La valla de la vergüenza

Las preguntas pertinentes -indignadas- en este momento son las siguientes: ¿si esto lo hace un Gobierno que dice ser de izquierdas, qué haría uno que se dijera de derechas?

Periodistas Solidarios

Una imagen de la valla de Melilla.

Escribo -indignado- desde el otro lado de la valla de la vergüenza europea, desde el África subsahariana. Exactamente, desde Guinea-Bissau, uno de los países más pobres del mundo y emisor de esos emigrantes cuya represión junto a Melilla ha causado una veintena de muertos y decenas de heridos. Escribo desde la vergüenza -y la indignación- de un europeo que no se siente representado por su Gobierno ni por sus instituciones comunitarias. Desde la vergüenza de comprender que el Gobierno de España vulnera sin pudor las más elementales normas de respeto a los derechos humanos y que lo hace, además, alardeando de ello. Vulnera los derechos humanos y traiciona el compromiso de hacer una política de izquierdas. 

Las preguntas pertinentes -indignadas- en este momento son las siguientes: ¿si esto lo hace un Gobierno que dice ser de izquierdas, qué haría uno que se dijera de derechas? ¿Qué diferencia hay entre esta política y la que haría Vox? Tenemos un Gobierno impúdicamente de derechas que presume de ser de izquierdas. La política no se define por sus etiquetas prefijadas, sino por sus acciones y sus trayectorias. Y las acciones y la trayectoria de este Gobierno con respecto a los derechos humanos de los inmigrantes son descaradamente de derecha, de extrema derecha. El ministro del Interior, Grande Marlaska, debería ser repudiado, no sólo cesado por Pedro Sánchez. Han sido varias las veces que sus actuaciones le han hecho merecedor de portar en la cartera el carnet de militante de Vox. Ya sé que la actuación ha sido de la policía marroquí, pero con la bendición de Madrid, que la defiende y la aplaude.

El propio Sánchez debería dimitir y convocar elecciones de inmediato, como debió hacerlo Zapatero cuando se vio obligado a asumir el “austericidio” a raíz del estallido de la burbuja inmobiliaria. No lo hizo y aquello trajo consigo el triunfo arrollador de Mariano Rajoy, que además de hacerse con el poder, se sintió legitimado para liquidar los derechos cuya conquista había costado a los trabajadores años de luchas. Hacer políticas de derechas no frena a la derecha, sino que la alienta.

¿Y la sociedad española? La sociedad tiene en este momento una oportunidad de oro para demostrar que es diferente a los políticos que tanto critica. Demostrar que no tiene dos varas de medir, sino una sola. Que no es racista porque trata por igual a los blancos que a los negros. Que es humanitaria porque le da igual que huyan de una guerra que de otra. Tienen una oportunidad de oro las iglesias que se movilizaron -magnífica actuación- para acoger a los ucranianos. Una oportunidad de oro tienen los ayuntamientos que ofrecieron sus instalaciones para los refugiados. Como la tienen las hermandades que organizaron caravanas a la frontera ucraniana con ayuda humanitaria. ¿Veremos algo así en los próximos días? Estoy seguro de que sí porque, de lo contrario, los seres humanos nunca más seremos capaces de mirarnos la cara delante de un espejo. Porque, de lo contrario, nos igualaremos a esos políticos que no nos representan. 

Lo que está pasando en la frontera de África no es culpa de las "mafias", como quiere hacernos creer el presidente del Gobierno. La culpa la tienen las autoridades, que tienen la responsabilidad de gestionar las tensiones para evitar que estallen. La culpa la tiene la descomunal brecha de riqueza que separa Europa de África. Brecha que, lejos de reducirse, se ensancha a ojos vista. No hay más que venirse unos días a este lado de la valla de la vergüenza. Si no se toman medidas de inmediato, las grandes hambrunas no tardarán en aparecer en esta parte del planeta y entonces no habrá valla que valga. La valla de la vergüenza europea no es más que el reflejo del sangrante olvido al que los países ricos someten a esta gente, de la retirada de los proyectos de cooperación, del aparo que les da a los gobiernos corruptos que esquilman a sus propios ciudadanos. 

Escribo -indignado- desde el otro lado de la valla de la vergüenza. Donde el futuro es más negro que la piel de esta atribulada gente. Desde un país que sufre las consecuencias de la guerra de Ucrania y de las nefastas políticas del occidente "civilizado" de forma tan cruel que les han puesto los alimentos básicos para la subsistencia a un precio inalcanzable. El arroz, su alimento básico, cuesta el doble que antes de la guerra y ya entonces era un milagro conseguir un plato diario. Los productos que exportan -el anacardo en el caso de Guinea-Bissau- se lo pagan ahora a precio irrisorio, el combustible cuesta lo mismo que en Europa y los salarios, los que tienen, no llega a una décima parte de lo que cobra un europeo. Con esta situación, ¿a quién le puede sorprender que quieran saltar la valla de la vergüenza? ¿Quién está intentando tensar la cuerda hasta el extremo de que se rompa? ¿Tendrá que haber otra guerra, esta vez en el norte de África, para que seamos capaces de atender las necesidades de esta pobre gente? Escribo indignado, obviamente.