría con Deleuze, con los estoicos y con mis amigas (lenguaje inclusivo, además), que ninguna pérdida es alegre y, sin embargo, ninguna debe impedir el cultivo de la alegría. Luego me asalta el recuerdo de que Borrow, sin ningún interés real en biblias, en verdad, pero que se paseaba con un baúl repleto de ellas, seguramente tuvo más interés en la belleza y la alegría del Cantar de los cantares que en ningún otro pasaje. Qué el drama en la vida existe y que quedan los que consideran la vida un drama porque piensan que vinimos a la vida a morir: vinimos a la vida a vivir, a vivir lo más alegres posible y a rechazar la tristeza paralizadora e impedidora de la alegría, que no es frivolidad. Dirán que toda esta reflexión nace del pensamiento alemán, escandinavo, y es más lisboeta que su mar y su bacalao. Que la necesidad de hacer santa a Magdalena es aquella cosa: imagino que era una diosa.

Lisboa no es menina ni moça. Es una ciudad y no una mujer, por más que ese fado sea pegadizo y con buena música y un hito en la música lisboeta. Una ciudad que reverbera luz y vida real, en paralelo con un visiteo constante y con el turismo depredador. La plaza, en la antigua judería de Alfama, ya fue terminada y donde estuvo el café de la gente de OqueStrada, que los domingos se abría a quien quisiera cantar, hoy es una galería de arte, que yo vi cerrada. El bar que conocía en Baixa, de camino a Chiado, y que daba por muerto, porque no lo encontraba, sigue vivo y amable. En Barrio Alto, una taberna con plato del día cobra 80 céntimos por el café, todavía.

El verano se va deshilachando entre el genocidio de Gaza y la destrucción corrupta de la Argentina con los Milei y sus secuaces, que apoyan sin fisuras a Israel, además. Se va disolviendo como si cayera por un embudo a un otoño que promete ser aciago y, sin ingenuidades, solo remontaremos en serio con el cultivo de la alegría, sin escapismos, porque la tristeza para todos nosotrøs es lo que quieren los poderosos nefastos del mundo. La tristeza es una cárcel y no debemos entregarnos; no tan fácil, al menos.

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