Casa Tino, Cadi, durante la tarde del apagón por el incendio de Puerto Real. PabloMtnezClaleja, 2023
Casa Tino, Cadi, durante la tarde del apagón por el incendio de Puerto Real. PabloMtnezClaleja, 2023

Las grúas, los cruceros, el segundo puente, el Ave Fénix, la catedral, la Bella escondida, la Torre Tavira y la nube gigantesca de humo. Todos enigmas para los que, al menos, se ofrece una explicación. La ciudad interior podía seguir siendo interpretada. Descendí desde la garita hasta con el enigma del barco de Rota: averiado y sin servicio hasta nueva orden. No va a haber forma de contemplar la ciudad desde su exterior marinero.

Ya en la calle, fuera del laberinto interior, todo parecía normal. La Caleta estaba empetá de gente. Me parecía sentir olor a humo, pero no estaba seguro si aquella sensación no sería sugestión por la información que yo tenía. El Club Caleta estaba cerrado todavía al público no socio, así que me senté casi en Hollywood a contemplar el enigma de la Escuela de Náutica, el enigma de Valcárcel, al sol que descendía poco a poco.

Se me antojó comer algo, una ensaladilla de pulpo, por ejemplo, unas croquetas: algo. Solo encontraba sitios llenos de gente o sitios cerrados. Los domingos, pensé. Después del Corralón alcancé la taberna El Tío de la tiza: los únicos sentados en la terraza eran los camareros. Seguí a la calle de la Rosa. Casa Tino se alumbraba con velas, como en marea vacía, sus ortiguillas huidas.

Cuando salí de la calle San Juan ingresé en otra ciudad, transfigurada. Las luces del carrusel brillaban, el mercado bullía. Desde el arco del Pópulo me dejé llevar por las callejas. Unos malabaristas preparaban fuego para iluminar sus destrezas; un cantante, seguramente genovés, sostenía bellamente la fachada de una casa; dos mujeres forzudas no conseguían vencerse la una a la otra en un pulso marinero de taberna. El barril de cerveza, agotado, no ofrecía más. El enigma del incendio se resolvería o no; Los Toruños parecían salvados. El enigma de Carrusel seguiría vivo gracias al documental que vimos en Los Toruños: La balada perdida.

Las forzudas habían renunciado a la victoria: ¿quién necesita una victoria? Un vagante medieval cruzó la calle por delante de todos nosotrøs y se coló por una mancha de la fachada. El cantante genovés dejó su esquina. La noche no dejaba de declinar. El día había declinado completamente. Todo se volvía imposible, lleno de humo, amasado en ceniza. Al Ave Fénix, que un día se estampó en el suelo de Cadi, lo levantaron las grúas. Las calles están todas llenas de jeroglíficos fenicios escritos por perros, y hay gente que los borra con su botella de mistol. Una echadora de cartas recibe en pijama de seda en un antiguo despacho de carnes. Unos muñecos habitan un escaparate refrigerado.

Cadi sitiada, como cuando los franceses: sitiada por el humo y por el fuego. Cadi sin luz, con velas y sin ortiguillas que ofrecer por falta de luz y exceso de fuego. Un fuego que se lleva todas las magias de nuestros enigmas más divertidos y que no se apaga con magia. Al Ave Fénix lo devolvieron al cielo las grúas.

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