Las vacaciones son para ricos

Es más, si el modelo a seguir es el de la productividad y el consumo desbocado, se producen inoculaciones de modos de vida donde el trabajo lo ocupa todo y las vacaciones están mal vistas

01 de septiembre de 2025 a las 11:15h
Estação ferroviária de Almendra.   Sergio Villalba Jiménez
Estação ferroviária de Almendra. Sergio Villalba Jiménez

Las vacaciones pagadas son un derecho ciudadano relativamente reciente que se suele atribuir históricamente al gobierno del Frente Popular presidido por el socialista Léon Blum (en realidad hay precedentes similares con la República de Weimar y otros países de tintes socialdemócratas), que a raíz de los llamados Acuerdos de Matignon (1936), forzó a la patronal a tener que asumir 15 días remunerados al año y una semana laboral de 40 horas… todo un ejercicio de fuerza, cohesión de los trabajadores y justicia social. Los regímenes totalitarios emergentes también fueron pioneros y no tardaron en aprender del empresariado y el intocable poder económico que estas prebendas conseguían un teórico doble logro, el asalariado obtenía un descanso para volver con mayor ahínco a la productividad, y por otro lado se calmaban los ánimos para una sublevación de masas por la apropiación de la plusvalía y otras lindezas coercitivas.

En el caso del fascismo de Mussolini la gestión operativa se realizó mediante organización recreativa al uso, llamada Opera Nazionale del Dopolavoro (1925), mientras en el caso del nacionalsocialismo alemán encontramos a Kraft durch Freude o “Fuerza a través de la alegría” (1933). En España la Segunda República ya había aprobado en 1931 la Ley del Contrato del Trabajo con un permiso retribuido de siete días por año, pero tras el golpe y la instauración de la dictadura franquista será la Obra Sindical de Educación y Descanso (1939) la encargada de encauzar los refuerzos y “logros” del régimen, prolongados con más bombo que realismo hasta llegar al desarrollismo de los 60 con una comedida generalización del concepto “veraneo”, perfectamente reflejado en películas como La Gran Familia (Fernando Palacios, 1962).

Desde el advenimiento de nuestra democracia hasta la actualidad podría dibujarse una curva más o menos ascendente en la extensión de recursos y capacidades que se ha disfrutado, siendo proporcionales a las distintas clases sociales en sus diversas variables (segundas viviendas, escapadas, viajes internacionales, etc.), hasta que las distintas crisis económicas -mundial y nacional- generan una caída progresiva a modo de grandes escalones que se hacen vertiginosos en los últimos 5 años, dando preámbulo y justificación historicista a la afirmación que supone el propio título de este texto.

Si hoy en día nos centramos en analizar el rango que discurre desde las clases medias devaluadas a los últimos estratos de pobreza…los últimos, básicamente solo pueden ya subsistir sin que en la ecuación entre ningún esparcimiento posible, constituyendo lo que Marx y Engels llamaría Lumpenproletariat o subproletariado. De los que somos rangos intermedios u oficialmente remunerados entre los 1.935,5 y los 3.871 euros brutos de salario mensual (INE 2023), hemos podido comprobar en carne propia una clara y marcada devaluación de nuestra capacidad adquisitiva. A ojímetro empírico y sin abusar de datos (que lo corroboran), en ese margen de postrimero lustro reseñado la cesta de la compra ha subido en torno a un 30-40% y el precio de una vivienda un 18-29%, mientras que el alquiler en los últimos 10 años ha podido dispararse hasta en un 94%, toda una dramática burrada consolidada para lo que son necesidades básicas y ciertamente constitucionales que los patriotas de boquilla suelen olvidar. 

Los supervivientes a esta devastación nos ponemos a realizar listas y números de los “extras” eliminables, volviendo a recordar una entrañable y triste escena cinematográfica que siempre me impactó, cuando en Lugares Comunes el profesor universitario -querido alter ego personal- y su pareja (Federico Luppi y Mercedes Samprietro), hacen recortes no esenciales a su felicidad nada ostentosa para poder salir adelante de una Argentina en crisis y recesión permanente. Camino de un proceso similar, recibimos avisos cada vez más reiterados de la autoridad económica dominante (analistas, medios, políticos y presidentes neoliberales…) que nos recriminan y advierten que el sistema de bienestar “no se sostiene”, y que no ya unas vacaciones, sino el desempleo, las ayudas, las pensiones o la educación y la sanidad pública serán cosas del pasado.

Esperando esa tragedia que sinceramente creo que viene si no hacemos nada efectivo, intento disertar del tema del asueto laboral exponiéndome como casuística personal. Perteneciendo a esa clase media baja, mi opción por vivir en solitario y no tener vástagos me permite una pequeña holgura-ventaja en las cuentas, que dedico esencialmente al ocio cultural (cine, literatura, teatro, música…), al de bar de barrio y comensal moderado o puntualmente exquisito, y al conocimiento de otros territorios y gentes, que van desde la España vaciada, espacios naturales, países y ciudades no saturadas de turistificación o lugares no especialmente recomendados por el Ministerio de Exteriores. Puedo dormir a cielo abierto en el monte, en un techo espartano, pernoctar en una estancia cómoda y buen gusto, o si es posible en un edificio histórico-artístico que me haga olvidar la condición de la humanidad y permita sentirme ingenua y temporalmente como un petite bourgeoisie.

