Verano del '22: nave hacia lo surreal

Y un poco más allá se erigía un templete, cerrado con una verja, cuyo pedestal mostraba la ausencia de su san Francisco

Verano del '22: nave hacia lo surreal.
Verano del '22: nave hacia lo surreal.

Cerré la puerta del baño y escuché desde dentro que la nave, de una compañía europea, iba a ser fumigada sobre todo el pasaje, que las substancias que se utilizarían estaban perfectamente auto rizadas y no entrañaba ningún peligro para la salud humana. No me intranquilicé, pero me sentí bien por el hecho de que la casualidad me hubiera llevado a aquel refugio repentino. Terminé de hacer lo que había ido a resolver. Cuando salí todøs los viajeros estaban ¿dormidos?, ¿algo peor? Fue maquinalmente hasta mi asiento y me senté. El avión seguía volando con aparente normalidad. Llegamos a Ezeiza. Aterrizamos. Tomé mi equipaje de mano y me dirigí a la puerta. Estaba abierta. Lo abandoné y me dirigí a inmigraciones, luego a la aduana.

Salí al vestíbulo, fui a tomar un café y me senté en una sala de espera improvisada en uno de los costados de aquel vestíbulo. En la sala esperaba la psicóloga chilena de 70 años a la que había ayudado con la maleta y la orientación por el aeropuerto  Charles de Gaulle. Tenía por costumbre viajar con un determinada compañía para driblar las complicaciones de las lenguas extranjeras.

Allí estaba también una familia numerosa y complicada. Se componía de dos matrimonios, cuyos varones se intercambiaban con la atención al bebé, hermano más pequeño de una hermanada diversa en edades y que se trataba con el más tranquilo de los cariños. La esposa de una de las parejas estaba, en el interior de la nada, fuera de foco y de escena. Por el contrario, una mujer que viajaba sola con varios adolescentes, si mantenía comunicación directa con la madre del bebé, con el bebé, con la hermanada del bebé y con uno de los varones. No fue posible inventariar el número total de hijos.

Al salir del aeropuerto se percibía una vida normal. Una mujer joven perdió su jersey de hilo, más propio de una señora que de su edad. Lo tomé del suelo y apreté el paso para entregárselo. Grupos de jóvenes estaban sentados en la explanada  frente a la terminal, charlando y tomando mate. Una mujer corría sin resuello hacia su auto mal aparcado, ante el que dos policías tomaban notas. Un poco más adelante se encontraba una figura de la Virgen de Luján, el san Cristóbal de aquí. Y un poco más allá se erigía un templete, cerrado con una verja, cuyo pedestal mostraba la ausencia de su San Francisco. Años atrás lo habían robado, aunque luego aparecería, y para protegerlo en el futuro levantaron el templete enrejado. Ahora que ya está el templete sigue ausente el santo, aunque ya fue encontrado. En el pedestal yace, desordenadamente, una virgen que no sé si es la de Luján. En la misma alameda, aunque por muchas razones sería más acertado nombrarla boulevard, sobre todo históricas, cruzan los raíles de un ferrocarril que hoy sirven de banco para sentarse. Un ferrocarril que llegaría hasta Brasil si pudiera.

Lo que sí llega hasta aquí es el humo de los incendios del delta del Paraná, mientras la televisión advierte de la posibilidad de substancias peligrosamente contaminantes y la huida de los animales salvajes del fuego pone el riego, dicen algunos medios, la seguridad de las carreteras.

Parecería como si Borges o Cortázar siguieran siendo los guionistas del cotidiano.

Si has llegado hasta aquí y te gusta nuestro trabajo, apoya lavozdelsur.es, periodismo libre, independiente y en andaluz.

Comentarios

No hay comentarios ¿Te animas?

Lo más leído