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Antes, un paciente necesitaba de 15 a 25 sesiones de radiación y hoy, con la nueva máquina de aceleradores lineales, basta con una única de entre 18 y 40 minutos,

Los motivos del rechazo a las donaciones de Amancio Ortega de equipos contra el cáncer para la sanidad pública, salvando las distancias, me traen a la memoria una frase de Sabino Arana, ideólogo del nacionalismo vasco. Este euskaldún recomendaba que, si un castellano se está ahogando y te pide socorro, habría que contestarle "niz eztakit erderaz” (no entiendo castellano). Creo firmemente que, ese escrúpulo y rechazo a donaciones de particulares, que permiten alargar la vida a pacientes y aliviar sus sufrimientos, no beneficia en modo alguno a alcanzar el objeto principal de la sanidad: la mejor atención del enfermo y la prevención y la cura de las enfermedades, dentro del derecho a la protección de la salud que tiene todo ciudadano.

El funcionamiento del Sistema de Salud está regido, según la Ley General de Sanidad, por los principios de eficacia, celeridad, economía y flexibilidad. Intentar disponer actualmente de los sofisticados equipos que ofrece gratuitamente Amancio Ortega, con recursos estrictamente públicos y rechazar la ayuda, provocaría una reacción más tardía a los problemas de los pacientes, que iría en contradicción con el principio de celeridad (véanse las largas listas de espera que se podrían acortar). Además, el servicio, sin esos medios, no sería tan eficaz y se generaría más gastos tanto en medicinas, en pruebas con equipos obsoletos, como en ocupación de camas, lo que chocaría con el principio de economía.

Asimismo, tener que esperar a adquiridlos a que se aprueben las partidas presupuestarias correspondientes en futuros presupuestos, permanecer sin ellos hasta que haya crédito disponible y aguardar a la adjudicación, tras la preceptiva licitación por concurso público, ocasiona una cierta rigidez y tardanza que repercute en la falta de flexibilidad del servicio. Por tanto, el rechazo frontal de esas ayudas, en vez de mejorar la Sanidad Pública está contribuyendo a lo opuesto. Incluso se puede dar el caso de que algunos particulares, ante la desesperación que genera un enfermedad tan dañina, no tengan reparos en acudir a la medicina privada, si ésta dispone de los recursos de los que carece la pública, incluso a costa de hipotecar su patrimonio personal, con tratamientos costosísimos, ya que en estos casos la prioridad absoluta es salvar la vida.

Por eso, congratula saber que la Sanidad Andaluza firmó un protocolo de intenciones con la Fundación de Amancio Ortega en el año 2016, en donde se convenía un gasto, por parte de esa entidad filantrópica, de 40 millones de euros para dotar a hospitales andaluces de 25 aceleradores lineales dedicados al tratamiento de enfermedades oncológicas. Uno de esos equipos ya está en pleno funcionamiento en el Hospital Reina Sofía de Córdoba y los resultados son espectaculares. La jefa del servicio de oncología manifiesta que esta novedosa máquina permite tratar con exactitud la zona donde está el tumor sin dañar el tejido adyacente. Y se puede utilizar inmediatamente después de la operación de extirpación. Antes, un paciente necesitaba de 15 a 25 sesiones de radiación y hoy, con la nueva máquina, basta con una única de entre 18 y 40 minutos, tras la intervención quirúrgica.  

Gracias a ello, el paciente al día siguiente ya puede irse a su casa, sin necesidad de regresar de nuevo, lo cual es un gran alivio psicológico para él. Se gana tiempo, eficiencia y se genera un ahorro tanto en  los costes de la sanidad como para los pacientes que así evitan desplazamientos, que en algunos casos suponen más de 100 kilómetros. Por lo tanto, si algún andaluz tiene cáncer y necesita esas máquinas, bienvenidas sean. Es sólo cuestión de dignidad y respeto al bien más preciado del hombre: su vida.

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