Un estudiante abanicándose en clase. FOTO: MANU GARCÍA.
Un estudiante abanicándose en clase. FOTO: MANU GARCÍA.

El año pasado, por estas fechas, escribía para este mismo medio acerca del calor, de los “aires difíciles” en los centros educativos mal climatizados y abandonados de la mano de Dios, y aquella desfachatez de propina arrojada por alguna autoridad competente sobre el reparto de abanicos entre el alumnado. Y es que acondicionar las aulas no era, ni es, una prioridad. La Educación nunca es lo suficientemente prioritaria para nada ni para nadie. Y éste es el síntoma más significativo de una sociedad en proceso degenerativo.

Hay púlpitos demasiado lejos de la tiza (y las pizarras digitales) desde los que se gritan muchos discursos vacíos, ocupados por orangutanes (y orangutanas) especialistas (y especialistos) en los golpes de pecho y en la altura de hombros.

La que escribe estas líneas también se cansa de ser sincera, y no voy a confesarles a ustedes mi desasosiego, ni a hablar más del hartazgo ni la desilusión. Me sumo, con desgana a la euforia aparente, al espejismo de colores y a los estratosféricos ministerios. Pero es que no me creo nada, oigan. Lo siento. Y no pretendo amargarles el día, ni la semana. Hay un problema de base en un país donde el fraude, el politiqueo de chichinabo y la corrupción parecen estar en la “masa de la sangre”. A lo mejor en las carteras nuevas, en algún compartimento secreto, junto a los documentos de la hipoteca de algún chalé (mejor comprárselo de antemano, para evitar sorpresas), ya están fotocopiadas las instrucciones de cómo meter la mano en la hucha de todos y aparentar moralidad intachable. Yo qué sé. ¿Ven? Al final siempre caigo en lo mismo. Derrotismo, que se llama en Cádiz. Perdón. Pero visto lo visto, nada ni nadie me lleva al huerto (hasta Huertas se va por patas, por ser suaves).

Un día como hoy hacía muchísimo calor, y se derretían los pensamientos y los sueños. Este año el verano se resiste a llegar, como si el sol ya hubiera dado todo de sí. Estamos agotados. Y los docentes, aún más. Siempre con el viento en contra. Un día como hoy, en junio del curso próximo,  quizás haya abrazado, por fin, ese optimismo sin fronteras del que presumen esos a los que toman por tontos. Mientras, mucha homeopatía para acallar este temblor en los cimientos. A lo mejor, incluso sirve tanto o más que otros placebos y las reformas educativas, por ejemplo.

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