Museo Guggenheim, Bilbao.
Museo Guggenheim, Bilbao.

El tren parte a las 13:35, “¡Quema el sol, el aire abrasa“, los campos sembrados de fuego, a veces saltan las llamas. En Valladolid se ve el calor con solo mirar una plaza; el tren se abre paso a través del paisaje. La estepa va quedando atrás. A los campos de pan les van saliendo flecos verdes; árboles más altos, de hoja caduca, troncos de papiro blanco. Pancorbo, ahora, humea chimeneas entre sus acantilados, cuando yo crucé estaba colmado de nubes negras y nieblas; el tren cabalgaba al paso, luego de Orduña, al trote; entonces, al galope hasta Bilbao, donde la lluvia colgaba en bolsas a punto de reventar, que rompieron poco a poco dos días más tarde. Una maquinista trajo el tren desde Miranda.

Afganistán, a punto de caer cayó; Ceuta, a punto de renunciar a la Ley renunció, dice el Defensor del Pueblo: trajín con niños inaceptable. El “Bombero torero”, ¿categoría cultural?, ¿cuál? Programas de la tele, que no había visto nunca, llenos de ruido me llenan de asombro y llenan el Mundo de basura. Me llama la atención que parezca, como en el teatro de risa de principios del XX, que lo andaluz estaría para ponerle el chiste a la cosa: el que sea el chiste.

Ruido del camión de la basura, de recogida, en mitad de la noche. El péndulo del carrillón suena como una gota de agua interminable. Leo Messi.

El cielo cubierto de una masa maciza de nubes convierte al cielo en un filtro de luz inesperado y al Museo Guggenheim en un barco fantasmagórico alumbrado por un fuego de San Telmo que no anuncia ningún naufragio y lo hace más grandioso. Más adelante, la representación diplomática de la nueva CiudadPuerto de Hamburgo: dos edificios largos hacia arriba y, entre ellos, una inmensa escalinata solo llena de peldaños. Pensé si podría tener la función de una gigantesca grada para ver las regatas de traineras en la Ría del Nervión, pero justo el puente de Calatrava impediría verlas; Arata Isozaki con Iñaki Aurrekoetxea. El momento Boston de Bilbao. La ría podría servirle a Javier Limón para otro vídeo nocturno con Nella.

Miras al final de cada calle y llegas a una pared verde que sube por el aire. El metro sigue limpio, después de tantos años, aunque le falten planos del recorrido y te digan que te los bajes con el móvil: no todas las personas son digitales, o tan digitales, y se ven planos, sin embargo, cuya utilidad práctica es solo una pregunta. La alfombra de hierba de las dos cuñas de jardín de la Diputación Foral, en la Gran Vía, terminan rematadas con un corte, en cruz, junto al tronco del arbolito allí puesto. La ciudad funciona, eso es lo que parece, en todos los sentidos. El cierre de las barras de los bares tiene su solución, unas mesas altas, allí pegadas, y manteniendo la distancia. En Ledesma las terrazas están llenas y hay gente sentada en alféizares de ventanas bajas, de un edificio de oficinas, que parecen escaparates guardando la distancia. Se nota vacía, sin la Semana Grande y las vacaciones de agosto. Esto hasta el sábado por la mañana, cuando las Siete Calles se llenan de turistas y paseantes

Quedan algunas grúas, que en realidad son cigüeñas.

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