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Deseo una larga y fructífera vida para las personas que hacen de nuestro mundo un lugar un poquito más hermoso, más justo y más alegre.

Los gurús de la felicidad no dejan de sermonearnos con la máxima según la cual lo mejor para ser feliz —ahí es nada— consiste en vivir el presente. Desdeñar el pasado y el futuro. Nada de recuerdos, ni de proyectos. Los primeros no los podemos cambiar y los segundos, tampoco. Fue lo que fue y será lo que tenga que ser: ¿para qué empeñarnos en aplicar nuestra voluntad a causas perdidas?

Fenomenológicamente hablando, el disparate sin embargo es pretender atrapar el presente. Sí. Así es. Intente mirar en su interior. Mire lo que pasa por su mente y por su corazón (por la mañana, por la tarde y por la noche) y verá que la mayor parte de los contenidos psíquicos son recuerdos o planes. Vivo recordando lo que hice hace un rato, ayer, antes de ayer o hace diez años. O bien, haciendo planes, proyectando metas hacia el futuro, expresando deseos: necesito coger la bicicleta, ya no puedo posponer más mis estudios de inglés, hay que arreglar el jardín, me gustaría ir a Edimburgo o al lago de Constanza. En verano. El puente de febrero. Cuando tenga dinero. Cuando escampe.

De forma que el presente fluye como fluye el agua entre los dedos, sin posibilidad de atraparla. Te moja las manos pero no puedes coger el río y, menos, su fuente. Ay. Una vida obligada a vivirla en un tiempo que ya no es, que se esfuma continuamente…y, por tanto, condenada a una permanente espera. El yo presente es un mero sabor de uno mismo, menesteroso de alegría pasada o alegría del porvenir. Es siempre un proyecto, hacia detrás o hacia delante. Hay que hacer un esfuerzo budista para sujetar el pensamiento con las bridas del ahora. Enseguida, el caballo se desboca porque tiende a su ser, a volcarse fuera de sí mismo en otro tiempo. En realidad, lo que llamamos presente es el futuro inmediato.

Es una recomendación absurda, por tanto, que nos digan que debemos tener esperanza. Claro. Es lo único que tenemos, lo único que no nos cuesta trabajo tener. Aquí y ahora, solo puedo recordar o esperar. Curarme, jubilarme, encontrar trabajo, viajar a Oulad Edriss en donde comienza el gran desierto, aprender música, hablar inglés, tropezar con alguien en mi vida que me haga feliz (¡se pueden esperar los mayores disparates, no crean!). En esta tensión permanente debemos darnos algún respiro y por eso colocamos artificialmente comienzos y finales al tiempo que nos rodea, como un recodo en el camino. Para hacer balance. Yo creo que para tomar impulso.

El tiempo entre diciembre y enero —Las Pascuas— está señalado para planes y proyectos. Es el tiempo de las pequeñas conversiones y de los grandes y vaporosos deseos de renacimiento. Deseamos un futuro de paz y concordia, de felicidad universal, de justicia e, incluso, de un reparto equitativo de los bienes de este mundo. Total, por desear que no quede. Como si algún deseo, alguna vez, hubiera ido más allá del puro deseo. Hombre, que haya buenas intenciones está muy bien. Pero de buenas intenciones está empedrado el infierno, como todo buen creyente sabe. Aunque puestos a preferir, es mejor que nos inunden buenos deseos que malos. Digo yo.

"Deseo una larga y fructífera vida para las personas que hacen de nuestro mundo un lugar un poquito más hermoso, más justo y más alegre"

Yo, que me declaro “buenista” sin remedio (creo que es mejor que ser “malista”), también quiero expresar mis buenos deseos esta Navidad. Más bien, un recuerdo y un agradecimiento. Quiero tener un recuerdo para toda aquella gente sufriente que no pertenece a la clase de la gente rica, guapa y lista, que casi no tiene alma, que está en un rincón de la Historia, que su pura existencia delgada y finísima es una cabezonería incomprensible e irrazonable. Un desafío al sentido común.

Y me acuerdo y agradezco a aquellos otros que pelean (no solo desean, como yo) para darles voz, también de una forma incomprensible e irrazonable. La de aquellos a los que no les da vergüenza encarnar la palabra “compromiso” con los que sufren, esa expresión tan trasnochada y tan vergonzante. Tan demodé. Tan de pijo/progre. Y lo digo sin el menor pudor. (Es lo bueno de la vejez, que es un poco sensiblera, llorona e hiperestésica, pero acaba por descubrir una segunda y definitiva rebeldía).

Sí. Deseo de todo corazón una larga y fructífera vida para los millones de personas que hacen de nuestro mundo un lugar un poquito más hermoso, más justo y más alegre. Sí. Y aprovecho estas Pascuas para decirlo. De bien nacidos es ser agradecidos. A los santos anónimos ungidos por la sencillez y por el silencio —me da igual su color, su lengua y su religión— que me recuerdan a ese Judío de Nazaret, carpintero desempleado y amigo de lo peorcito de Israel. Un buen deseo, por cierto, nada original.

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