Verano del 23. La ciudad pudenda

La vida, en todas las ciudades, discurre entre calles, sótanos y reboticas. En 'Cadi', además, entre azoteas

La Caleta, abarrotada este verano.
La Caleta, abarrotada este verano. MANU GARCÍA

Oppenheimer me ha parecido un tostón de antología, a diferencia de una Barbie con la que sí me sentí interpelado, también estéticamente. Barbie ya está navegando por los subterráneos de las vidas. Hoy caminaban tres adolescentes por la calle y una de sus frases se han caído de su conversación y ha llegado a mis oídos: “A mí me daría vergüenza tener un novio que me estuviera comprando todo”. Mi ingenuidad da para preguntarme cómo es siquiera posible que quepa algo así en la cabeza de alguien. Pero el asunto insiste: una mujer joven me contaba ayer que mandó a su pareja lejos porque no dejaba de meterse en cómo se vestía. Disculpen otra vez mi ingenuidad: ¡No me cabe en la cabeza! Pero es que hoy en La Caleta he visto a un hombre joven atento al momento de vestirse la mujer joven con la que estaba, cuidadoso de taparle las partes ¿pudendas? antes incluso de que pudieran haber quedado visibles. Un mujer adulta que podía vestirse sola.

Y ahora sale la Amaral, en Aranda de Duero, con sus pechos desnudos para mostrar la dignidad de los cuerpos de las mujeres. Eso sí, un hooligan en Twitter ha hecho el comentario de que los pezones de Eva Amaral parecerían los botones de los timbres. ¿Se puede ser más carpetovetónico? Hay un analfabetismo acerca de las mujeres y del género humano que permite localizar continuos hallazgos del conocido como 'pertinax bruta machilurus'. Esa ideología machista que juzga y castiga continuamente a las mujeres y a sus cuerpos, y a los varones que no sean ideológicamente lo suficientemente machos, es una apología contra la mujer que no obedezca lo que estos machos envalentonados decidan.

Volviendo al cine, lo que sí me pareció destacable fue el documental La balada perdida, sobre el grupo de teatro Carrusel. Un grupo de teatro cuyo lenguaje teatral incluía el lenguaje de los cuerpos desnudos que no se ocultan. Un lenguaje teatral que no los ocultaba. Un grupo de teatro de Cadi, del final de los 70 vivo hasta mediados de los 80, de una genialidad no suficientemente celebrada.

Tampoco los escondía Lorenzo Cherbuy, extraordinario pintor, al que uno se encuentra lo mismo en el final de la rampa de bajada de un aparcamiento, el de Canalejas, que en el bar Carrusel, de la calle Circo. Un pintor, Cherbuy, desconocido en la Cadi de la que no quiso salir, y del que dijo Gabriel Celaya: "(...) La increíble evidencia en Cherbuy, es el terror sagrado. Son el sexo y la muerte mirándose, alarmando la luz del sobresalto”. Un sobresalto que en ocasiones me recuerda la luz de William Blake.

La vida, en todas las ciudades, discurre entre calles, sótanos y reboticas. En 'Cadi', además, entre azoteas, aunque también haya que ir saltando entre los ríos amarillos de los casi treinta mil perros censados y algunos de sus mojones. A veces se confunde el aire con el viento, lo cortés no quita lo caliente y una gran cantidad de tangas, mínima expresión de una prenda de vestir, luce como una banderola muy desproporcionada la etiqueta para su lavado.

En la calle Presidente Rivadavia, esquina con San José, lo que parece una esquina es, en realidad, una ochava que se descubre arrimándose mucho a la pared. Entonces, desaparece la esquina y aparece ese chaflán, ochava, que nos conectaría directamente con el primer Aleph, del que ya hablamos. No hay un Aleph ahí, ya hemos explicado la localización de los tres Alephs y no hay más, pero es un acceso mágico con la ciudad de Buenos Aires. Es curioso que fuera Rivadavia quien los dispusiera en el urbanismo de la ciudad, que luego fueron exportados a Barcelona. La localización del primer Aleph se encuentra tras una ochava; la del segundo Aleph desapareció con el edificio que lo alojaba. La calle Buenos Aires, una metáfora, arranca frente a la puerta principal del edificio de la ochava secreta. En las paredes de ese edificio no suelen verse los jeroglíficos fenicios que escriben los perros y borran sus dueñøs con su botellita de mistol.

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