El problema es que esa historia más o menos sostenible se está acabando por la usura y la sobrexplotación, por un turismo masivo de consumo desorbitado y una sobrexplotación de recursos y medios que está avisando de su implosión. Es vergonzoso que una habitación de 100 euros se haya puesto en 150 o 180 (si la temporada es alta puede doblar esas lindes), y que los grandes propietarios del sector lo justifiquen todo porque les cuesta mucho, suponiendo que se refieren a los sueldos de extrema codicia cuando se paga entre 1.5 y 2.5 euros al empleado por tener limpia y en perfecta revista esa misma habitación. Si nos vamos a la estancia de alquiler o malditos pisos turísticos es la competencia asequible para estratos inferiores de clientes o masa general, pero se obvia y también por los propios usuarios, que esa es una dañina forma de eliminar y precarizar el acceso a una solución habitacional en las ciudades, generando el consabido problema de gentrificación. 

El conocido dueño de un buen restaurante sevillano al que jamás volveré me dijo literalmente que “estábamos muy mal acostumbrados” cuando le comenté que su carta de vinos había hecho una inversión de precios, eliminando todas las botellas de menos de 25 euros y subiendo un 25% los platos. En otro establecimiento y más recientemente, tuve la ingrata sorpresa de asimilar que una copa de vino normalito y etiquetado de la casa marcaba 8.50 euros… sin anestesia, con disculpas posteriores por no avisar, pero con la obediencia debida y sin críticas a su dueño y señor; sintiéndome fuera de lugar y sin solidaridad del público presente, aproveché para analizar la fauna anexa y discernir varios subtipos que se deben ruborizar por los precios asequibles para su nivel de ingresos, desde señores acaudalados autóctonos de sevillanas maneras, semejantes pero con acento de Despeñaperros para arriba (acompañados ocasionalmente de féminas a las que doblan la edad), y guiris forrados o al menos de una clase media muy distinta a la de nuestro terruño.

Ciertamente, también es un espectáculo antropológico poder acceder como visitante limitado a los alojamientos de estas clases pudientes. Los ricos actúan más o menos con la misma bajeza que el populacho al correr por las hamacas de la piscina, aparentan tener interés y conocimiento cuando el chef se sienta (como lo hace mecánica y teatralmente con centenares de comensales) y explica los “6” momentos (platos…en cursi) con los que te deleitará. Se aburren con sus parejas o concubinas de perfecto modelito revisando el móvil con terribles silencios mientras ellas toman imágenes para sus redes sociales que certifiquen su estatus, o ejercen de figurados y enfáticos padrazos con un bebé al que en breve tiempo perderá su dedicación.

Evidentemente las diferencias se advierten en no temblarle la tarjeta al contactless y que claramente no han mirado si el maridaje de mollate surtido era el “executive” de 45 euros o si la botellita de agua valía 14 pavazos. Por supuesto también se denota humillante supremacía cuando vas al aparcamiento y tu vehículo básico de gasolina (atraco de 17.000 euros financiado en 4 años que añadirás a tu hipoteca de 30 años por 50 metros cuadrados habitables), destaca estoicamente frente a los Porsche, Mercedes o Tesla que ni han hecho el rodaje. 

Por supuesto y por encima de todo esto, hay más vida estratosférica de personas cuya fortuna superan bochornosamente el PIB de algunos países: Jeff Bezos puede alquilar Venecia para su boda (a la vez que maltrata a sus empleados), mientras el Emir de Qatar (ejemplo de lo que no es una democracia), puede aterrizar en Mallorca con todo un Boeing 747-8 para su pequeña familia y séquito, gastando cinco millones de euros en alojamientos y lujo hortera. No pasa nada porque, políticos, plebe, curritos y emprendedores le aplaudirán con las orejas en una mezcla de utilitarismo y envidia aspirante a emulación. Está claro que el bien común y un nivel de bienestar para todos sin acusadas diferencias es una canción crepuscular.

Es más, si el modelo a seguir es el de la productividad y el consumo desbocado, se producen inoculaciones de modos de vida donde el trabajo lo ocupa todo y las vacaciones están mal vistas, bien por la obsesión por el éxito y la rentabilidad (Estados Unidos), o por el borreguil pensamiento asiático del esfuerzo gregario (China). Lo siento soy europeo y sureño, me gusta el placer y el deber a partes iguales, considero la contemplación, la charla y el sosiego como algo identitario y sublime, y no quiero que una globalización económica acabe con esos valores. Quizás falte una nueva Comuna de París, otro Émile Zola u otro Victor Hugo para enterarnos, pero resulta paradójico que el recorte de prensa habitual de este verano hayan sido las quejas de la hostelería porque se gasta menos y las estancias se acortan…habría que pensar si la gallina de los huevos de oro está ya en pepitoria.

El reduccionismo que propone el sistema a que seamos simples bestias de carga sin disfrute, no deja de ser una terrible vuelta al pasado neoesclavista. A estas alturas no sé si me quita del todo el sueño, pero se supone que la vida iba a mejor y tengo la sensación de que el nudo corredizo se aprieta cada vez más. Hay todavía placer en encontrar lujos gratuitos en lo estético y lo conceptual… un andén y estación abandonada es un buen marco para estas palabras.

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