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Un país abandonado: juventud, talento y emigración.

Un país abandonado: juventud, talento y emigración.

El más reciente logro de la Junta de Andalucía en materia de inserción laboral ha sido extender “oficialmente” la juventud hasta los 29 años. Lo ha llevado a Madrid, lo ha “peleado” y ha vencido, quizás porque “peleaba” contra aquellos que extendieron el contrato de formación hasta los 30 años abstrayéndolo del perfil del “alumno”, podrías contratar como aprendiz de dependiente a un ingeniero informático, si te apeteciese. Y claro, ante tal contendiente, ha salido victoriosa. No podemos extrañarnos luego de que nuestras Políticas Activas de Empleo no sean más que parches coyunturales, convenientemente acompañados de artificios estadísticos, contables y administrativos, cuyo objeto parece ser jugar con las categorías para descontar desempleados más que insertarlos, como si sacarlos del balance los hiciera desaparecer de la realidad.

Extender durante cuatro años más el acceso a estos planes es baladí, no va a implicar un aumento del gasto o una mayor eficiencia en el uso de los recursos, ni tan siquiera un rediseño de las intervenciones, se trata tan solo de que más gente (en realidad los mismos durante más tiempo) permanezcan en ese mercado “subvencionado” por medio de bonificaciones. 

La medida envía al desempleado un mensaje perverso: si tienes hasta 29 años y estás en paro, no te preocupes, no alborotes, lo que te pasa es “normal”. También lo es que con treinta años no cuentes con un currículum atractivo o, en demasiados casos, experiencia relevante. Ni se te ocurra pensar en conceptos como polivalencia, especialización, disponibilidad o movilidad interna. 

Se ha normalizado tanto la situación que ya no funciona ni el “soborno institucionalizado” al empresario con subvenciones, bonificaciones y golosinas similares (muchas de ellas acumulables) para que contraten a según que colectivos. Y vistos los datos ni por esas. Que se siga insistiendo en regalar dinero a los empresarios da también para otra disertación porque contratar a un menor de 30 no es que te salga gratis es que, bonificaciones aparte, te regalan hasta 4.800 euros por “joven” y, vistos los resultados, no parece ser suficiente.

Spain is different, que dicen, somos capaces de combinar una tasa de abandono escolar de cerca del 25% con un desempleo juvenil de cerca del 50% y todo ello sin que nadie se escandalice, avergüence o indigne. Es casi surrealista que nuestro mercado laboral esté tan dualizado que los subcualificados comparten espacio y compiten directamente con los sobrecualificados por las mismas ofertas, con los consiguientes desajustes para unos y otros. 

El mensaje implícito y perverso, el relato subyacente, es capaz de abstraer la responsabilidad del Estado en la situación, o incluso atribuírsela al propio desempleado re-dirigiéndolo al emprendimiento, esa milagrosa solución para todo que no lo es tanto. Finalmente se asume como “normal” que el joven se conciencie de que su lugar está fuera, con el resto de emigrantes, o dentro, formando parte de ese “precariado” que ha sustituido el espejismo de la clase media. Lo peor de todo es que parece que a nadie importan las consecuencias a medio y largo plazo de ambos procesos, no tanto para los que se marchan, sino para la sociedad que los ha expulsado y que, por tanto, ya no podrá contar con ellos.

Porque poco se habla de los que se quedan, de sus diferencias con respecto a los que se han ido. Los que nos quedamos o bien hemos tenido la fortuna de encontrar nuestro hueco (más o menos precario) o no contamos con las competencias para marcharnos. Estas competencias obviamente serán profesionales, pero también personales. De los que querrían marcharse unos no lo harán por poseer un perfil profesional de escasa demanda, pero tampoco se irán los que no pueden, ya sea por disponibilidad, por movilidad o por adaptabilidad. Dejar a los hijos, padres o pareja atrás se convierte en un reto complicado, sobre todo si te marchas para formar parte de otro precariado, en esta ocasión sin la red de apoyo social con la que cuentas aquí.

Se marchan, entonces, los que tienen mayor movilidad y disponibilidad, los que tienen un perfil profesional demandado, los que están dispuestos a empezar de cero en otro lugar. Los mas preparados encontrarán un hueco, pero también los mas valientes, aquellos con mejores competencias personales, porque a estos se lo crearán. Perdemos jóvenes, perdemos futuro, pero es que además perdemos a los que probablemente serían, si se quedasen, los mejores para revitalizar nuestro tejido productivo y, en lugar de eso, fortalecerán el de Reino Unido, Alemania u Dinamarca.

Este problema, viejo conocido de los países en desarrollo podría estar comprometiendo el futuro del país. A tal punto podría estar llegando la fuga que se estaría invirtiendo el sentido de los flujos habituales con europeos del sur emigrando hacia países emergentes, casi reeditando lo ocurrido durante nuestra posguerra.

Perdemos a los profesionales mejor formados, perdemos la inversión que hemos hecho en su capacitación ahorrándosela a los países receptores, somos así de espléndidos y, a pesar de eso, parece haber consenso en que va a resultar complicado -léase imposible- forzar un cambio en el tejido productivo sin invertir en el talento que lo permita porque si estamos expulsando al nuestro ahora no va a ser fácil traerlo de vuelta o atraer a otro que pudiera sustituirlo.

Parece, por tanto, que nuestra clase política sigue fiel a su estilo. Mandemos los problemas hacia el mañana, ese marrón que lo solucione otro, que no sea yo, claro. La solidaridad con las generaciones futuras (incluso hablando de futuros a corto y medio plazo) no parece tener cabida en las mentes de nuestros gobernantes, sacrificar a nuestros mejores jóvenes (la clave del futuro) para cuadrar balances contables y retocar estadísticas no es más que una muestra de esa costumbre tan nuestra de negar el problema.
 

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